Nerviosismo, ansiedad, angustia… y un cóctel de sensaciones sin nombre revoloteaban dentro de mí cada vez que miraba el reloj y veía que apenas habían pasado unos minutos. ¿Cómo demonios iba a sobrevivir hasta la noche para volver a ver a Ever?
Mi lado racional intentaba mantenerme a raya, recordándome que estaba actuando como un completo lunático. Pero mi lado insensato sugirió algo que, en ese momento, sonó completamente razonable: darme una vuelta por la tienda de sus padres. No tenía intención de entrar ni de hablar con ella. Solo… verla. Asegurarme de que estaba bien. Tal vez así la ansiedad que me carcomía desde que nos despedimos anoche se disiparía un poco.
¿Excusa tonta? Tal vez. ¿Me importaba? En absoluto.
Me puse lo primero que encontré: unos jeans cómodos, una sudadera blanca y un abrigo negro. Me coloqué mi fiel gorra, intentando aparentar una actitud despreocupada, pero lo cierto era que llevaba como veinte minutos frente al espejo, ajustándola una y otra vez, como si eso fuera a hacer alguna diferencia. No es que estuviera intentando impresionar a nadie…
Estaba a punto de salir cuando pasé junto a Paige, quien hizo una mueca y, sin previo aviso, soltó un estornudo tan fuerte que casi me hace saltar.
—¿Qué pasa contigo? —preguntó, frotándose la nariz después del estornudo—. Te hubieras echado un poco más de perfume; casi no llevas. ¿Quieres matar o conquistar a alguien?
—Ja, ja, muy graciosa. Solo voy a salir un rato.
Paige entrecerró los ojos con esa mirada de detective aficionado que significaba problemas.
—¿Salir? —repitió, recargando un codo en la mesa y mirándome con una sonrisita burlona—. ¿Esto tiene algo que ver con Destiny?
—No, claro que no. ¿Qué tiene que ver ella con que yo vaya a dar una vuelta al mercado?
—Claro que no… —dijo ella, alargando las palabras como si estuviera hablándole a un niño pequeño—. Porque es completamente normal que un tipo como tú se perfume para ir… ¿A dónde dijiste?
—Al mercado —respondí, demasiado rápido para sonar creíble.
Y ahí fue cuando la risa de Paige explotó como una bomba de confeti.
—¿El mercado? —repitió entre carcajadas, sujetándose el estómago—. Kyle, por favor. Nadie se echa medio frasco de perfume para ir a comprar tomates.
—Primero, no fue medio frasco —protesté, cruzándome de brazos—. Y segundo, ¿qué te importa? Deja de ser tan metiche.
Ella se levantó de la silla con la satisfacción de quien acaba de descubrir un gran secreto y me dio un par de palmaditas en el hombro, como si estuviera consolándome.
—No soy metiche, soy tu amiga —dijo con esa sonrisa traviesa que ya me tenía harto—. Y como tu amiga, te recomiendo que mejores tus habilidades para mentir. “Voy al mercado”… por favor. Ni tú te lo crees.
Resoplé, señalándola con el dedo mientras retrocedía hacia la puerta.
—¿Sabes qué? No tengo que justificarme contigo.
—¡Claro que no! —gritó Paige desde la sala mientras yo abría la puerta para escapar—. Pero no olvides traer cualquier cosa del mercado, ya sabes, para que tu coartada sea más creíble.
Mi plan de escape se vio frustrado una vez más cuando me encontré cara a cara con mis padres.
—Cariño, ¿adónde vas? —preguntó mi madre, al mismo tiempo que ajustaba la solapa de mi abrigo.
Antes de que pudiera responder, la voz de Paige se hizo escuchar detrás de mí, con la traición brillando en cada palabra.
—Rebecca, él dice que va al mercado del pueblo.
Mi madre soltó una carcajada. Mi padre, que hasta ese momento había permanecido en silencio, se unió con una risa contenida, y en cuestión de segundos, los tres estaban disfrutando de mi supuesta “excusa”.
—Ya, en serio —dijo mi madre, todavía con la sonrisa pintada en el rostro—. ¿Adónde vas?
Suspiré, resignado.
Me acerqué a ella, sostuve su rostro con ambas manos y le di un beso en la frente. Luego le di un par de palmadas en la espalda a mi padre.
—Voy al mercado —insistí, con la mejor dignidad que pude reunir.
En cuestión de minutos, ya estaba a media cuadra de la tienda. Estaba hecho y no había marcha atrás. Ahí estaba, con el corazón acelerado y la cabeza llena de excusas en caso de que alguien me preguntara qué demonios estaba haciendo allí.
Me bajé del todoterreno con la mayor discreción que me permitieron las ansias —es decir, ninguna— y, probablemente pareciendo un total idiota, me acerqué a los cristales de la tienda. Apreté los ojos, tratando de enfocar mejor entre los reflejos del vidrio y la luz del interior. ¿Dónde estaba Ever? ¿Y si no estaba trabajando hoy? ¿Y si me había mentido?
Estaba tan concentrado en mi búsqueda que casi tropecé con dos chicas que estaban a punto de entrar. Les calculé unos quince años, más o menos la edad de Evie. Me puse la gorra un poco más baja y me disculpé rápidamente.
Las dos me miraron con sospecha, intercambiaron una mirada y luego entraron a la tienda sin decir mucho.