Bajo la noche más larga

18

Con la segunda botella de champán en mano, nos dirigimos a la sala. Nos acomodamos en el sofá, tan cerca que nuestras rodillas casi se rozaban, pero lo suficientemente lejos como para que el aire entre nosotros estuviera cargado de una dulce tensión. Todo parecía conspirar para envolvernos: la luz tenue de las lámparas, el crepitar del fuego en la chimenea y su suave perfume de jazmín.

Todo era cómodo, íntimo, tranquilo.

Y Ever… Ella era preciosa.

Me apoyé contra el respaldo del sofá, intentando ignorar el hecho de que toda ella capturaba mi atención sin siquiera decir o hacer algo.

Su rostro estaba iluminado por la luz cálida, su piel trigueña parecía brillar y sus labios… curvados en una sonrisa apenas perceptible, parecían guardar secretos que yo anhelaba descubrir.

―Todo el ambiente es perfecto… ―murmuré, bebiendo un sorbo de mi copa―. Pero hay algo en lo que no puedo dejar de pensar. Algo que quiero preguntar, aunque temo que pueda arruinar este momento.

Ella giró ligeramente el rostro hacia mí, sus ojos encontrando los míos. Había algo en su mirada, una mezcla de curiosidad y cautela, como si ya supiera de qué intentaba hablar.

―¿Quieres preguntar acerca de mi padre?

Tragué saliva y asentí lentamente.

―¿Cómo lo supiste?

Ella dejó su copa sobre la mesa de centro y se recostó contra el respaldo del sofá, cruzando las piernas con una elegancia natural. Sus dedos jugaron distraídamente con un mechón de su cabello oscuro.

―Porque hablar de él siempre ha sido un tema espinoso en mi vida.

Me enderecé un poco, sintiendo una punzada de culpa por haber tocado un tema tan sensible, pero no podía retractarme ahora.

―Lo siento… ―dije con cuidado, eligiendo cada palabra como si fueran piezas frágiles―. No quería incomodarte. Solo quería asegurarme de que estás bien… que todo está bien contigo.

―Estoy bien ―se apresuró a responder, y su sonrisa me dio la certeza de que era sincera―. No puedo decir que nuestra relación sea perfecta… ni siquiera cercana a eso. Pero hemos avanzado. Ahora podemos compartir la misma mesa sin reproches ni silencios incómodos, y las sesiones con Paige han sido de mucha ayuda para ambos.

Hice una nota mental para darle las gracias a mi cuñada más tarde.

―Al final… creo que Pamela y Allan tenían razón ―dijo después de una pausa, apoyando el codo en el respaldo del sofá―. Necesitaba un tiempo a solas, lejos de las expectativas y la presión, para redescubrirme y reconstruir esta nueva versión de mí misma.

Me encantó y amé cada una de sus palabras.

Pero…

Mi cerebro, en lugar de procesar el hermoso mensaje de superación, decidió enfocarse en un solo detalle.

Un solo nombre.

Allan.

¿Quién diablos era Allan?

No lo conocía. No lo había escuchado antes.

¿Era un amigo? ¿Un terapeuta? ¿Un maldito gurú espiritual?

O, peor aún…

¿Un ex?

Disimulé mi repentino ataque de curiosidad, fingiendo beber de mi copa mientras buscaba una forma sutil de sonsacarle información.

―Suena como alguien que te conoce muy bien ―comenté con aparente indiferencia―. ¿Y Allan es…? Si se puede saber, claro.

Era sencillo darse cuenta de que Ever estaba disfrutando toda la situación.

―¿Por qué lo preguntas de esa manera tan sospechosa?

Mantuve mi expresión relajada.

―¿Sospechosa? Yo solo tengo curiosidad.

Ever negó con la cabeza, riendo suavemente.

―Es mi manager

Eso era… mejor de lo que esperaba.

Mucho mejor, de hecho.

Exhalé un suspiro disimulado de alivio y asentí, como si la respuesta no hubiera significado nada para mí.

―Oh, claro. Allan, el manager ―dije con fingida indiferencia―. Lo sabía.

Ever arqueó una ceja, claramente divirtiéndose con mi pésima actuación.

―No, no lo sabías.

―Obvio que sí. Solo estaba... confirmando.

Soltó una carcajada y me dio un leve empujón en el brazo.

―Eres terrible fingiendo desinterés, Kyle.

Sonreí de lado y me encogí de hombros.

―Dios, ¿siempre eres así?

―Solo cuando me gusta alguien.

El comentario salió más rápido de lo que mi cerebro pudo detenerlo.

Y en el instante en que las palabras quedaron flotando entre nosotros, lo vi. El leve temblor en su respiración, el parpadeo involuntario y la forma en que su lengua humedeció su labio inferior antes de morderlo ligeramente.

Se quedó en silencio por un segundo, como si intentara decidir si lo mejor era ignorarlo o enfrentarlo.



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En el texto hay: romance, amor

Editado: 09.06.2025

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