Bajo la luz de Elythen

Capítulo 8

—Si me permite, Auriarca… —Arielis se levantó ajustándose las lentes, con la mirada aún baja—. Estuve investigando al respecto también. Creo que el templo, al ser un antiguo punto de conexión con el otro mundo, está rodeado por una barrera protectora que funciona como filtro astral. Lo curioso es que aún exista sin la energía mágica activa. Eso me llevó a pensar que no es una barrera física o sólida como tal… sino un campo vibracional.

Alzó la vista brevemente, pero la volvió a bajar enseguida.

—Según algunos documentos antiguos, estos lugares estaban regulados por algo que llamaban "ritmo de resonancia". Una especie de vibración o frecuencia natural que se sincronizaba con el cuerpo del viajero. Si la persona encontraba la frecuencia adecuada, podía atravesar la barrera sin dificultad. Como si su esencia "vibrara" al mismo ritmo que la puerta.

Guardó silencio unos segundos y, con un leve temblor, añadió:

—Así que hice pruebas. Grabé el sonido ambiente cerca del templo y noté un patrón: una vibración constante, casi imperceptible, como un zumbido lejano. Intenté imitar ese ritmo usando un pequeño instrumento de ondas —sacó de su bolsillo una piedra con líneas metálicas grabadas, del tamaño de un colgante—. Al hacerlo, la barrera pareció reaccionar. Pude introducir un dedo a través de ella durante unos segundos. No lo suficiente para pasar aún, pero es más de lo que habíamos logrado hasta ahora.

Se sentó de golpe, tímida pero claramente emocionada por compartirlo. Todos se miraron tras su investigación y comenzaron los murmullos. Cada uno opinaba con el de al lado sobre lo que estaban escuchando. Era difícil de creer, arriesgado.

El amplio salón volvió a quedarse en silencio.

—Eso es espectacular, Arielis. Yo también leí algo así —respondió Elgara tras un largo silencio—. Podríamos ponerlo a prueba.

—Pero Auriarca, el ritual que mencionabas… —comentó con precaución Oryndor.

—Me gusta más lo que dijo Arielis. Si su teoría no funciona, entonces probaremos la mía.

—¿Pero no podría compartirla ahora? Nos gustaría saber qué más opciones tenemos —respondió la mujer pelirroja.

—Está bien —suspiró—. Leí en uno de los libros antiguos que había un ritual que los humanos utilizaban para poder atravesar la barrera.

—¿Los humanos? —pregunté, frunciendo el ceño.

Un murmullo recorrió la sala. Todos se miraron entre sí, confundidos.

¿Humanos cruzando a nuestro mundo? ¿Cómo lo lograban?

—Esas criaturas que aparecen en tus sueños, querida, son humanos —añadió Elgara con calma, como si la respuesta fuera evidente.

—¿Y qué tienen que ver ellos con todo esto? —dije, aún más desconcertada.

Nadie respondió de inmediato. El silencio estaba cargado de incredulidad.

—Solo Elythen lo sabe, y solo ella te lo dirá. Continuando con el ritual: consta de un conjunto de hierbas de este mundo. Al triturarlas en un orden específico, se pronuncian unas palabras. Luego este polvo se ingiere, lo que lleva a un estado alucinógeno donde el cuerpo contempla la trascendencia al otro mundo. Este ritual transporta primero la mente, y luego el cuerpo. Desintegrándose aquí e incorporándose allí. Pero creo que lo de Arielis es menos arriesgado, ¿no?

Todos nos miramos asustados y asentimos al unísono. Era horrible esa idea. ¿Qué seguridad había de que el cuerpo se volviera a formar en el otro mundo? ¿Eso era posible sin magia? Daba gracias a Elythen de que Arielis estuviera aquí.

Elgara rió, una carcajada no muy alta, y sentimos que se estaba burlando de nosotros.

—Perfecto, entonces probaremos la teoría de Arielis —anunció Elgara levantándose de su silla—. Y bien, ¿quién quiere ir?

Volvió a reinar el silencio, pero esta vez ninguno se miraba. Nadie quería arriesgarse. Era un plan que nunca se había probado y eso generaba miedo.

—Yo iré —dije con voz elevada, levantándome de un tirón. Todos me miraron sorprendidos.

Lorias tiraba de mi vestido hacia abajo para que me sentara de nuevo. Lo miré y le fruncí el ceño.

—No quiero que te vayas —susurró en un tono casi imperceptible. Le aparté la mano y dejé de mirarlo, molesta.

—Naerya, eres nuestra próxima esperanza. Elythen se comunica contigo…

—Y por eso mismo tengo que ir yo —interrumpí a Elgara, y todos mostraron asombro.

—Naerya, creo que te estás precipitando. No es lo más apropiado —sugirió Oryndor con voz calmada, levantándose.

—Yo creo que sí —respondí.

—Nyra, haz caso a Oryndor. Él sabe lo que dice —añadió Lorias, y lo volví a ignorar.

—Podría ser lo más sensato —agregó pensativo el líder de extraño atractivo.

Elgara estaba pensativa. No sabía muy bien qué responder. En cierto modo, sabía que era lo correcto. Si iba otro Elyaris, ¿cómo iba a asegurar que encontraran a esas criaturas que aparecían en mis sueños? ¿Cómo se comunicaría con ellos? ¿Cómo sabrían a dónde ir? Elythen me eligió a mí, y ella me guiaba.

—Naerya tiene razón.

—Pero Auriarca, ella aún no sabe cómo contactar con Elythen. Y si Elythen quiere decir algo, tenemos que tenerla aquí para saberlo —dijo el corpulento de ojos rasgados.

—Viridiel, lo cierto es que vamos a ciegas a ese mundo. Solo sabemos que Elythen quiere que encuentre a ciertos humanos específicos. Si va otro Elyaris, ¿cómo sabrá cuáles son esos siete?

—Ella dijo que había tenido visiones de ellos. Que los describa y los encontrarán.

—Describir no es igual que verlos, Viridiel —pronuncié su nombre con resignación, rebatiéndole nuevamente. Me fulminó con la mirada.

—Si mueres, nos arrastras a todos contigo —espetó.

—¿Y quién te dice que vaya a morir? —le rebatí. Había un choque de energías inevitable. Odiaba a ese tipo. ¿Quién se creía? ¿Solo por ser más corpulento se veía con derecho a estar por encima? Había que bajarlo de su nube.

—Tranquilos… —intervino Elgara—. Iréis los dos.

—¿¡CÓMO!? —respondimos al unísono, casi en un grito.




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