Bajo Fuego

Capitulo 03

Lo que no puedo tocar

Narrado por Lucas

Ángel no ha dicho una palabra desde que subió al auto. Y yo tampoco lo he forzado.

A veces el silencio es más útil que cualquier explicación.

Manejo por la autopista como si no acabáramos de dejar un cadáver en la parte trasera de su cafetería. Como si no lo hubiese sujetado por la fuerza. Como si no lo hubiese amenazado sin decirlo.

Sus ojos van fijos en la ventana, y su cuerpo está tan rígido que parece que va a quebrarse. Como si mi presencia lo quemara. Y tal vez lo haga.

Ojalá pudiera decir que me arrepiento de lo que hice. Pero no sería cierto. Él estaba en la línea de fuego. Lo vi, lo escuché, lo olí incluso… ese instante exacto en el que la muerte se mete en una habitación y el aire se vuelve distinto.

Si no hubiera llegado…

Aprieto el volante. Me obligo a soltarlo antes de romperlo.

—No estás esposado —digo finalmente, sin mirarlo—. Si quisieras saltar del auto, lo habrías hecho hace rato.

Él gira la cabeza y me lanza una mirada que podría cortar acero.

—¿Y dejar que me dispares por la espalda? No soy idiota.

Sonrío apenas. No por burla. Por tristeza.

—No te habría disparado.

—Claro. Porque matar no es lo tuyo.

No respondo. Sería injusto darle la razón. Sería más injusto mentirle.

Él no sabe lo que he hecho. Lo que hago para mantenerme un paso por delante de todos. Lo que he sacrificado para que otros vivan… y para que algunos mueran.

Él vuelve a mirar por la ventana.

El resto del viaje transcurre en ese mismo silencio denso, hasta que finalmente llegamos: una casa en las afueras, aislada entre árboles y niebla. No es un escondite de película. No hay guardias ni cámaras. Solo una casa de madera, con ventanas pequeñas y una chimenea apagada.

—Baja —le digo.

—¿Es aquí donde me matas?

—No, Ángel. Aquí es donde te escondes de quienes sí quieren hacerlo.

Él me sigue con recelo. Mira todo como si pudiera explotar en cualquier momento. Y lo entiendo. Este lugar fue seguro para mí muchas veces, pero nunca lo sentí como hogar. Solo como refugio temporal. Como una pausa en la guerra.

Abro la puerta. Cruje. El polvo apenas se nota: vine hace unos días. No esperaba traerlo conmigo… pero algo en mí lo supo desde el momento en que lo vi esa noche por primera vez en el café.

—Puedes quedarte en el cuarto del fondo. Tiene llave por dentro. Si te hace sentir mejor.

—¿Y me dejas encerrarme?

—No soy tu carcelero.

—¿Y qué eres?

No respondo. Camino hacia la cocina, enciendo una lámpara. El generador zumbando en el fondo rompe la calma.

Cuando regreso, él no se ha movido. Su mochila sigue colgando del hombro, como si aún no hubiera decidido quedarse.

—¿Por qué yo? —pregunta de pronto, la voz más baja—. ¿Por qué me salvaste?

Lo miro. Y por un momento, se me olvida mentir.

—Porque me viste.

—¿Qué?

—Antes de que todo estallara. Tú me miraste… como si no tuviera sangre en las manos. Como si todavía pudiera ser alguien.

Sus labios tiemblan. No sé si de rabia, de miedo, o de otra cosa.

Me acerco. No lo toco. Solo me detengo lo suficientemente cerca como para que me sienta.

—Te juro que si pudiera quedarme lejos, lo haría.

—Entonces hazlo.

—No puedo.

Y lo dejo ahí, con la elección abierta. Porque aunque quiero protegerlo… también quiero más. Y eso es peligroso.

Para él.

Para mí.

Para ambos.



#5260 en Novela romántica

En el texto hay: gay romance

Editado: 23.06.2025

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