Bajo la noche más larga

19

La insistencia de Paige para que la acompañara al supermercado no era algo casual. La conocía desde hacía demasiado tiempo como para caer en su actuación de desinterés.

Sabía que me estaba usando como su sirviente para las compras, pero también sabía que tenía una segunda intención.

Mientras yo empujaba el carrito, ella iba añadiendo productos sin siquiera mirarlos, como si su atención estuviera en otra cosa. Y lo estaba.

―Entonces, ¿cuándo piensas hablarme de lo que realmente quieres? —pregunté, observando cómo intentaba disimular su evidente interés.

Paige ni siquiera se inmutó.

―No sé de qué hablas.

―No te hagas la desentendida. Estoy seguro de que estás tratando de psicoanalizarme. ¿Es algo que te ha pedido mi hermano? —insistí, sintiendo que estaba cerca de descubrir su verdadero motivo.

―Tu hermano no me manda, ¿de acuerdo? —replicó, dejando caer una caja de cereal en el carrito sin siquiera verla—. Pero tienes razón en que quería hablar a solas contigo.

―Nunca me equivoco —respondí con una sonrisa satisfecha—. Entonces, ¿qué es lo que tanto te preocupa?

Seguimos caminando por los pasillos, esquivando a los compradores distraídos y a un niño que casi se estrella contra el carrito en su intento de alcanzar una bolsa de dulces.

―Has pasado mucho tiempo con Destiny.

Hice una mueca.

―Eso es una afirmación, no una pregunta. ¿Y qué hay de malo en eso?

Paige tomó una bolsa de papas fritas, la miró como si pudiera encontrar las respuestas en el paquete y luego la dejó en el carrito.

―Pues que he visto una mejoría en ella. Ha vuelto su confianza y se ha mostrado mucho más abierta.

―¿No es eso lo que se espera de una terapia con una psicóloga?

―Sí… —admitió, dándole vueltas a una lata en sus manos—. Aunque estoy segura de que todo no se debe solo a mi ayuda.

Desvié la mirada, tratando de evitar sus insinuaciones.

―Supongo que también debo darte crédito —añadió con una sonrisa cómplice.

―¿En serio? Eso es curioso, porque no recuerdo haberme graduado en psicología.

Paige soltó una risa y me dio un pequeño empujón con el codo.

―No te hagas el idiota, Kyle. Sabes perfectamente a qué me refiero. Y, bueno, me alegra tener un amigo que se dedica a ayudar a los demás.

―¿Qué es lo que intentas decir?

Ella se detuvo en seco y se cruzó de brazos, mirándome con esa expresión de te tengo acorralado que conocía demasiado bien.

―No estoy insinuando nada… ¿O acaso pasas tiempo con ella solo para apoyarla?

Abrí la boca para responder, pero las palabras se quedaron atoradas en mi garganta.

Maldita sea.

El silencio fue suficiente para que Paige arqueara una ceja con triunfo.

―¿O es que realmente te has enamorado de ella?

Me quedé helado.

Porque, por primera vez, no tenía una respuesta rápida.

No tenía una lista de bromas.

No tenía excusa.

Y Paige lo notó.

Empujé el carrito con una mano mientras con la otra intentaba evitar que Paige siguiera llenándolo de cosas que claramente no estaban en la lista. ¿En qué momento necesitábamos tres tipos de queso crema y una bolsa de galletas que parecía diseñada para alimentar a un ejército? Pero, claro, Paige tenía otros planes, y no me refería a los culinarios.

―Entonces, Kyle, ¿vas a responder o tengo que seguir llenando el carrito hasta que confieses?

―¿Responder qué?

Paige chasqueó la lengua con exasperación.

―No te hagas el tonto. Ya te lo dije: ¿estás enamorado de Ever o qué?

Su sonrisa era tan amplia que casi podía verla reflejada en las puertas de los refrigeradores.

Había sido consciente y honesto conmigo mismo sobre que sentía algo especial por Ever, pero eso no me impedía cuestionarme una y otra vez la naturaleza de esos sentimientos. Cada pensamiento me llevaba a la misma conclusión: mi interés por ella iba más allá de un simple deseo de ayudarla o de retribuirle el consuelo que ella me había brindado en momentos difíciles en el pasado.

Yo realmente quería estar con ella.

Porque me gustaba escucharla reír.

Porque su dulzura me volvía loco.

Porque hacía años que ninguna mujer me hacía sentir tantas cosas ridículamente intensas.

Dios.

Sí.

Yo estaba colado por Ever.

Paige seguía mirándome con paciencia cero, esperando una respuesta.

―¿Y si lo estuviera? —respondí finalmente, sin mirarla.



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En el texto hay: romance, amor

Editado: 08.06.2025

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