supieras lo que me cuesta no ir por ti
Narrado por Lucas
Me quedé de pie, viendo cómo se perdía entre los árboles.
Sin correr.
Sin mirar atrás.
Como si le pesara tanto quedarse… como irse.
Me quedé ahí por unos segundos, escuchando la noche tragar sus pasos.
Y por primera vez en mucho tiempo, no supe qué hacer.
Podría alcanzarlo en minutos. Podría llevarlo de vuelta. Podría encerrarlo y decirle que es por su bien.
Pero no lo haré.
Porque me lo pidió.
Porque lo miré a los ojos… y lo vi desgarrarse por dentro.
Volví a la casa. Cerré la puerta sin hacer ruido. Fui hasta la cocina y me serví un vaso de agua que no toqué.
Apagué las luces.
Me senté en el suelo, con la espalda contra la pared.
Y ahí me quedé.
No sé cuánto tiempo pasó. Minutos. Horas. Tal vez más.
La casa sin él estaba más vacía. No por su voz. No por su olor a café y detergente barato. Sino porque con él cerca… yo podía mentirme un poco menos.
No soy un buen hombre. Pero cuando él me miraba, casi creía que podía serlo.
Maldito seas, Ángel.
No por escapar.
Sino por lo que me hiciste sentir mientras lo hacías.
Me levanté, por fin. Revisé las cámaras. Lo vi saliendo por la rejilla del sótano, torpe pero decidido. Me sonreí. Ingenuo… pero valiente. Lo era más de lo que él mismo creía.
Encendí una pantalla oculta. Mapa térmico de la zona. Tecnología que no debería tener, cortesía de los tratos que no debería hacer.
Nada.
Apagué todo.
Y fui a su habitación.
Su mochila aún olía a él.
En la cama, un mechón de su cabello. El muy idiota había dejado la linterna.
Me quedé ahí unos segundos.
Hasta que lo escuché.
No la puerta. No su voz. Sino el sonido real que hace el instinto cuando grita:
Está en peligro.
No había razón lógica. Solo una punzada detrás del pecho. La misma que sentí antes de disparar en su cafetería. La misma que me hizo mirarlo una vez más… y no irme.
Me levanté. Tomé el arma.
Y salí por la misma trampilla por donde se fue.
Dijiste que no volviera por ti, Ángel.
Pero si supieras lo que me cuesta no hacerlo...