Llegó el momento, y allí estábamos: Elgara, los siete líderes, Lorias y yo, en el centro del Círculo de los Siete, donde días atrás encontramos un punto de conexión con el otro mundo.
Los nervios me recorrían todo el cuerpo. Pensar en la posibilidad de que aquello saliera mal me daba pánico. Y no es que no confiara en Elythen… Pero ponte en mi lugar: un día descubres que tus sueños son visiones que te transmite el alma de tu mundo —un dios, o como quieras llamarlo— y que gracias a eso puedes salvarlo. Pero para ello necesitas viajar a otro mundo con una fórmula nunca antes probada, una simple teoría… que se pondrá a prueba contigo.
Y dirás: “Pues no habrías dicho de ir”. Pero ¿cómo no hacerlo, sabiendo que mi mundo se muere y que Elythen ha confiado su vida en mí?
—Arielis, ¿traes las piedras? —preguntó Elgara.
Estábamos en círculo, rodeando el agujero donde se conectaba con el otro mundo.
—Sí, aquí están —dio un paso al frente y se las mostró.
—Perfecto. Antes de seguir... Lorias, irás con ellos con la condición de que entrenarás con Viridiel para ser un buen guardián para tu Auriarca algún día. Viridiel puede parecer testarudo, pero es un gran guerrero, y por eso le confié vuestra protección —dijo mirándonos a Lorias y a mí—. Eras el mejor para esta misión, Viridiel —añadió, dirigiéndole una mirada. Parecía frustrado con la situación. No estaba nada de acuerdo con lo que nos esperaba en aquel viaje, y nosotros tampoco. —Y por favor, lleváos lo mejor posible. Es muy importante para Elythen y para los Elyaris. Todos confiamos en vosotros.
Asentimos sin atrevernos a decir nada. Tenía razón: no había tiempo para discusiones con algo tan importante entre manos. Tendríamos que llevar la misión lo mejor posible, por el bien de todos.
—Genial. Ahora, Arielis os hará entrega de vuestro Viberis junto a la piedra vibratoria.
Arielis se acercó a nosotros, rodeando el agujero, y nos lo entregó.
—Se recomienda que mantengáis la piedra en vuestro pecho para sentir la frecuencia y que todo vuestro cuerpo entre en sintonía con la de la barrera. Los demás deberíamos alejarnos para no interferir en esas vibraciones.
Una vez que sintáis que estáis en sintonía los tres con la barrera, podréis lanzaros. Tranquilos, no caeréis hasta ahí abajo. Entraréis en una especie de dimensión que hará de intermediario, donde probablemente os parezca que vais a una alta velocidad y todo os dé vueltas… o bien sintáis que vais a cámara lenta. Ya me contaréis cuando volváis. Pero terminaréis apareciendo en el templo y, a partir de ahí, estaréis solos… y con Elythen.
No sé si eso me asustó aún más. Estaba preocupada y muy nerviosa. Mi respiración comenzó a agitarse y mis labios temblaban incontrolablemente. Lorias se dio cuenta y cogió mi mano.
—Estamos juntos. Estaremos bien —me dedicó una preciosa sonrisa tranquilizadora, y mis pulsaciones se calmaron. Él era mi paz, y en momentos como este era cuando más falta me hacía.
Le apreté la mano en respuesta, regalándole otra sonrisa.
—Bien chicos, ¿listos? —preguntó Arielis mientras indicaba con las manos a los demás que se alejaran.
Nos quedamos quietos frente al agujero, con la piedra en el pecho, intentando percibir las vibraciones que Arielis mencionaba.
Y tras un largo rato, comencé a sentir algo a mi alrededor, como si algo dentro de mí intentara responderle.
Cerré los ojos para concentrarme mejor, y sentí cómo mi cuerpo iba chocando contra distintas frecuencias que provenían del entorno, hasta que, poco a poco, se iban suavizando… marcando una misma sintonía.
Y entonces lo supe: era la hora.
Salté.
Al principio, grité por la adrenalina de la caída en lo que parecía un vacío con una leve iluminación.
Pero enseguida me di cuenta de que caía despacio. El suelo, que desde arriba parecía estar a kilómetros, se iba aproximando muy lentamente.
Todo a mi alrededor era oscuro y totalmente silencioso. No conseguía ver a Lorias ni a Viridiel por más que intentaba alcanzarlos con la mirada.
Traté de llamarlos, pero mi voz no salía, como si algo me la hubiese arrebatado, y comencé a preocuparme.
Cuando tan solo estaba a unos tres metros del suelo, sentí una gran presión en el pecho que me dificultaba respirar, casi como si me estuviera sumergiendo en el fondo del mar.
Intenté impulsarme con piernas y brazos para acelerar la caída, pero nada funcionaba.
Las vibraciones en mi pecho se intensificaban, y a medida que me acercaba al suelo, se volvían más potentes.
Y por unos segundos... me desmayé.
En la oscuridad de mi inconsciencia, una luz brilló.
Era un zafiro.
Pequeño, imperfecto, con vetas oscuras cruzando su interior como raíces atrapadas en hielo. Flotaba suspendido ante mí, girando lentamente en un espacio sin forma ni tiempo.
Me acerqué —o quizás fue él quien se acercó a mí— y sentí una calidez suave envolverme, como si algo en su interior me reconociera.
Al tocarlo, no vi imágenes, solo sentí una certeza.
Una voz sin rostro, sin forma, susurró entre las vibraciones:
«Él te encontrará cuando más lo necesites.»
Quise preguntar quién era “él”. Qué significaba. Pero la gema estalló en luz...
…Y desperté.
Con un golpe seco, mi cuerpo chocó contra el frío suelo del templo. El dolor fue lo primero que sentí.
Respiré como si lo hiciera por primera vez. Cuando conseguí calmar mis pulsaciones, observé a mi alrededor.
Seguían sin estar, pero por un momento fue lo que menos me preocupó.
Un enorme edificio marmóreo se alzaba sobre mí. Estaba en una especie de altar rodeado de pequeñas escaleras. A su alrededor se levantaban siete pilares similares a los del Círculo de Elythen, pero estos eran de mármol, con vetas azules preciosas y decoraciones grabadas que jamás había visto.
Me acerqué a cada uno, pasando mis yemas por los tallados, sintiendo el frío de la piedra.