Avergonzada era poco para describir cómo me sentía. Desear que la tierra me tragara era algo cotidiano en mi vida, pero ese día parecía una necesidad urgente. Ojalá hubiera sido de esas personas que se despiertan después de una borrachera con la mente en blanco, pero no tenía tanta suerte.
En lugar de eso, era el tipo de persona que recordaba todo. Absolutamente todo.
Solo necesitaba unas pastillas para el dolor de cabeza, un batido horrible hecho por Pamela y listo: en un par de horas, como por arte de magia, recordaba todo el ridículo que había hecho y cada frase estúpida que había dicho mientras estaba borracha. ¿De qué servía recordar las tonterías de la noche anterior si solo lograban hacerme vivir con vergüenza el resto de mi vida?
¿Por qué había permitido que Kyle me acompañara? Esa pregunta me perseguía mientras miraba el techo, tratando de encontrar una excusa. Tal vez porque necesitaba compañía. Tal vez porque mi soledad se sintió insoportable después de haber discutido con mi padre. O, simplemente, porque era una idiota que necesitaba a alguien a su lado, aunque las consecuencias fueran que él descubriera que yo no era más que una fachada.
“Yo también estoy orgulloso de ti”.
¿De qué exactamente? ¿De mi brillante habilidad para arruinar todo lo que toco? Pero su voz había sonado tan sincera que no pude ignorar cómo me hizo sentir. Orgulloso de mí. De mí, la Destiny que había acumulado más fracasos públicos que premios, la que era tendencia en las redes sociales por los motivos equivocados.
A pesar de que yo era consciente del desastre que era, las palabras de Kyle encendieron una llamita dentro de mí, haciéndome sentir que quizá no estaba tan rota como pensaba.
Había pasado un día entero sin saber de Kyle y, aunque un día antes había insistido en que no quería verlo ni hablarle, ahora me sentía desilusionada por no haber recibido ninguna de sus apariciones sorpresa. A lo mejor, después de todo lo ocurrido, había llegado a la conclusión de que lo más sensato era alejarse de mí. ¿Qué podía ofrecerle una amiga como yo, la alcohólica Destiny Rowan, cuya vida se desmoronaba y que estaba al borde de perder su carrera?
Resignada a que no sabría nada de Kyle, pasé el día sumida en silencio, con mi guitarra descansando sobre mis piernas, mientras mis dedos se deslizaban por las cuerdas, tocando acordes dispersos que apenas lograban llenar el vacío que sentía.
Pamela, por su parte, permaneció callada, observándome con esa mirada que decía todo sin necesidad de palabras. Sabía que se moría por preguntar cómo había pasado de salir a ver a mi familia a terminar alcoholizándome con Kyle. Quizá estaba esperando que yo hablara primero, pero eso no iba a pasar.
A medida que avanzaba la tarde, el peso del día se hacía más denso. Los minutos se alargaban y el mundo fuera de mi suite se sentía como un lugar distante al que no estaba segura de querer regresar. Cuando el sol comenzó a esconderse, Pamela se acercó y me dio un corto abrazo.
—Voy a mi habitación. Descansa, ¿sí?
Me limité a asentir mientras ella desaparecía, dejándome sola con mis pensamientos, el eco de mis dedos tocando las cuerdas y una pregunta que no podía dejar de repetirme: ¿Dónde estaba Kyle?
Sacudí la cabeza, como si eso fuera suficiente para dejar de pensar en él, y volví a concentrarme en la improvisada melodía de mi guitarra. La luz cálida de la lámpara creaba un ambiente tenue que acompañaba perfectamente mi melancolía.
El sonido del timbre interrumpió mi concentración y, de inmediato, pensé que Pamela había olvidado algo. Sin embargo, al girar el picaporte, me encontré cara a cara con Kyle.
Una mezcla extraña de sorpresa, nerviosismo y, aunque me costara admitirlo, esperanza recorrió mi cuerpo. Era como si el destino me hubiera arrojado una segunda oportunidad, un poco retorcida, para enmendar algo del caos de la noche anterior.
—Hola… Sé que es un poco tarde y que quizá estoy interrumpiendo algo importante, pero ¿sería posible que pudiéramos hablar?
Mis ojos se desviaron al reloj: las diez y media de la noche. ¿Tarde? Él podría haber llegado a las tres de la mañana y yo aún habría estado allí, abriendo la puerta como si lo hubiera estado esperando.
—¡No, para nada! Ni siquiera es tan tarde —respondí tan rápido que casi me tropecé con mis propias palabras. Me aparté para dejarlo pasar—. ¿Quieres entrar?
Él sonrió, algo incómodo.
—No estoy seguro. Solo ayer me dijiste que no volviera —dijo, con un tono que sonaba más a broma que a reproche.
—Y aquí estás, a pesar de todo.
—Sí… supongo que soy un poco terco.
Soltamos una risa, de esas que rompen el hielo con tanta facilidad que ni siquiera te das cuenta de que estás exhalando toda la tensión. Me hice a un lado y, finalmente, cruzó el umbral de mi puerta.
Lo seguí hasta la sala, invitándolo a sentarse en el sofá que había sido mi refugio todo el día. Moví la guitarra a un lado y le hice un gesto para que se acercara más; la cercanía no hizo más que aumentar el cosquilleo que ya sentía en el estómago.