Bajo la Luz de los Suburbios

Capítulo 4

El avión por fin estaba listo para partir. Ya estaba algo impaciente, por lo que abordé en cuanto me lo permitieron. Pagué una tarifa extra por tener un asiento al lado de una ventana. Me gustaba ver el cielo por encima de las nubes. Era un capricho mío. Hubo algunas turbulencias mientras el avión terminaba de ascender pero no fue nada del otro mundo.

Por la ventana, ya podía apreciar las nubes formando un suelo blanco. El cielo de color azul intenso se extendía hasta donde alcanzaba a observar. Sin lugar a dudas, era una vista preciosa. "¿Alguna vez viste algo así, Gabriel?", me pregunté mientras me ponía cómodo en mi asiento.

―Pensé que no vendrías ―le había dicho en cuanto llegó aquella tarde al lugar al que habíamos acordado.

―Lo siento. Tuve una reunión imprevista con el consejo estudiantil.

—Descuida. Sé muy bien que eres alguien importante.

―No, solo soy el mentor. —Se apenó un poco— Los chicos de segundo no me hacen caso.

En los colegios de mi país, el núcleo del consejo estudiantil estaba formado por los estudiantes de segundo curso. Mientras que escogían a chicos de primero para cargos menores, y a alguien de tercer curso como mentor. Gabriel había sido recomendado por los profesores debido a sus excelentes calificaciones.

―Creo que tienes un cargo muy importante. Deberían escucharte ―dije antes de empezar a caminar.

―Sí, pero no sé cómo hacer que lo hagan. ―me respondió mientras me seguía―. Cada que intento guiar a esos chicos, me ignoran.

—¿Fue por eso que el evento cultural de la escuela fue un desastre? —Creo que llamarlo "desastre" era poco después aquel escándalo pero no lo quise hacer sentir mal.

—¡Sí! ¡Yo noté que era una pésima idea desde la planificación! ―Soltó un suspiro de agotamiento―. A veces pienso que solo estoy perdiendo tiempo.

―Si es tan malo, ¿por qué no renuncias? No pueden obligarte a ser parte de algo que no quieres.

Se tomó un tiempo antes de contestar.

―He pensado en hacerlo, pero… Ya sabes, estas cosas ayudan a que te acepten en una buena universidad. ―Me dedicó una sonrisa de resignación.

Llegamos a la heladería. Él pidió una ensalada de frutas con helado de fresa y chocolate, cubierto de crema y chispas de caramelo. En cambio yo, pedí una copa de helado de ron con pasas, frambuesa y pistacho con galletas de aderezo. Empezamos a comer en silencio. Habíamos elegido una mesa pequeña con dos asientos. Uno frente al otro. Gabriel a veces me dedicaba miradas fugaces. Sus ojos se iban a otra parte en cuanto se encontraban con los míos.

―¿Y cómo te va en el colegio? ―me preguntó por fin.

―No ―dije negando con la cabeza―. Ya sufro demasiado por el cole cuando estoy en él. Mejor hablemos de cosas más agradables. Dime, ¿Ya terminaste de leer tu libro?

―Sí, pero solo era el primer tomo. Es parte de una saga que todavía no está terminada. —Dio una pausa para comer una fresa—. ¿A ti también te gusta leer, Alan?

―No he leído más que los libros que nos obligan a leer en clases. Y la verdad la mayoría son tediosos. ―Gabriel soltó una corta risita cuando terminé de decirlo.

―Sí, algunos lo son ―respondió antes de llevarse una cucharada de helado de chocolate a la boca―. Deberías tratar con algo más ligero adecuado para tí.

―¿Porque soy tonto? ―lo cuestioné divertido.

―¡No! ―se apresuró en decir apenado―. ¡De ninguna manera! ¡Yo solo...! ―Mis carcajadas lo interrumpieron.

―Tranquilo. Estoy bromeando. ―Tomé una galleta y le di una mordida―. Tal vez intente leer alguno. ¿Me prestarías el que estabas leyendo? Cuando me explicaste de qué se trataba me pareció muy interesante.

―No sé si deberías leer ese. ―musitó dubitativo―. Entrar en la lectura por una larga saga de libros no es una buena idea.

―Entiendo. No me lo quieres prestar.

―No es eso. ―Volvió a estar apenado. Quizás estaba siendo algo pesado con mis bromas. Gabriel no era capaz de distinguir cuando estaba hablando en serio y cuando no―. Mira, tengo algo que sería mucho mejor para empezar. Mañana te lo entregaré en el colegio durante el receso.

―¡No! ―No pude disimular y fuí brusco con él―. Tengo muchas cosas que hacer mañana. Así que, mejor dámelo cuando terminen las clases.

―Bien. ―dijo todavía algo sorprendido y bajó la mirada.

No hablamos de nada relevante hasta que terminamos de comer. Gabriel se limitaba a contestarme con frases cortas y formalidades. Lo sentí más apagado que cuando habíamos llegado. "Lo sabe", pensé. "Sabe que no quiero que se me acerque en la escuela". Nos despedimos en cuanto nuestros caminos se separaron. Y entonces la culpa que ya sentía desde que estábamos en la heladería, terminó por invadirme por completo. Esa noche fui al parque San Juan.

―No lo entiendo ―le decía a El Frío. Era el único de mis amigos que había ido al parque esa noche―. Me siento bien estando con él y me gusta ser su amigo. Pero no quiero que los demás lo sepan. No quiero que se rían de mí por vernos juntos.

―Amigo, eres un imbécil ―me respondió tranquilo antes de llevarse la botella de cerveza a la boca y tomar un trago.

―Lo sé. ―Bajé la cabeza y me crucé de brazos.

―No te mortifiques. ―Me extendió la botella de cerveza―. Todos somos imbéciles a tú edad. Nos preocupan cosas banales. Nos importa todo lo que dicen los demás de nosotros aún cuando no es verdad.

El Frío apenas tenía veinticuatro años, pero hablaba como alguien que había vivido muchos más. Siempre me pregunté quien era en realidad. ¿Qué historia había detrás de esa persona? Alguna vez me sentí tentado a preguntar. Sin embargo, en el parque había un acuerdo no verbal: "Nadie debe hacer demasiadas preguntas".

―No me gusta ser así. ―Tomé un largo trago de cerveza.

―Pero tampoco harás nada por cambiar, ¿no?

―Me aterra pensar en lo que podría pasar si lo intento.

―Es razonable. Tampoco te sientas presionado.

El día siguiente volví a estar somnoliento y de mal humor. Casi no hablé con mis amigos del colegio. También rehuía de Rosa. Ella siempre quería estar conmigo durante del descanso. Me abrazaba y me besaba. Era tan molesto tener que corresponderle. Para ser honesto, incluso me resultaba un poco repulsivo a veces.




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