Bajo la noche más larga

29

El frío en Stowe era el tipo de frío que calaba hasta los huesos, ese que te mordía la piel con cada ráfaga de viento; no obstante, para ser sincero, eso no era suficiente para arruinar mi día.

Después de lo que había pasado entre Ever y yo en los últimos días...

Dios...

¿Cómo se suponía que debía seguir con mi vida como si nada?

Aunque no la tuviera frente a mí, podía sentir su sabor en mis labios, la suavidad de su piel bajo mis manos y la forma en que su cuerpo se estremecía al susurrar mi nombre.

No quería despegarme de ella ni un segundo, pero también sabía que si la asfixiaba demasiado... podría salir corriendo más rápido que un corredor robando la segunda base. Además, y lo más importante, debía darle su espacio porque ella tenía un propósito que cumplir en Stowe, así que debía dejarla trabajar.

—¿Alguna novedad con el equipo? —preguntó mi padre mientras caminábamos hacia el centro del pueblo.

Había accedido a acompañarlo porque, según él, tenía “asuntos importantes que atender” relacionados con el resort. Traducción: probablemente encontrar una excusa para charlar con medio pueblo mientras se tomaba un café tras otro.

—Todo está bien con el equipo, ¿por qué lo preguntas? —respondí, encogiéndome de hombros.

Por muy raro que sonara, en ese momento lo último que quería en ese momento era hablar sobre los Yankees.

—Es raro verte de tan buen humor cuando el entrenamiento de primavera está tan cerca.

Metí las manos en los bolsillos de la chaqueta, pateando una pequeña acumulación de nieve en la acera.

—No te preocupes, los Yankees sobrevivirán sin mí. Estoy de vacaciones, ¿no?

Mi padre me miró como si acabara de decir que pensaba dejar el béisbol para convertirme en bailarín de ballet.

—¿Desde cuándo las vacaciones son más importantes que un entrenamiento con los Yankees?

—¿Tan terrible es que quiera pasar tiempo con mi familia? —repliqué, fingiendo indignación.

—No sería terrible si realmente estuvieras pasando tiempo con tu familia.

Vale, tenía un punto. Había pasado más tiempo persiguiendo a Ever que con mi propia familia. Pero, ¿Cómo diablos podía evitarlo? Ella era como un imán y yo… bueno, yo era el pedazo de metal más feliz del mundo.

—Kyle, ¿me estás escuchando?

Parpadeé un par de veces, regresando a la realidad y asentí distraídamente.

—Claro que te escucho, papá. El entrenamiento. Todo bien.

—¿Dónde tienes la cabeza? Porque estoy casi seguro de que no está en el béisbol.

Si tan solo supiera.

Mi mente estaba a kilómetros de distancia del béisbol, estaba atrapada pensando en Ever.

En cómo se mordía el labio cuando intentaba ocultar una sonrisa.

En cómo su risa se le escapaba sin permiso, como si nunca hubiera tenido la oportunidad de reír de verdad.

En cómo la noche pasada su cuerpo se había moldeado al mío como si hubiéramos nacido para encajar.

Pero claro, no podía decirle eso a mi padre. No sin que empezara a hacer preguntas incómodas.

—Acaso toda mi vida tiene que girar en torno al béisbol? —repliqué, un poco a la defensiva.

Mi padre se detuvo en seco y me puso una mano en el pecho para detenerme también.

—Sí… definitivamente algo está pasando contigo.

No pude evitar reírme al ver su expresión de asombro y confusión. Pasé un brazo sobre su hombro para empujarlo a seguir caminando.

—No te preocupes, papá. Todo está bien. Solo estoy… disfrutando el momento.

Lo último era cierto. Después del drama con el equipo y mi suspensión temporal, salir con Ever era lo mejor que me había pasado. Era como un respiro fresco después de meses atrapado en un vestuario lleno de testosterona y egos inflados.

De pronto, al otro lado de la calle, logré ver una figura familiar caminando con pasos firmes entre la nieve.

Era Scott.

El padre de Ever tenía la misma expresión severa de siempre, esa que parecía hecha para mantener a los chicos como yo a kilómetros de distancia de su hija. Era un hombre robusto, de esos que solo con una mirada podía hacer que reconsideraras todas tus malas decisiones de vida.

Pero entonces nos vio, y para mi sorpresa, su rostro se iluminó con una sonrisa cálida.

Cruzó la calle con rapidez, con sus botas cruzando sobre la nieve, y extendiendo la mano para saludar primero a mi padre antes de girarse hacia mí.

Me quité la bufanda del rostro y ajusté mi gorra antes de estrecharle la mano.

—¡Scott! —lo saludé con una sonrisa tan amplia como la suya, aunque por dentro solo esperaba que no recordara haberme visto hace un par de noches intentando besar a su hija en el auto.

Dios… solo pensarlo me hacía sentir como un maldito delincuente.



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En el texto hay: romance, amor

Editado: 08.06.2025

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