El gigantesco espíritu de valentía de Luke surgió de golpe, sorprendiéndolos a todos.
—Iré a buscar ayuda —dijo Luke en voz alta.
—Tú, no amigo —dijo Enzo—, el que debería ir es el profesor Lafuente.
—Yo no voy a salir de aquí, además, soy el profesor y doy las órdenes.
—Sí, como no...
Luke tenía mucho más el aspecto de un enamorado que el de un gran héroe de sorprendentes batallas queriendo salvarle la vida a su amada.
— ¿Y cómo vas a hacer eso? —dijo Liz.
—Tengo una camisa gris y un pantalón negro, puedo confundirme con la niebla.
—Hay un problema...
— ¿Cuál?
—Tus zapatos rojos...
El ingenio de Luke hizo que bajara la vista hacia los zapatos blancos de Enzo, resolviendo el problema.
—No, no... Ni lo pienses, mis zapatillas no, son nuevas.
Milo, Liz, Joaquín y hasta el profesor Lafuente agarraron a Enzo mientras Luke le retiraba los zapatos.
— ¡Uf! ¡Uf! Pero Enzo tus zapatillas apestan horrible.
—Es que estaban húmedas.
Luke dio cuatro pasos, se ubicó frente a la puerta con el corazón estrujándole el pecho y los ojos cerrados. El sudor se le había convertido en agua fría y el estómago le dio un vuelco. Violetta se le aproximó, lo miró fijamente y sin pensarlo mucho, le dio un fuerte abrazo acompañado por un sonoro beso en la mejilla.
— ¡Cuídate! —dijo revolviéndole el pelo con la mano.
—Muy cerca de aquí se encuentra la casa del señor Morones, él te puede ayudar —dijo el profesor Lafuente dándole una palmadita en la espalda.
—Lo sé profe...
—Si no salvas de esta, te colocaré una buena nota.
Luke respiró profundo, apretó los dientes ante la oscura y tenebrosa niebla. Pero aún no daba su primer paso, cuando Joaquín lo empujó sumergiéndolo en la niebla.
—Vete ya, gallina —dijo, y cerró la puerta.
Luke se quedó por un momento sin moverse dentro de la niebla, apretó los labios y corrió con dirección hacia la casa del señor Morones. Sus pisadas golpeteaban el suelo como si quisiera hacer añicos el asfalto, esforzándose para no mirar hacia atrás, porque sabía que algo lo estaba siguiendo. Cada vez que avanzaba su respiración se oía más agitada, y borró de su mente la idea de que sería devorado por la criatura que rondaba entre la niebla.
Aunque su visión era borrosa, alcanzó a ver una luz amarilla a lo lejos.
—Solo un poco más.
Pensó en Violetta, en su sonrisa y eso le dio valor. La luz amarilla venía de la ventana del señor Morones, y tambaleándose llegó a la puerta moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Abra la puerta, por favor... por favor, ábrala, se lo suplico...
El golpe a la puerta cada vez era más fuerte, y de pronto, a Luke se le ocurrió mirar hacia atrás, pues presentía como si esa cosa se estuviera aproximando, al igual que sentía que los gusanos se le retorcían en el estómago.
La puerta se abrió de repente, y se dejó caer frente a los ojos de asombro del señor Morones.
— ¿Qué tienes, niño? ¿De dónde vienes?
— ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Ayuda!
— ¿Qué te pasó?
—Hay una cosa allá afuera que quiere devorarse a mis amigos.
— ¿Qué cosa? ¿Cuáles amigos?
El señor Morones, se asomó por la ventana y se acicaló la cabeza como si no entendiera lo que estaba pasando.
—Si afuera solo hay niebla, ¿estás seguro de eso? —dijo.
—Esa cosa se oculta en la niebla, por eso necesito de su ayuda...
—Lo siento niño, no sé cómo ayudarte.
—No me diga eso, usted era nuestra única salvación.
— ¿Dónde están tus amigos?
—En la Escuela de Música.
— ¿Y Rufino?
—Esa cosa se lo llevó, y no lo volvimos a ver.