03:08 p. m.
El piso comenzó a temblar. Luke volvió a sentir esa lombriz en el estómago que le mordía siempre que veía de cerca la muerte. A Tolosa se le hincharon los ojos, mientras Joaquín se agarró de las piernas del profesor Lafuente. Liz, Violetta, y Milo se cogieron de las manos, porque no estaban muy seguros de que pudieran salir vivos. Enzo y la profesora de literatura con sus caras pálidas y la piel erizándoseles.
Todos miraron hacia el patio, donde lentamente la niebla se posaba. Sintieron que algo empezó a moverse bajo sus pies, y de pronto, se oyó un ruido estremecedor. El pulpo había emergido de la tierra haciendo un enorme agujero en el piso.
—Madre mía, era cierto —dijo Liz, echándole a Violetta la mirada de espanto que reservaba solo para ella.
El pulpo movía sus tentáculos haciendo un ruido asqueroso cada vez que se arrastraba. La profesora de literatura volvió a desmayarse mientras cada uno comenzó a retroceder, con los corazones azotando sus costillas.
—Vamos a morir... —dijo Milo, asustado, cuando el pulpo se aproximaba.
—Llévatelo a él primero —dijo el profesor Lafuente, empujando a Joaquín.
— ¡Oiga! ¿Qué le pasa? —gritó Joaquín.
Dos de sus tentáculos putrefactos se deslizaron con dirección a Joaquín, pero tan solo rozaron su cabeza envolviéndose en la humanidad del profesor Lafuente, apretándolo, haciéndole traquear los huesos.
— ¡AYÚDENME, NIÑOS! ¡AYUDA! —gritó el profesor Lafuente.
El pulpo batía violentamente al profesor Lafuente con sus pegajosos tentáculos, y Violetta intentó ayudarlo, pero Luke la detuvo.
—No hay nada que podamos a hacer —dijo Luke con tristeza.
El profesor Lafuente comenzó a retorcerse en el aire, y luego cayó dentro de la boca del pulpo.
—Esto no puede estar pasando —dijo Violetta apesadumbrada al ver como el pulpo se tragaba de un bocado al profesor Lafuente.
—Se acaba de comer al profesor de matemáticas... —dijo Liz.
—Entonces el lunes no vamos a tener clases de matemáticas —dijo Enzo entre dientes.
—Si sales vivo de aquí —dijo Joaquín con firmeza.
El pulpo hundió su cabeza en el piso y empezó a destruir todo a su paso, incluso, desplomó el salón 7 donde se hallaban los instrumentos de la banda de rock.
—Es como si nadara bajo la tierra —dijo Milo sin levantar la vista.
Enseguida el pulpo desprendió un sonoro chillido, dio un salto en el aire y se echó un clavado volviéndose a sumergir en la tierra con una gran facilidad. Parecía estar divirtiéndose antes de ir por su presa.
Había hecho muchos agujeros y las paredes estaban a punto de caerse. Violetta observó que el pulpo se detuvo donde se encontraba la profesora de literatura que todavía no se despertaba.
—Es el fin... —dijo Luke en voz baja.
—Creo que tampoco vamos a tener clases de español —dijo Enzo, con voz impregnada de risa nerviosa.
Sin embargo, el pulpo se dio cuenta de que no era una presa apetitosa y siguió avanzando hacia ellos, mirándolos fijamente. A Tolosa el grito se le atragantó viendo al animal aproximándosele.
—No quiero morir... Dios, prometo no hacer más bulling —dijo Joaquín entrecortadamente.
— ¿Qué es lo que tienes en la mano? —preguntó Violetta.
—Es un lanzador de arpones, me lo regaló el señor Morones —dijo Luke sin apartar la vista del pulpo.
— ¿Para qué sirve? —dijo Milo bajando la voz hasta convertirla en un lamento.
— ¿Qué vamos a hacer? —dijo Enzo, que parecía que iba a llorar.
—Tenemos que salir por la otra puerta —dijo Joaquín en voz alta.
El primero en correr fue Joaquín, lo seguía Tolosa. Detrás venían Enzo y Liz, luego estaban Milo y Luke. Por último, la que los alentaba a seguir avanzando era Violetta, que no pudo evitar mirar hacia atrás, viendo como el pulpo se hallaba a una corta distancia de atraparlos. Joaquín abrió la puerta trasera y cuando Violetta volvió a mirar por encima de su hombro, ya el pulpo había desaparecido.
— ¿Dónde está? —musitó Violetta, casi cerrado sus ojos claros.
Sin que nadie lo esperara un grueso tentáculo de color negruzco salió de la niebla llevándose a Joaquín tan rápido que ninguno logró reaccionar. Luego salió otro tentáculo atrapando a Enzo, él quiso sujetarse en Liz; pero no pudo hacerlo, ni siquiera le dio tiempo de gritar. Y la niebla los ocultó.