Durante los siguientes días, soldados de las distintas regiones entraban y salían del círculo, intentando cavar en el lugar donde antes yacía la gema.
El trabajo resultaba más difícil de lo que pensaban, y a veces algunos se rendían.
El suelo era muy duro, una roca fría y oscura que contrastaba con todo el reino de Elythen. Los Elyaris no estaban acostumbrados a labores manuales, aunque habían pasado casi treinta años desde lo ocurrido e intentaban adaptarse a hacerlo con sus propias manos.
Todo eso hacía que un trabajo que para otros sería sencillo, para ellos fuera de lo más complicado.
Lorias y yo visitábamos varias veces al día el círculo con la esperanza de recibir buenas noticias, pero cada jornada que pasaba lo hacía parecer más imposible.
Mis visiones se detuvieron. No volví a soñar nada desde que comenzaron las excavaciones.
Quise pensar que era buena señal, que íbamos por buen camino. Lorias también lo creía así.
—¿Habrán descubierto algo hoy? —preguntó Lorias, con la mirada clavada en su cuenco de barro mientras removía el guiso que se había preparado.
—Ojalá que sí —respondí, imitando su gesto. No me apetecía en absoluto comer aquello, pero era todo lo que teníamos.
Terminamos en silencio y, tras llevar el cuenco a su sitio, suspiramos y permanecimos unos segundos callados.
—¡Seguro que hoy tienen algo! —alzó la voz Lorias, animado, sin perder la esperanza.
—Esperemos que sí. Quiero pensar que, si Elythen no vuelve a contactar conmigo, será porque vamos por buen camino.
—Tiene que ser eso, Nyra.
—¿Y si se ha quedado sin fuerza?
—Confía en ella. Dale tiempo.
—Eso quiero… pero a veces cuesta. Por otro lado, aún me ronda la cabeza el causante de todo esto.
—Darle vueltas no sirve. Nadie sabe quién fue el responsable. Solo que no tenía magia, por eso pudo entrar. Pero ahora, como nadie tiene magia, es imposible dar con él.
—Por eso mismo, Lorias. ¿Y si es uno de los soldados que están excavando y trata de arruinarlo todo otra vez?
—Nunca se queda un soldado solo, ya lo sabes, Nyra. Y aunque así fuera, no podría hacer nada rodeado de tantos. Además, podría ser cualquiera, si lo piensas. Esa investigación es un caso aparte. Las regiones están preparando un plan para protegerse de él. Y cuando la magia vuelva, no tendrá nada que hacer.
Suspiré. No le faltaba razón. Preocuparse por eso era una tontería: si aún no se había encontrado al culpable, era improbable que lo hicieran ahora. Y fuese quien fuese, si quería fastidiarnos, lo haría de todas formas.
Solo quería pensar en lo que Lorias decía siempre: “una vez que la magia vuelva, no tendrá nada que hacer”.
Seguimos caminando hacia el círculo hasta llegar.
Se escuchaban golpes y el sonido de las rocas cediendo ante las pesadas herramientas.
De repente, un silencio se formó.
Lorias me miró y nos quedamos parados, esperando volver a oír el trabajo, pero todo se detuvo unos minutos.
Se nos llenó el pecho de esperanza y aceleramos el paso para acercarnos.
Dos soldados Elyaris altos nos detuvieron. Ambos tenían cabello rubio y ojos celestes, un poco más oscuros que los míos.
—¿Habéis conseguido abrirlo? —pregunté ansiosa.
—No podéis estar aquí. Estamos en una misión importante —dijo uno con seriedad, sin saber quiénes éramos.
—Gracias a nosotros estáis haciendo “esa misión” —respondió Lorias, alterado, marcando las comillas con los dedos.
Los soldados se miraron dudosos y encogieron los hombros.
—Lo que Lorias quiere decir es que soy la nueva portavoz de Elythen. Ella se comunicó conmigo en sueños, y gracias a eso descubrimos que ocultaba algo en el centro de los Siete —continué con calma.
Odiaba los enfrentamientos y las situaciones incómodas, y aunque casi todo me irritaba, intentaba mantener la calma y solucionarlo.
Los soldados no sabían quién era yo, y empezaba a desesperarme.
—¡Ya lo hemos conseguido! —se escuchó una voz al fondo, y más voces se unieron, emocionadas.
Quise entrar, pero otra vez me detuvieron.
—No sé quién eres, jovencita, pero aquí no podéis estar —repitió, ignorando lo que le dije.
Empezaba a irritarme.
Sentí la cálida mano de Lorias sobre la mía. Se dio cuenta de lo nerviosa que estaba y trató de calmarme, aunque probablemente él estuviera peor.
Unos pasos apresurados sonaron detrás.
Era Oryndor, acompañado por otra líder.
Una joven con cabello color jade muy claro y ojos a juego, un poco más intensos.
Tenía el cabello semi recogido con trenzas que decoraban el centro de su media melena.
Vestía pantalones blancos, estrechos hasta el ombligo, y un corsé salmón cubriendo el torso, acompañado por mangas bombachas.
Llevaba una elegante espada colgada al lateral izquierdo, con mango dorado.
Era un poco más baja que Oryndor, que tenía una estatura media.
—Dejadla pasar. Ella es la aprendiz de Elgara. Puede que sea la próxima Auriarca. Necesitamos saber si Elythen puede seguir comunicándose con ella —ordenó con tono grave.
La joven que lo acompañaba asintió, y ambos soldados abrieron paso.
—Gracias...
—No hay tiempo, vayamos a ver —me interrumpió, sonrió y se adelantó.
Entramos tras él y nos acercamos al centro.
Allí había un grupo de soldados celebrando lo que habían descubierto.
Al acercarse Oryndor, todos se apartaron, dejando ver un gran agujero que llevaba a otro lugar.
Una luz azul resplandecía desde su interior.
Me acerqué despacio y vi lo que había visto en mis sueños.
—Es el templo... —susurré.
Me tumbé boca abajo sobre el suelo y metí la cabeza por el agujero.
Quería contemplar si era el mismo que aparecía en mis sueños.
Un aire helado me golpeó el rostro al asomarme al interior, como si el tiempo allí abajo se hubiera detenido en un invierno eterno. El frío calaba en mis huesos, y una sensación extraña, mezcla de reverencia y temor, se instaló en mi pecho.