"Mañana a las ocho de la noche en mi suite."
"Mañana a las ocho de la noche en mi suite."
"Mañana a las ocho de la noche en mi suite."
"Mañana a las ocho de la noche en mi suite."
"Mañana a las ocho de la noche en mi suite."
"Mañana a las ocho de la noche en mi suite."
No tenía idea de cómo había logrado sobrevivir el día sin volverme loco con ese mensaje en la cabeza. Entre entrenamientos, mensajes ignorados de Paige y las miradas sospechosas de mi hermano, lo único que realmente importaba era volver a verla, aunque fuera una tortura no poder tocarla.
Intenté darle un concepto razonable a mis sentimientos, pero la verdad era innegable. No podía seguir engañándome con palabras vacías como "amistad". Ever había capturado mi corazón de una manera que iba más allá de la lógica, y aunque me esforzara en convencerme de que solo era atracción pasajera, algo dentro de mí sabía que era una mentira.
Ever me gustaba.
Me gustaba demasiado.
¿La razón? Ni yo mismo la entendía. Pero estaba bastante claro que, para no caer rendido ante Ever, se necesitaba una fuerza de voluntad sobrehumana… algo que yo, evidentemente, no tenía.
De hecho, si lo pensaba bien, tal vez esto no había comenzado ahora.
Quizás todo había comenzado años atrás, cuando la conocí por casualidad. Cuando su voz se quedó grabada en mi memoria y nuestra promesa en mi mente, incluso después de que nuestros caminos se separaron.
Casualidad o no, estaba más que satisfecho y feliz de que, de alguna forma, nos hubiéramos vuelto a encontrar.
Y esa vez, no pensaba alejarme tan fácilmente.
Me dirigí al bar de la casa y saqué dos botellas de champán de la reserva de mis padres, preparándome para salir.
―Entonces, ¿a dónde vas?
Giré la cabeza lentamente y me encontré con mi hermano.
―¿Te envió Paige? —pregunté con suspicacia mientras cerraba la puerta del bar con una mano y tomaba las botellas con la otra.
Tenía el 99.9% de certeza de que mi cuñada ya había armado su propia teoría conspirativa sobre Ever y yo, y si Thomas estaba aquí, significaba que ya había logrado meterlo en el chisme.
―¿Por qué me enviaría Paige? ¿Acaso mi esposa me está ocultando algo importante?
Me encogí de hombros con indiferencia.
―Eso no lo sé. En todo caso, deberías preguntarle a ella.
Le di un par de palmaditas en el hombro, intentando escabullirme antes de que la conversación se alargara demasiado, pero mi hermano no me lo puso fácil.
―Todavía no me has dicho a dónde vas.
Me detuve en seco y lo miré con el ceño fruncido.
―Eres mi hermano mayor. Así que deberías saber que tengo la edad suficiente para no darte explicaciones de adónde voy.
―No estoy aquí en calidad de hermano —respondió, cruzándose de brazos con un aire demasiado serio para mi gusto—. Estoy aquí como tu abogado. Y mientras Greg no esté presente, no quiero que te metas en problemas.
―Hablas como si Greg fuera mi niñero en lugar de mi representante.
―No intentes eludir la conversación haciéndote el ofendido.
―Entonces, ve al grano.
―La temporada de la MLB empieza…
―Ya sé cuándo inicia —lo interrumpí con impaciencia—. Y si te preocupa mi condición física, no te preocupes. He estado entrenando todos los días. Estoy en excelente forma y…
―Pero Destiny… ella…
Mi cuerpo se tensó al escuchar su nombre salir de su boca de esa manera.
―¿Qué tiene que ver ella en todo esto?
―Te he notado un poco distraído últimamente.
―Nada de lo que haga en mis vacaciones me afectará a la hora del juego —repliqué sin titubear—. ¿Cuándo lo ha hecho?
Apreté las botellas de champán con más fuerza, sintiendo la presión de la conversación empezar a joderme los nervios.
―¿Recuerdas la razón por la que vinimos aquí? —prosiguió Thomas con tono serio—. El escándalo con respecto a los estimulantes no ha desaparecido del todo.
Y ahí estaba.
La verdadera razón de su discurso.
Entendí de inmediato lo que estaba insinuando.
Obviamente, Thomas había estado investigando a Ever y, al percatarse de los rumores que la rodeaban sobre el alcohol y las drogas, le parecía una pésima idea que yo, un jugador suspendido por supuesto consumo de estimulantes, me involucrara con una cantante que también estaba en medio de controversias.
Sin embargo, lo que Thomas no entendía era que a mí no me importaba.
No iba a dejar que la opinión de la prensa dictara con quién podía estar o no.
―Ya que estás aquí como mi abogado y no como mi hermano —dije con voz firme, mirándolo directamente a los ojos—, te digo que eso es parte de mi vida privada y ya sabré yo cómo manejarlo.