SIGLO XV — ANTIGUA ALDEA DE MIONDALE
C A V E N D I S H
Mis manos comenzaron a sudar y lentamente mis dedos se fueron separando de los de Nerea. Observé al frente y me sentí sumamente avergonzado, quería huir para que ella no viera el estado en el cual me encontraba, una parte de mi mundo se derrumbó, la imagen de alguien moralmente correcto y valiente se desvaneció por completo, dejando tras de sí, nada, absolutamente nada. Allí, frente a nosotros se encontraba mi padre, pero este no estaba solo, junto a él se encontraba el rey de los humanos de aquella época, aquel rey que fue el causante de tantas muertes, aquel cruel tirano que fue el causante de la extinción de los unicornios de color negro.
Este hombre, al ver a mi padre en la entrada de su enorme y ostentoso salón, le hizo una señal con el dedo índice para que se acercara, y mi padre, de manera casi automática, se aproximó hasta estar a una corta distancia, luego, lentamente se agachó e hincó una rodilla en el suelo a modo de reverencia.
—Sabía que no eras tonto Caverot —el hombre regordete esbozó una sonrisa dejando a la vista sus amarillentos dientes—, hasta ahora has cumplido bien con tu trabajo, fuiste de gran ayuda para mi pueblo, salvaste muchas vidas he de admitir.
—Gracias, su majestad—respondió él de manera pausada e inexpresiva.
Para esos momentos sentía ganas de ir y golpearlo hasta el cansancio, importándome poco que fuera mi progenitor, él había sido el que nos traicionó, por su culpa tantas vidas se perdieron, y solo los dioses de la naturaleza saben cuanta sangre fue derramada por su causa a lo largo de los años. Si, por la culpa de aquel ser egoísta, aquel repudiable ser que se llevó el porqué de su accionar a la tumba. Sentía nauseas al estar presenciando esto, la impotencia que sentía dentro de mí generaba un remolino en el interior de mi estómago. Por la culpa de él los padres de Nerea estaban muertos…
—¿Y bien? —el regordete se acomodó los anillos de rubí que adornaban sus dedos, luego, ordenó a un muchacho que poseía una jarra metálica que se acercara, este le sirvió vino en una copa de oro, y una vez que le llenó el vaso, volvió a su posición inicial—¿Para qué hora piensan marcharse?
—En cuanto la luna se encuentre en su punto más alto partiremos de aquí, no volveremos a pisar sus tierras y ese terreno que ocupamos pasará a ser parte de su reino nuevamente. —él no alzó la cabeza en ningún momento, las palabras que emitía salían una tras otra sin que se sintiera una pizca de remordimiento.
—De acuerdo —el hombre chaqueó los dedos e inmediatamente un sujeto delgado con un papiro enrollado en una mano, y una bandeja de plata sobre la otra, se acercó—. Como bien sabes, mi estimado Caverot, soy un hombre de palabras, y espero lo mismo de las personas con las que hago cualquier tipo de trato. Así que, necesito un documento que me asegure que los de tu especie no se acercaran más a estas tierras, el terreno que poseen puede explotarse para comercio, y a decir verdad, no quisiera usar la fuerza bruta si deciden cambiar de opinión —el regordete sonrió mientras se ponía se pie y se alejaba de su ostentoso trono—. Como veras, sobre esa bandeja hay una pluma y una pequeña navaja, quiero tu palabra, pero no escrita con tinta, quiero tu palabra escrita con tu propia sangre.
Mi padre observó los implementos, él sujeto que los trajo los acomodó sobre el piso y lentamente se alejó. Luego él, tomó la navaja y se cortó la palma derecha, dejó caer varias gotas sobre la bandeja hasta que se formó un pequeño charco, tomó la pluma entre sus manos y empapándola bien sobre el líquido rojizo, la acercó al papiro y plasmó su firma allí. Una vez que terminó, colocó su palma izquierda sobre la otra mano, e inmediatamente luego de que un aura verde surgiera, la herida cerró.
—¡Excelente! —exclamó el regordete mientras se regocijaba—. Bueno mi estimado Caverot, ahora tienes mi palabra, las generaciones venideras crecerán en prosperidad sin que yo me aparezca en su camino, en especial tu hijo, prometo no tocar una sola hebra de su cabello.
—Gracias, su majestad.
—Puedes retirarte —el rey movió sus dedos en señal de despedida y mi padre se alejó lentamente de ese enorme salón hacia la salida.
Giré a observar a Nerea y esta se encontraba con los puños apretados a cada lado de su cuerpo, su cabeza estaba agachada y tenía el mentón pegado a su pecho, el cual subía y bajaba constantemente, las lágrimas transitaban una tras otra por sus mejillas hasta impregnarse en el suelo. Estiré mi brazo para poder tocarla, pero faltando solo unos cuantos centímetros para hacerlo, me detuve, no era prudente que lo hiciera, en verdad sentía que no tenía ningún tipo de derecho ahora. Todo lo que había creído hasta este preciso momento había sido una simple mentira, mi padre no fue un héroe como se cuenta en nuestra historia, él fue un traidor a nuestra especie, traicionó a su pueblo, traicionó a su familia y traicionó a sus amigos…