Bajo la noche más larga

Prologo

¿Puede una canción cambiar tu vida?

Dora, mi labrador de dos años, avanzaba con esa energía inagotable que la caracterizaba, tirando suavemente de la correa mientras me guiaba entre las personas que, aunque no podía ver, sabía que murmuraban cosas sin sentido sobre mí. Esas palabras podían estar llenas de lástima disfrazada de admiración o simplemente de especulación insensible, pero yo las apartaba de mi mente como hojas al viento. ¿Por qué gastar mi energía preocupándome por algo que no podía cambiar?

“La joven estrella del pueblo, Kyle Gardner, ha perdido la vista en un accidente y, con ello, la oportunidad de su vida de ir a la universidad y unirse al equipo más grande de béisbol”.

Perfecto para un titular de periódico. Podría jurar que alguien ya lo estaba escribiendo para la gaceta escolar, quizás incluso ilustrado con una foto antigua mía en el campo, bate en mano y sonrisa orgullosa. Afortunadamente, no podía ver esas palabras, lo que me daba un poco de alivio en medio de la tormenta de rumores y chismes que giraban a mi alrededor.

La plaza del pueblo estaba llena. Podía escucharlo: risas, pasos cruzándose en todas direcciones, niños corriendo y gritos lejanos mezclándose con una música alegre. El aire estaba impregnado de un dulce aroma a chocolate caliente y canela. Celebraban el solsticio de invierno. Un clásico del pueblo.

Solía disfrutar de ese día con mi familia y amigos, entre las luces, los puestos de comida y las pequeñas fogatas donde nos calentábamos las manos. Ahora, estar allí se sentía extraño. No quería ser la causa de la tristeza de nadie ni arruinar el momento con mi amargura. Todos habían insistido en que los acompañara, pero lo cierto era que no podría estar con ellos actuando como si todo siguiera igual, como si nada en mí hubiera cambiado.

Mientras caminaba, intenté encontrar un lugar tranquilo. Me dejé guiar por Dora, confiando en el ritmo de sus pasos. Finalmente, mis dedos encontraron el borde frío y áspero de una banca. Aliviado, me dejé caer y solté un suspiro mientras estiraba las piernas. Dora, fiel como siempre, se acomodó a mi lado, apoyando la cabeza en mi rodilla. Sonreí al sentir su cola agitándose de un lado a otro, golpeando suavemente mi pantalón.

—Tú pareces muy feliz —susurré, rascándole detrás de las orejas—. Creo que disfrutas esto más que yo.

Ella respondió con un suave jadeo, como si hubiera entendido cada palabra. Por un momento, su entusiasmo logró arrancarme de la nube gris en la que había estado viviendo últimamente. Mientras acariciaba su pelaje tibio, me dejé envolver por las risas y los gritos de felicidad.

Entonces, como si todo lo demás desapareciera, una melodía de guitarra llegó a mis oídos. Las notas tenían un magnetismo imposible de ignorar. Su sonido me tranquilizaba, haciéndome olvidar el bullicio a mi alrededor. Con un ligero movimiento, ajusté mis gafas y me dejé llevar por la armonía de las cuerdas, sintiendo cómo cada nota me transportaba a un lugar más sereno.

Y entonces, algo extraordinario ocurrió.

El dulce y cautivador sonido de la guitarra se unió a una voz. Pero no cualquier voz. Era suave y potente a la vez, como si hablara directamente al rincón más vulnerable de mi ser. Era el tipo de voz que uno no olvida fácilmente, el tipo de voz que podía quedarse atrapada en los pensamientos durante días.

Las palabras flotaban en el aire como un hechizo…

“No podías verme, ni en el ayer, ni en el presente,
pero yo estaba ahí, como un espectador silencioso en tu universo.
Contemplándote con la admiración que se le tiene a una obra de arte.
¿Era lo suficientemente valiente para confesar la fascinación que despertabas en mí?
Me temo que no”.

Me incorporé lentamente, con un gesto casi automático. Con Dora guiándome, traté de aproximarme a aquella voz capaz de hipnotizar hasta al hombre con mayor fuerza de voluntad.

La canción continuaba, susurrándome secretos al oído mientras avanzaba.

“Un sentimiento tan largo
como las noches de invierno
y un amor tan fugaz
como un solsticio de verano”

Finalmente, me detuve. No tenía idea de cuánto dinero llevaba conmigo, pero no me importó. Busqué a tientas en mi chaqueta hasta que encontré algo y lo extendí. ¿Se daría cuenta de que estaba temblando? Ni siquiera estaba seguro de estar apuntando en la dirección correcta. Todo parecía estar en pausa hasta que sentí el roce ligero de unos dedos contra los míos.

Fue un contacto breve, tan fugaz que casi podría haberme convencido de que lo había imaginado. Pero fue suficiente. Ese leve toque recorrió mi piel como un relámpago, encendiendo algo que no recordaba haber sentido antes.

—Hola… —murmuré, mi voz temblorosa, casi apagada entre el bullicio de la plaza.

Una parte de mí esperaba, desesperadamente, que ella respondiera. Pero otra parte, quizás la más cobarde, temía que todo aquello fuera un espejismo. Que, después de recibir mi dinero, simplemente se hubiera marchado, dejando atrás su voz angelical como un recuerdo.



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En el texto hay: cantante, romance, beisbolista

Editado: 03.03.2025

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