Bajo la luz de Elythen

Capítulo 4

Me gustaba pensar que Elythen estaba intentando decirme algo. A mí.

Esa idea me llenaba de felicidad. Saber que podía formar parte de los Auriarcas, que Elgara sería mi instructora y que podría aprender más sobre esa conexión me ilusionaba profundamente.

Pero también me preocupaba. No comprendía bien qué intentaba comunicarme ni por dónde empezar. Aun así, estaba dispuesta a averiguarlo.

Esa noche volví a tener los mismos sueños. Sin embargo, hubo algo distinto.

Pude ver la Gema en todo su esplendor, brillando como cuando estaba completa y recibía la energía de las Auras.

Y después... todo volvía a ser como siempre.

Un golpe impaciente en la puerta me despertó. Me incorporé, aún algo desorientada.

Tardé unos segundos en ubicarme, pero cuando lo hice, corrí a abrir.

—¿Qué pasó ayer? ¿Fuiste a verla, verdad? ¿Qué te dijo? No pude verte —entró Lorias como una estrella fugaz en mi pequeña cabaña.

Era diminuta y de madera, con una sola habitación donde estaban mi cama, un lavabo con lo imprescindible y un pequeño salón que compartía espacio con la cocina.

En el centro, una mesita redonda con dos sillas viejas de madera. Lorias se sentó rápidamente en una de ellas y apartó la otra para que me uniera.

Aún me rascaba un ojo, intentando espabilar, mientras me acercaba con pasos lentos.

—¿Qué hora es? —pregunté, adormilada.

—¿Eso qué más da, Nyra? ¡Necesito saber qué pasó ayer! —refunfuñó con impaciencia.

Me senté a su lado, resignada.

—Resulta que tenías razón. —Él alzó el puño en señal de victoria.— Elythen está intentando comunicarse conmigo… pero no entiendo bien lo que quiere.

Hice una pequeña pausa y carraspeé en busca de mi voz. Mientras tanto, Lorias me miraba como si cada palabra fuera una pista crucial.

—Vi la Gema. Entera. Brillando. Y luego... todo volvía a ser igual que siempre.

—¿La Gema...? —se llevó un dedo a la barbilla, pensativo, como si tuviera que resolver un enigma.— ¿Sabes dónde está?

—¿La Gema? Elgara me dijo que está guardada en el castillo, protegida en un lugar que nadie conoce.

—Tal vez quiere que la cojas.

—¿La Gema? Se lo diría a Elgara, que es quien la custodia. ¿No crees?

—Puede ser… —murmuró, volviendo a quedarse callado. Luego se levantó y empezó a andar de un lado a otro en el pequeño salón.

Le encantaban los misterios. Siempre había querido formar parte de los Auriarcas y ayudar a descifrar los mensajes de Elythen.

Y ahora que parecía que ella intentaba comunicarse conmigo, Lorias sentía que era su oportunidad también.

Era muy inteligente, aunque a veces demasiado creativo. Sobrepensaba con facilidad. Pero sabía cuándo volver a pisar tierra firme.

—¿Y si quiere decirte algo sobre el lugar en el que estaba? Te mostró eso, al fin y al cabo: cuando recibía energía, el lugar en que se encontraba. Quizás ahí está la clave.

—¿Tú crees? Ayer estuve con Elgara, y no vi nada extraño. Ella suele pasear mucho por allí, y tampoco ha notado nada.

—Puede que simplemente no se haya fijado bien. ¡Vístete, vamos a comprobarlo! —salió cerrando la puerta tras él sin esperar respuesta.

Suspiré y busqué algo en el viejo armario junto a la ventana, entre este y la cama.

Cuando salí, Lorias ya me esperaba con impaciencia. No pude evitar sonreír al verlo.

Fuimos de nuevo al centro de los Siete. Esta vez no había nadie; tal vez porque era la hora de repartir comida.

Aunque nunca había visto a Elgara allí. Nadie sabía cómo se alimentaba o dónde vivía exactamente.

Al estar cerca del Círculo, no pertenecía a ninguna región en concreto, pero todos la respetaban profundamente.

Lorias empezó a revisar cada pilar, palmeando sus superficies y buscando cualquier pista.

Yo, en cambio, observaba el suelo y el cielo, en busca de señales.

Pasamos horas buscando. Se nos pasó incluso la hora de nuestra ración diaria, y no nos dimos cuenta hasta que la luz empezó a desvanecerse.

Nos miramos, esperando que el otro hubiese encontrado algo. Pero ambos negamos con la cabeza, desanimados.

Nos acercamos al centro, frente al hueco donde antes estaba la Gema.

—Nada... —informó Lorias, cabizbajo. Yo asentí.

Ambos bajamos la mirada hacia el hueco, mientras nuestros estómagos gruñían de hambre.

—¿Está bien por hoy? —pregunté con suavidad.

Casi lo sentía más por él que por mí. Sabía cuánta ilusión había depositado en esto.

—Está bien por hoy —asintió, con la cabeza gacha.

Me adelanté para regresar. Cuando estuve a punto de salir, eché un vistazo atrás.

Lorias seguía allí, inmóvil en el centro, con la mirada clavada hacia abajo.

—¿Lorias? —lo llamé, alzando la voz.

No respondió. Lo llamé dos veces más. Al no obtener reacción, volví hacia él. ¿Qué le pasaba?

—¿Lo sientes? —me preguntó al alzar la vista. Sus ojos color miel brillaban con intensidad. Por un segundo pensé que había perdido la cabeza.

—¿Sentir qué? —pregunté, tratando de mantener la calma.

—Ven, pon las palmas justo aquí —tomó mis manos con suavidad y las colocó en el centro, entre las suyas, con las palmas hacia abajo—. ¿Lo notas?

Me concentré, sin saber bien qué buscaba... hasta que lo sentí.

Una brisa. Una corriente suave, proveniente de abajo, del hueco donde alguna vez vivió la Gema.

Nos miramos, incrédulos y felices, como si acabáramos de hallar la respuesta a todas nuestras preguntas.

Nos apretamos las manos, compartiendo una alegría que no sabíamos bien cómo explicar.

—Hay algo ahí —afirmé, con una sonrisa.

—¿Y ahora qué hacemos?

—Tendremos que hablar con Elgara. Ver si hay forma de descubrir qué se esconde bajo el centro de los Siete.

—Entonces vamos a descansar. Mañana se lo contaremos a la Auriarca.

Lorias asintió, y justo entonces nuestros estómagos rugieron otra vez.

—Pero mañana no olvidemos comer, por favor —rogó con esa expresión tan suya, tan tierna, que parecía un bebé suplicando.




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