Juntas caminamos hasta el castillo, donde siete Elyaris nos esperaban impacientes, entre ellos nuestro líder, Oryndor.
Todos se quedaron sorprendidos al verme llegar de la mano de Elgara, ya que esas reuniones eran secretas y solo los líderes y la Auriarca tenían permitido estar allí.
Se preguntaban qué hacía yo allí y por qué me había llevado.
Con una mano alzada, Elgara impuso silencio.
Todos estaban atentos a lo que tenía que decir. Ella me miró con una sonrisa tranquilizadora.
—Esta será la nueva aprendiz de Auriarca de nuestro reino. Elythen ha contactado con ella —anunció.
Volvió el murmullo, y Oryndor me miró con orgullo.
—Sabía que eras especial —gesticuló lentamente con los labios para que pudiera entenderlo, y volvió a sonreír.
Oryndor era un hombre de mediana edad, con el cabello gris y una ligera barba sobre su rostro cuadrado. Tenía unos ojos celestes con toques amarillos, aunque apenas se les podía apreciar por lo pequeñitos que eran. Siempre eché la culpa a su gran sonrisa, que hacía que se escondieran un poco.
Él siempre había sido como un padre para mí, incluso antes de la tragedia de la gema.
Había sido muy amigo de mis padres desde la infancia, lo que también explicaba la cercanía con Lorias: él era su hijo.
Pasábamos muchas tardes merendando juntos y paseando por los bosques cercanos.
Nos encantaba estar juntos; siempre habíamos sido como una bonita familia.
Oryndor me miraba y me trataba con cariño, como si fuera la hija que nunca pudo tener.
Cuando mis padres fallecieron a causa de una extraña enfermedad que nadie conocía, él se hizo cargo de mí.
Nunca me obligó a dejar mi casa; me dio libertad total, pero sin dejar de preocuparse por mí.
El silencio volvió a reinar cuando Elgara alzó la mano de nuevo.
—Se ha comunicado con esta joven a través de sus sueños, y hemos descubierto algo… —Nadie volvió a hablar, esperando con impaciencia—. Donde la tierra antes abrazaba a la gran gema, ahora hay grietas. Y tras ellas se esconde algo, pues se puede percibir una ligera brisa fría. Lo que propongo es que retiremos las rocas que sostenían el corazón de Elythen y profundicemos hasta descubrir qué hay ahí.
Todos estaban impactados.
No sabían muy bien qué hacer o decir.
¿Tocar donde antes estuvo la gran gema? Se lo preguntarían.
Desde lo ocurrido, nadie se había atrevido a acercarse al círculo. No es que antes pudieran, ya que la barrera lo impedía, pero cuando tuvieron la oportunidad, ni siquiera lo intentaron.
Les daba respeto; no eran capaces de adentrarse.
Solo Elgara había sido la única que entró y salió de allí durante casi treinta años.
Que ahora les pidiera no solo que entraran, sino que excavasen en el centro, rompía por completo sus ideales.
Tardaron en responder.
—Ayudaré con lo que sea necesario. Si Elythen así lo quiere, así lo haré —fue Oryndor quien se adelantó primero, clavando una rodilla frente a nosotras, ofreciéndose a cualquier cosa que pudiera salvarnos.
Los demás se miraron entre sí, hasta que finalmente se pusieron de acuerdo con Oryndor y lo imitaron.
Así, nos encontramos frente a siete líderes arrodillados, sometiéndose con respeto y decisión a las peticiones de Elythen.