Bajo la noche más larga

25

La calle se extendía como un túnel de luz y magia, con árboles cubiertos de destellos dorados y esferas de colores que parecían flotar en la noche. A lo lejos, la torre de la iglesia se alzaba iluminada, mientras un fino manto de nieve cubría las aceras.

Todo era sencillo, tranquilo y, a pesar del frío, se sentía mágico. Y lo más importante de todo era que Ever parecía disfrutarlo.

Ever caminaba a mi lado, con los ojos brillando como si cada detalle de esa calle fuera un regalo inesperado. La veía detenerse a observar los escaparates decorados, los reflejos de las luces en los charcos helados, las decoraciones navideñas… Cualquier cosa, por mínima que fuera, merecía una fotografía para ella. Había algo casi infantil en su manera de maravillarse, como si estuviera redescubriendo un mundo que había olvidado que existía.

—¿Cuándo fue la última vez que visitaste Burlington? —pregunté, rompiendo el silencio con suavidad.

Ella pareció pensarlo por un momento, sus labios curvándose en una sonrisa melancólica.

—Ni siquiera lo recuerdo… —murmuró—. Ni siquiera recuerdo la última vez que salí así, de esta forma tan… natural.

Su voz tenía una sinceridad que me desarmó por completo.

—¿No has ido de vacaciones? —insistí, curioso por saber más.

—Sí, pero… —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo puedes disfrutar unas vacaciones si a todos los lugares a los que iba les añadían la palabra “privado”?

No lo dijo con amargura, pero había una tristeza oculta tras su tono ligero. No pude evitar preguntarme cuánto de su vida había sido realmente suyo y cuánto había estado guiado por los contratos, la fama y las expectativas de los demás.

Después de decir aquello, se distrajo señalando el enorme árbol de Navidad que se alzaba en medio de la plaza, envuelto en un mar de luces que parpadeaban en tonos azules, morados y verdes.

—¡Tómame una foto, Kyle! —exclamó, su voz llena de emoción.

Sin esperar mi respuesta, corrió hacia el árbol y se plantó frente a este con una sonrisa radiante, levantando una mano en señal de “V”. Su risa clara y despreocupada se mezcló con el murmullo del resto de las personas mientras yo sacaba mi teléfono y enfocaba la cámara.

—Di “Yankees” —bromeé.

—¡Medias Rojas! —replicó entre risas.

Capturé el momento justo cuando su sonrisa se ensanchaba y, en cuanto escuchó el clic del obturador, regresó corriendo a mi lado, ansiosa por ver la foto.

—A ver, a ver —dijo, pegándose a mí.

—Te ves preciosa —le dije mientras le mostraba la pantalla.

Ever entrecerró los ojos con diversión, claramente dudando de mi halago.

—No mientas. Ni siquiera se ve bien mi cara —protestó, inclinando la cabeza como si quisiera encontrar en la foto lo que yo había visto.

—¿Y qué importa eso? Lo importante es lo que significa esa foto para ti: lo feliz que estabas en ese instante.

Su expresión cambió, como si estuviera evaluando mis palabras. Finalmente, asintió, su sonrisa volviendo a iluminar su rostro.

—Tienes razón… —dijo en voz baja—. ¿Deberíamos tomarnos una foto juntos?

Ni siquiera tuvo que repetirlo. Antes de que terminara la frase, ya estaba levantando mi teléfono, asegurándome de que el árbol de Navidad quedara perfectamente encuadrado en el fondo.

—Ven aquí —dije, rodeándola con un brazo para acercarla más.

Ever dejó escapar una risita y se acomodó junto a mí. Nos miramos en la pantalla durante un instante antes de que apretara el botón para tomar la foto. Justo cuando ella iba a separarse, algo dentro de mí decidió que ese momento necesitaba algo más.

Con delicadeza, deslicé mi mano hasta su mejilla y giré su rostro hacia el mío. Ever apenas tuvo tiempo de parpadear antes de que inclinara mi cabeza y la besara. Fue un beso suave, breve, pero lleno de intención. Y en ese mismo segundo, presioné el botón del teléfono nuevamente, capturando ese instante en una foto que sabía que nunca olvidaría.

Cuando nos separamos, ella tenía las mejillas teñidas de un leve rubor que no tenía nada que ver con el frío.

—Oh, mírate, Ever —dije con una sonrisa traviesa mientras le mostraba la nueva foto—. Estás besándome en esta foto.

Ella frunció el ceño y protestó con una mezcla de indignación y diversión.

—¡No es cierto! Tú me besaste a mí.

—¿Ah, sí? —repliqué con fingida incredulidad—. ¿Y qué esperas para besarme tú, entonces?

Dejó escapar una risita suave, bajó ligeramente su bufanda y se puso de puntillas para alcanzar mis labios. Su beso fue cálido y dulce, como todo lo que ella hacía y decía.

Al separarnos, el mundo a nuestro alrededor pareció haberse detenido. Las luces de Navidad seguían parpadeando, los copos de nieve seguían cayendo lentamente, pero todo eso se sentía distante, irrelevante. En ese momento, solo existíamos ella y yo.



#38 en Joven Adulto
#1461 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor

Editado: 14.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.