Bajo la noche más larga

31

Estaba en mi cama, enredada en las sábanas, abrazando mi almohada como un escudo, mientras mis ojos permanecían fijos en Kyle.
Él también me miraba, pero en lugar de su típica sonrisa traviesa, fruncía el ceño, como si acabara de recibir la peor noticia de su vida.

—No puedo creer que me estés abandonando así —soltó con dramatismo.

Y aquí vamos otra vez.

—¡Por favor! No te estoy abandonando. —Rodé los ojos, hundiendo el rostro en la almohada antes de volver a mirarlo—. Solo voy a pasar mis últimos días de vacaciones en casa porque mi madre lo pidió. ¿Qué tan grave puede ser?

Kyle ni siquiera dudó antes de responder.

—Grave. Muy grave.

—Oh, por Dios… ¿Por qué sigues actuando como si fuera a desaparecer de la faz de la Tierra?

—Quizás no de la Tierra, pero sí de mi vida.

La intensidad de su voz me golpeó directo en el pecho, haciéndome sentir un poquito culpable… pero solo un poquito. Porque, honestamente, su actitud melodramática no pegaba en absoluto con el chico rudo que proyectaba en el campo de béisbol.

—Kyle, podremos seguir viéndonos —intenté razonar mientras me acomodaba entre las sábanas, intentando ignorar la forma en que su mirada bajó lentamente por mi cuerpo antes de volver a mis ojos—. No es como si mi papá fuera a montar un operativo SWAT para impedir que vengas a mi casa.

—Si solo fueras a irte a la casa de tus padres, no sería un gran problema.

Ahí estaba el verdadero asunto. No era solo mi casa. Era lo que venía después.

Solté un suspiro.

—¿Eso es un impedimento para estar juntos?

—Sabes que no.

No me gustó la forma en que evitó mi mirada.
No me gustó que pareciera que sí.

Sin importarme mi desnudez, me impulsé sobre él, haciéndolo quedar boca arriba en la cama mientras me subía encima. Su cuerpo quedó atrapado bajo el mío y, a pesar de que mi piel pedía a gritos que lo tocara, él no apartó sus ojos de los míos.

—No es tanta la distancia entre California y Nueva York —susurré, inclinándome un poco más.

—Seis horas y cuarenta y seis minutos.

—¿Lo ves? —insistí—. Es poco. No habrá problemas.

Él dejó escapar una risa baja.

—Me gusta...

—¿El qué? ¿El separarnos?

Kyle sacudió la cabeza, con una sonrisa torcida en los labios.

—No seas tonta. —Sus manos subieron lentamente por mi cintura—. Me gusta ese optimismo en tu voz… como la primera vez que te conocí.

Había algo tan genuino en su tono que, por un momento, olvidé todo lo demás. Incluso el hecho de que estas vacaciones forzadas no eran para enamorarme.

Y, sin embargo, ahí estaba.

Enamorada hasta los huesos.

Kyle me atrajo hacia él y me besó con lentitud, como si saboreara cada segundo. Su boca era cálida, su lengua rozando la mía con una dulzura peligrosa, de esas que te hacen olvidar por qué era importante resistirse en primer lugar.

—Si todo sale bien con la disquera… —Susurré contra sus labios— podré mudarme a Nueva York sin problemas.

Él se apartó apenas lo suficiente para mirarme.

—¿Así de fácil?

—La única complicación sería que me olvidara de meterme en algún problema.

Kyle me miró con diversión.

—Eso es pedir demasiado.

—Lo sé —admití, fingiendo resignación.

—Pero no te preocupes, me ocuparé de mantenerte encerrada para evitar cualquier desastre.

—Mmm, no sé si eso sea muy conveniente para mi carrera musical.

—Cierto. —Se llevó una mano a la barbilla, como si realmente lo estuviera considerando—. Tal vez debería pensar en otro plan… algo más creativo.

—Soy toda oídos.

Kyle sonrió con esa expresión peligrosa que hacía que mi estómago se encogiera.

—No te preocupes, no tengo planeado decirte algo… sino más bien hacer.

Y justo cuando estaba a punto de recordarle que estas vacaciones no eran para enamorarme más de él, me besó otra vez. Lento. Profundo.

Parecía querer grabar ese momento en mi memoria por el resto del día. Lo cual era injusto porque, ¿cómo se suponía que iba a concentrarme en hacer mis maletas después de eso?

Después de una ducha juntos que, sinceramente, tuvo más besos que jabón, logré convencer a Kyle de que debía irse.

Bueno… casi.

Porque cada vez que intentaba empujarlo hacia la puerta, él encontraba una forma de detenerme. Sus brazos me atrapaban, su boca se deslizaba sobre la mía en besos robados, y sus manos se aferraban a mi cintura como si no quisiera dejarme ir.

Entre risas y caricias furtivas, quedó claro que estaba más decidido a quedarse que nunca.



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En el texto hay: romance, amor

Editado: 06.06.2025

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