Una vez que logré sacudirme la neblina de confusión y sorpresa que me dejó el reencuentro con Ever ―o Destiny, como ahora la conocía el mundo entero―, no perdí ni un segundo en tratar de contactarla. Y vaya sorpresa la mía al descubrir que estaba hospedada en el resort de mi familia.
¿El problema? Su suite era más inaccesible que el Área 51.
Al parecer, Ever había dejado claro que su privacidad era sagrada. Nada de visitas inesperadas ni encuentros espontáneos. Básicamente, si no eras parte de su círculo más cercano, estabas fuera.
Era frustrante. ¿Cómo iba a volver a verla si me trataban como si fuera su antifan número uno?
Pero si algo había aprendido en el béisbol era que rendirse no estaba en mi diccionario. Así que recurrí a Google.
Me sumergí en Internet como un detective en busca de pistas, leyendo cada artículo, viendo cada entrevista y desplazándome por un sinfín de videos. Y cuanto más investigaba, más me daba cuenta de que el mundo no exageraba con Destiny Rowan.
Ever no solo era famosa. Estaba en la cúspide.
Álbumes platino, estadios repletos de fanáticos gritando su nombre, premios en ceremonias de renombre. Pero lo que más me impactó no fueron los números ni los titulares estridentes, sino la pasión en su música. Esa autenticidad que yo sentí en ella mucho antes de que el mundo la descubriera.
No podía negar que su éxito era impresionante, pero también encontré las sombras que lo acompañaban.
Rumores de problemas familiares. Conflictos con discográficas. Escándalos amorosos. Críticos que parecían disfrutar desmenuzándola con cada nueva canción. Aun así, todo eso me pareció insignificante comparado con lo que había logrado.
Y mientras más leía sobre ella, más orgullo sentía.
Se había enfrentado a su padre. Había elegido su sueño en vez de lo que esperaban de ella y ahora brillaba como una estrella que nadie podía apagar.
Me descubrí sonriendo.
Era asombrosa.
Y entonces llegó la bofetada de realidad: lo ridículamente desconectado que había estado.
Mi sobrina Sky parecía ser su fan número uno y Paige la conocía desde la escuela. Y yo, tan absorto en mi carrera, había dejado que todo eso pasara frente a mis narices sin darme cuenta. Paige tenía razón: mi mundo giraba tan rápido alrededor de las bases y los estadios que había ignorado todo lo demás.
Aunque, en mi defensa, la música de Ever no era precisamente lo que escuchaba para motivarme antes de un partido.
Pero ahora, viendo sus conciertos, leyendo los comentarios de sus seguidores, escuchando su voz en cada video, no podía dejar de admirarla.
La multitud gritaba su nombre con una energía electrizante. Sus fans la adoraban. Parecía tener un superpoder para tocar el corazón de la gente y su voz… seguía siendo igual de única, igual de real… igual que la primera vez que la escuché.
Entonces, mientras me perdía en otro video suyo, una pregunta se coló en mi mente con la sutileza de una bola lanzada a 100 millas por hora:
¿Sabía de mi vida tanto como yo ahora sabía de la suya?
Me la imaginé, sentada en algún sofá lujoso, viendo uno de mis juegos en la televisión, escuchando a los comentaristas hablar de mi promedio de bateo, mis estadísticas y mi habilidad para batear en situaciones de presión.
¿Se emocionaría al escuchar mi nombre?
¿Se preguntaría si yo estaba donde siempre quise estar, como yo ahora me preguntaba por ella?
Lograr lo que soñé no había sido fácil. Había batallas que nunca mencionaba, sacrificios que rara vez salían en los titulares. Sin embargo, valió la pena, tal como lo había valido para Ever.
La idea me reconfortó. Tal vez nuestras vidas habían tomado caminos distintos, pero en algún rincón de su mente, me gustaba pensar que todavía existía un espacio para mí.
Porque para mí, ella nunca había dejado de existir.
—Tío, ¿a ti también te gusta Tiny?
La voz de Sky me sacó de golpe de mis pensamientos.
Estaba colgada del respaldo del sofá como un koala, mirando la pantalla de mi teléfono con ojos brillantes.
Bloqueé el dispositivo de inmediato en un intento desesperado por salvar mi dignidad, pero su mirada astuta me dijo que ya era demasiado tarde.
—¿Tiny? —pregunté, fingiendo desinterés.
—¡Sí! Destiny Rowan. Todo el mundo la llama Tiny —explicó con la seguridad de una fanática experta.
No me dio tiempo de reaccionar antes de lanzarse sobre mí con la agilidad de una ladrona profesional, apoderándose de mi teléfono en un abrir y cerrar de ojos.
—¡Sky! Devuélvemelo. No es un juguete —protesté, aunque sin demasiado esfuerzo.
Desde el otro lado de la sala, Paige nos observaba con una sonrisa que no presagiaba nada bueno. Se acercó con la actitud de alguien que acaba de olfatear un chisme jugoso.