Bajo la nieve de Birchwoood

Capítulo 6: Una casa enorme

Alexander

El frío de Birchwood al abrir la puerta era el de siempre: un frío seco, antiguo, que llevaba décadas acumulado en la piedra y las vigas de roble. No era el frío húmedo de Londres, sino algo más profundo, algo que parecía salir de las entrañas mismas de la casa.

Encendí las luces. Los apliques de la pared iluminaron el vestíbulo principal, con su escalera de madera oscura que se dividía en dos brazos y su enorme lámpara de hierro forjado colgando del techo abovedado. Todo estaba impecable, gracias a la señora Davies, la encargada local que venía una vez por semana. Pero la limpieza no podía ocultar la ausencia. La casa estaba vacía. Vacía de ruido, de vida, de los ecos de las discusiones de mis padres o de la música que mi madre a veces ponía a todo volumen para romper el silencio.

Charlotte irrumpió corriendo, sus botitas dejando marcas mojadas sobre el suelo de piedra pulida.

—¡Corre, Eleanor, ven a ver la sala! ¡Hay un piano enorme!

Entonces la vi entrar. Eleanor.

Se detuvo justo después del umbral, como si una barrera invisible le impidiera avanzar. Su mirada recorrió el vestíbulo, subió por la escalera, se posó en los retratos antiguos que colgaban de las paredes. No había asombro en su rostro ni admiración. Había algo más parecido al respeto que se le tiene a un museo, mezclado con una cautela palpable. Como si temiera que, con un movimiento en falso, pudiera romper algo invisible pero valiosísimo.

Dejó su bolso desgastado con sumo cuidado en el banco de madera junto a la puerta, como si el contacto entre su pertenencia y el mueble ancestral fuera una transgresión.

—¿Dónde… dónde ponemos las cosas? —preguntó.

Su voz fue un susurro que el silencio de la casa amplificó levemente.

—Charles preparó las habitaciones —dije, procurando que mi tono fuera neutro, de simple instrucción—. La tuya está en el ala este, primera puerta a la derecha en el rellano superior.

—La de Charlotte está al lado de la mía, en el ala oeste.

Vi el casi imperceptible movimiento de sus ojos. Calculando distancias. Entendiendo la geografía social de la casa: los empleados a un lado, la familia al otro. Separados por el vasto océano del vestíbulo y la escalera.

—Gracias —murmuró.

Recogió su bolso y la pequeña maleta de Charlotte.

—Ven, Charlotte, vamos a ver tu habitación.

Las seguí a distancia, subiendo la escalera. Eleanor caminaba pegada a la pared, sus dedos rozando la barandilla sin realmente apoyarse, como si no se sintiera autorizada a tocarla. Al llegar al rellano, se detuvo, indecisa entre las dos direcciones opuestas.

—Allí —señalé hacia el corredor de la derecha, el más estrecho, el de las habitaciones que siempre habían sido consideradas “secundarias”.

Ella asintió y se alejó, llevando de la mano a Charlotte, que no dejaba de hablar. Observé cómo se movía: no con torpeza, sino con una precisión deliberada, midiendo cada paso, cada gesto. Al pasar junto a una mesita auxiliar con un jarrón de porcelana china, su brazo se pegó al cuerpo, evitándolo con un margen de seguridad exagerado.

Era absurdo. Nadie le había dicho que tuviera miedo. La casa era grande, sí, pero solo era una casa. Sin embargo, la veía recorrer el pasillo como si caminara por un campo minado, y una extraña irritación, mezclada con algo que no quería nombrar, se agitó en mi pecho.

Me dirigí a mi propia habitación, en el ala oeste. La conocía desde niño. El mismo mobiliario pesado, las mismas vistas al bosque. El silencio allí era aún más completo. Desde mi ventana, vi cómo la nieve seguía cayendo, envolviendo el mundo en un manto blanco y mudo.

Más tarde, bajé a la cocina. La señora Davies había dejado un guiso preparado que solo necesitaba calentarse. Encendí el fuego bajo la cazuela, un gesto mecánico. Fue entonces cuando las oí llegar.

—¿Y puedo poner mis muñecas en esa repisa, Eleanor?

—Solo si prometes que no van a saltar desde allí, Charlotte. Sería una misión de rescate muy peligrosa.

La voz de Eleanor era suave, paciente, incluso juguetona. Sonaba distinta a como sonaba en Londres. Más relajada, a pesar de la tensión que yo había visto antes en sus hombros.

Asomé la cabeza por la puerta de la cocina. Estaban en el gran salón contiguo. Charlotte había encendido la chimenea siguiendo las instrucciones que yo mismo le había enseñado años atrás, y el fuego comenzaba a crepitar, arrojando sombras danzantes sobre las paredes forradas de libros.

Eleanor no estaba sentada en ningún sofá. Se había acomodado en el borde de un gran cojín en el suelo, cerca de la alfombra, como si esa fuera su posición natural y los muebles existieran solo para ser observados. Miraba las llamas, abrazándose las rodillas. A la luz del fuego, su perfil parecía más joven, más vulnerable. Su ropa sencilla —un suéter beige y unos jeans oscuros— se fundía con la penumbra, haciendo que su figura pareciera casi una sombra más.

Noté entonces el detalle que me había estado molestando desde que llegamos: se movía con un cuidado excesivo, sí, pero no por torpeza. Lo hacía como alguien acostumbrado a espacios pequeños, a calcular cada movimiento para no molestar, a ocupar el mínimo lugar posible. Como si su propia presencia fuera un favor que debía justificarse constantemente.

Charlotte se tumbó sobre la alfombra, apoyando la cabeza en el regazo de Eleanor. Y ella, sin pensarlo, comenzó a acariciarle el pelo con una naturalidad que me tomó por sorpresa. No era el gesto de una empleada. Era el gesto de alguien que se preocupa.

Me retiré de la puerta antes de que me vieran y volví a la cocina. El guiso burbujeaba en la cazuela, llenando el aire de un olor a comida casera que parecía extrañamente fuera de lugar en aquella cocina profesional e impecable.

Birchwood era enorme, vacía y fría. Era la casa de mi familia, un lugar de retiro y, a veces, de exilio. Pero al ver a Eleanor allí, tan pequeña y tan cuidadosa, comprendí por primera vez que la enorme distancia que separaba las dos alas de la casa no era solo física. Era la distancia entre dos mundos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.