Bajo la noche más larga

03

Con el paso de los días, pensé que mi escándalo empezaría a perder interés, que pronto aparecería alguien dispuesto a sacrificar su dignidad por los titulares y me robaría el foco. Pero la cruda realidad no tardó en darme una bofetada: la prensa no estaba lista para soltarme.

La brillante idea de “desaparecer” resultó ser contraproducente; solo avivó la curiosidad de los buitres mediáticos. Cada día surgía una nueva teoría sobre mi paradero. Que si estaba en una clínica de rehabilitación en Suiza, que si me había casado en secreto con un príncipe árabe o, mi favorita, que me había unido a una secta para limpiar mi imagen tras tanto escándalo.

Lo peor no era la creatividad enfermiza de los rumores, sino que algunos eran tan acertados que me daban escalofríos. La prensa tenía un don especial para meter el dedo justo en la llaga, como si llevaran un detector de inseguridades.

Mientras ellos seguían inventando teorías sobre mi paradero, yo estaba atrapada en mi propia casa como una criminal prófuga. Ni siquiera me atrevía a abrir las cortinas por miedo a que algún paparazzi, escondido en un arbusto, captara mi sombra y la convirtiera en la portada del día siguiente. Temía que cualquier movimiento en falso pudiera empeorar la situación, no solo para mí, sino también para aquellos que se esforzaban por reparar el desastre que había causado. Mi ansiedad era una olla de presión a punto de estallar, y cada día se sentía como una lucha constante por mantener la cordura en medio del caos.

Fue justo en uno de esos días grises, mientras contemplaba el techo como si fuera una obra maestra del Renacimiento, que Pamela, mi asistente y terapeuta no oficial, apareció en la puerta de mi habitación.

—Tiny, Allan está en la sala esperándote.

Me miraba con pesar, lo que solo significaba una cosa: estaba a punto de recibir otro sermón de Allan.

Suspiré y me levanté con la gracia de un gato atropellado.

—Esto va a ser malo…

Allan estaba sentado en el sofá como si fuera el dueño del universo, con el ceño fruncido y el teléfono pegado a la oreja. Su pierna derecha se movía con un tic nervioso que confirmaba lo obvio: estaba furioso. Cuando finalmente colgó, lanzó su teléfono al asiento contiguo como si quisiera deshacerse de un objeto maldito.

—No viví cuarenta y ocho años para terminar así —dijo a modo de saludo. Ni un “hola”, ni un “¿cómo estás?”. Nada.

Dejó caer la espalda contra el respaldo del sofá y suspiró profundamente. Por un segundo, su máscara de profesionalismo impenetrable se resquebrajó.

—He hablado con los de la disquera —mis nervios se dispararon como fuegos artificiales—. Están dispuestos a darte otra oportunidad.

Las palabras flotaron en el aire como burbujas mágicas antes de estallar en mi cerebro. ¿Otra oportunidad? ¿De verdad? Sin pensarlo dos veces, me lancé sobre Allan y lo llené de besos ruidosos en la mejilla.

—¡Gracias! ¡Gracias, gracias, gracias! —repetí entre risitas histéricas.

—¡Basta ya! —gruñó, apartándome como si fuera un perro hiperactivo—. Aún estoy molesto contigo.

Me detuve al instante, aunque no pude evitar sonreír como una niña frente a un helado gigante.

—Pero aun así abogaste por mí en la disquera.

—Lo hice. Así que será mejor que escribas algo bueno cuando regreses.

Fruncí el ceño, confundida.

—¿Cuándo regrese? ¿De dónde?

—¿Cómo que de dónde? Obviamente, cuando regreses de tu desaparición.

—¿Desaparición? —repetí con incredulidad—. ¿No te has dado cuenta? ¡Ya estoy desaparecida! No he salido ni para comprar pan. Soy básicamente un fantasma.

Allan levantó una mano para interrumpirme.

—Oh, creo que no fui lo suficientemente claro. Con desaparecer me refiero a hacerlo de verdad. Deja Beverly Hills. Deja California. Si fuera por mí, dejarías el país también, pero eso ya sería demasiado complicado.

Lo miré fijamente, esperando que soltara una carcajada y dijera "¡Es broma!". Pero no lo hizo.

—¿Estás hablando en serio?

—¿Me ves cara de estar bromeando?

No, no lo hacía. Su expresión era tan seria que me dieron ganas de reír solo por nerviosismo.

—¿Y a dónde se supone que vaya?

Allan se encogió de hombros como si acabara de sugerir algo tan simple como elegir entre té o café.

—No es mi problema. Solo desaparece y escribe muchas canciones que generen millones de dólares.

—Claro, Allan, porque soy una máquina expendedora de éxitos. Inserta drama, selecciona “hit” y listo. —Un poco más y mi desesperación me haría explotar—. En serio, has perdido la cabeza.

—Deberías aprovechar e ir a visitar a tus padres —sugirió con aire casi despreocupado—. Preguntar a dónde ir es estúpido cuando tienes la casa de tus padres como opción.

Mis padres. No había pensado en ellos en meses, quizás más. Lo más seguro es que estuvieran al tanto de mis escándalos. Mi padre probablemente estaría disfrutando su momento de “te lo dije” en algún rincón oscuro de su mente, confirmando una vez más que tenía razón sobre mi “fracaso en el mundo artístico".



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En el texto hay: romance, amor

Editado: 14.06.2025

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