N E R E A
Luego de que aquella luz blanca terminara, Cavendish y yo aparecimos en medio de un pequeño pueblo rodeados de muchas personas, la vestimenta que poseían era bastante antigua, fácilmente podría decir que me encontraba en el S. XV. Observé con atención a mi alrededor, el lugar donde nos encontrábamos era bastante pintoresco, los tejados tenían diversas tonalidades que contrastaban muy bien unos con otros, los caminos eran de piedras color blancas, y los arboles poseían diversas tonalidades de color, como las que había en el bosque donde Cavendish me encontró. Luego de que varios habitantes pasaran por nuestro lado, o incluso nos atravesaban, pude notar que poseían algo característico en sus prendas, y esto era, la silueta de un unicornio bordada en su pecho, a donde miraras cada pequeña cosa tenía orgullosamente colocada este símbolo, incluso los puestos de ese pequeño mercado lo tenían tallados en la madera de la parte inferior o en los refuerzos que sostenían al tejado.
—Miondel…—escuché que Cavendish suspiraba mientras observaba a todos los habitantes del lugar, su mirada se tornó triste e inmediatamente apreté con más fuerza su mano para brindarle mi apoyo—, recuerdo poco de este momento, pero este olor en particular lo tengo aún fresco en mi memoria. Este es el pueblo de Miondel en todo su esplendor, nuestros inicios, aquellos inicios que se vieron bruscamente interrumpidos por los humanos.
—Era muy bonito —le dije con sinceridad mientras sonreía y miraba hacia el frente—, es decir… para ser un pueblo que estaba comenzando a surgir en verdad estaba lleno de vitalidad, energía y alegría.
—Lo sé —él sonrió—, ojalá hubieras podido disfrutarlo plenamente y contaras con recuerdos aún más hermosos.
Ambos comenzamos a caminar y poco a poco fuimos viendo los demás pequeños establecimientos, había uno en particular llamó mi atención por sobre el resto, en este habían frutas de diferentes tipos, las cuales algunas contaban con unas tonalidades raras y formas extrañas las cuales ya no existían en la actualidad, o al menos, eso era lo que yo pensaba, ya que no lograba reconocerlas, me acerqué aún más y cerré los ojos, definitivamente había que admitirlo, estas despedían un aroma en verdad delicioso. Cavendish caminó como si supiera hacia dónde ir, paseó puesto por puesto, observando cada cosa que ofrecían, desde joyería finamente elaborada, flores que abrían y cerraban sus pétalos por si solas, hasta telas poco comunes y hermosas envueltas en royos.
Al oírlos noté que hablaban en un dialecto extraño, y para ser franca aquello lograba desconcertarme, ya que no entendía nada de lo que decían, Cavendish me explicó que lo que estaba escuchando era el antiguo idioma que ellos empleaban, el cual ahora era poco frecuente y solo la gente muy mayor como Treyment lo hablaba, ya que con el paso de los siglos este se fue modificando.
Nerea, Cavendish
Ambos nos observamos y luego dirigimos la vista hacia el cielo ya que la voz de Treyment retumbó en nuestras mentes.
Diríjanse al palacio. Cavendish, tu recuerdas el camino, guíala hacia allá. Allí podrán encontrar a sus padres, usaré mi magia para que tú, Nerea, puedas entender plenamente lo que los habitantes están diciendo, de este modo entenderás a la perfección todas las conversaciones.
Y, como dijo Treyment, inmediatamente comencé a entender a la perfección lo que todos estaban conversando, Cavendish me sonrió y luego de hacer un suave gesto acariciando mis nudillos, me jaló ligeramente en dirección hacia el palacio.
Tras caminar durante varios minutos logramos verlo, se encontraba allá a lo lejos, tenía un brillo propio que se diferenciaba por sobre el resto del pequeño pueblo, aquel brillo era tan único que con tan solo ver la fachada ya sentías que lo conocías por dentro. Las murallas que este poseía le brindaban al recinto mucho esplendor y majestuosidad, estas poseían un color crema, y algunas enredaderas perfectamente cuidadas, eran las que le brindaban el toque de color. Para cuando estuvimos más cerca me percaté que se encontraban rodeadas de una extraña aura azulina, y al mirar hacia la izquierda pude ver los enormes ventanales que poseía, los cuales, algunos te permitían observar el interior de unas cuantas habitaciones. El inmenso jardín se veía sumamente cuidado y había flores de diversos colores y olores, o al menos eso es lo que se podía apreciar desde donde nos encontrábamos. En verdad era sumamente agradable el percibir la brisa del aire y que este trajera consigo aquellos olores diversos.
Alcé la vista hacia el cielo y me percaté de un inmenso orbe color azul que giraba en lo alto del palacio, este desprendía algunas partículas azulinas brillantes, como escarcha, luego, cuando el aire soplaba, suavemente estas se desvanecían poco a poco.