Bajo la noche más larga

36

Entré al set con una sonrisa más amplia de lo que realmente sentía y saludé con la mano al público presente. Tenía nervios. Muchos. De esos que se instalan debajo de la piel como cosquillas incómodas. Y sí, lo había hecho antes. Mil veces, tal vez. Pero los nervios siempre volvían, como si cada vez fuera la primera.

El silencio del estudio no era normal. Era de esos que no están vacíos, sino llenos de expectativas, como una sala que contiene la respiración al unísono. Cientos de ojos puestos en mí. Esperando que dijera algo. Lo que fuese. Solo... algo.

La luz de los reflectores me caía directamente en la cara, cálida y cegadora, mientras mis dedos se entrelazaban con nerviosismo sobre las piernas cruzadas. Llevaba puesto un conjunto verde oliva, elegante pero relajado, con botas que sonaban demasiado fuerte cada vez que me movía. Era un desfile silencioso hacia una zona de guerra.

Frente a mí, la mujer más sonriente del planeta me observaba con una mezcla perfecta de simpatía e intenciones ocultas.

Sandy Welles.

Tan perfecta como en pantalla. Reina absoluta de las entrevistas incómodas disfrazadas de juegos inofensivos. Todos la amaban. Yo, por el momento, intentaba no sudar por la espalda.

—Bueno, bueno, Destiny Rowan —canturreó, recostándose en su enorme sofá blanco mientras el público aplaudía con entusiasmo—. Qué año, ¿eh? Álbum nuevo, gira mundial anunciada, portadas de revistas, millones de streams… y una canción en particular que ha puesto a internet patas arriba.

Sonreí o fingí hacerlo. Y en parte, lo sentí. Porque sí, era un gran año. Pero también... un año que me había costado más de lo que nadie sabía.

—Ha sido intenso, sí —cuidé cada palabra como quien camina sobre cristales—. Pero también increíble. Este álbum ha sido… lo más personal que he hecho en mi vida.

—Sí, sí —interrumpió Sandy, inclinándose hacia mí como quien olfatea algo jugoso—. Muy personal. De hecho, hay quienes dicen que se siente como una especie de diario íntimo cantado.

Pausa.

Esa clase de pausa que no es silencio, sino advertencia.

—Y tú sabes cómo es la gente —continuó, con una sonrisa que se estiraba más de lo justo—. Les das una canción con algo de emoción, y ya están haciendo mapas de teorías en TikTok sobre a quién va dirigida.

Las risas del público me empujaron como una ola suave. Miré al frente y, por una fracción de segundo, una imagen cruzó mi mente: Kyle, con su gorra echada hacia atrás, los ojos clavados en la pantalla. Mirando esto. Escuchando esto.

Respiré hondo y levanté el mentón, manteniéndome firme.

—No puedo controlar lo que la gente quiera interpretar. Pero sí puedo decir que este álbum… no es una carta para alguien. Es una carta para mí.

Un suave “oooh” recorrió la audiencia. Sandy ladeó la cabeza, aún sonriendo, aunque ahora su mirada tenía filo.

—¿Así que ninguna canción es para… nadie en particular? Porque hay una línea que dice: Pero hay canciones que no puedo borrar, porque fuiste tú quien hizo esta canción sonar. Eso suena muy… específico.

Me humedecí los labios antes de contestar.

—Sí, esa línea lo es. Pero no todo lo que suena romántico habla de amor de pareja. A veces hablo de perder partes de mí. De dejar ir versiones antiguas de quien fui. Este álbum no es sobre una persona. Es sobre cómo sobreviví a ser muchas personas al mismo tiempo… y encontrarme entre todas ellas.

El público aplaudió y alguien gritó “¡Te amo, Destiny!” desde el fondo.

Sandy soltó una risa ligera, de esas que uno lanza cuando se da cuenta de que acaba de perder un pequeño duelo.

—Tú sí que sabes esquivar balas —bromeó, levantando las cejas—. Pero lo cierto es que todos hemos sentido que nos cantabas justo a nosotros. Algunas de tus nuevas canciones han hecho llorar hasta a tipos rudos en el gimnasio. Literalmente. Vi un TikTok.

—Me han llegado mensajes hermosos —admití, con una sonrisa más sincera—. Y me honra que la gente se sienta identificada. Todas las canciones de este álbum son reales. No perfectas, pero reales. Y me ayudaron a… liberarme de muchas cosas que no sabía que aún cargaba.

Justo cuando creí que lo más difícil había pasado —que la tormenta emocional disfrazada de entrevista se había disipado—, Sandy alzó las cejas, entrelazó los dedos sobre su regazo y me sonrió como si acabara de sacar su as bajo la manga.

La que siempre gana.

—Y hablando de liberarte de cosas —dijo con tono casual, ese tipo de voz que parece no querer nada… justo antes de soltar la pregunta que te deja sin aire—. ¿Qué tanto te gusta el béisbol, Destiny?

El estudio estalló en carcajadas suaves, de esas que son mitad complicidad, mitad espectáculo. Incluso yo reí, aunque por dentro mi estómago se encogió, como si hubiera escuchado su nombre sin haberlo oído.

—¿El béisbol? —repetí, inclinándome hacia ella con una sonrisa de "sé lo que estás haciendo, pero juego contigo"—. Bueno… Me gusta que tenga reglas. A veces me gustan las cosas predecibles.



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En el texto hay: romance, amor

Editado: 14.06.2025

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