Bajo la noche más larga

37

En cuanto llegué al apartamento, me metí bajo la ducha. Una segunda ronda de agua caliente, esta vez sin apuro, sin testigos. Solo yo y el zumbido constante que queda cuando el ruido se apaga y te deja a solas con tu cabeza.

Ese silencio que queda cuando todos se van… ese era el peor. No el silencio cómodo. No. Ese silencio incómodo que grita "¿y si…?" sin parar.

¿Y si le escribía yo?

¿Y si ella ya se había olvidado de todo esto?

¿Y si el mensaje no llegó porque ya no tenía interés en enviarlo?

Salí del baño y dejé que una toalla colgara de mi cuello mientras elegía ropa sin pensar. Literalmente tomé lo primero que encontré: una camiseta cualquiera, jeans, zapatillas. Y la gorra de los Yankees, que sabía provocaría burlas tan pronto me vieran llegar.

De hecho, no tenía expectativas. Ni siquiera estaba seguro de por qué había dicho que iría.

Justo cuando me acomodaba la gorra en la cabeza, el teléfono vibró.

Un mensaje de Domínguez: Boooomba. Ya estamos en TAO Downtown. ¡Vente ya!

Salir no estaba en mis planes, pero quedarme solo con mi cabeza no era precisamente una opción atractiva. Así que tomé las llaves, bajé al auto y arranqué. Entonces, cuando estaba manejando por la avenida 9, sonó el teléfono.

Suspiré, decepcionado al ver que era Greg quien llamaba.

Respondí con desgano, y su voz retumbó en los altavoces del auto.

—¡Kyle! ¡Santo cielo, hermano! ¡Qué partido! ¿Sabes que ESPN ya está diciendo que fue el swing más icónico en la historia reciente de los Yankees?

—No me digas eso —resoplé, dejando claro que no estaba de humor para elogios.

—¿Por qué no? ¡Es la verdad! ¿Dónde estás ahora?

—En el auto. Camino a... celebrar con el equipo —respondí, como si fuera algo que hacía todo el tiempo. Como si no fuera la primera vez que me ponía una camisa para salir desde… ella.

Greg soltó una carcajada breve.

—Me alegra, de verdad. Que estés retomando tu vida. Que estés volviendo a ser el Kyle de antes. Antes de Stowe.

Mis manos se cerraron en torno al volante, volviendo mis nudillos blancos. No respondí de inmediato porque estaba demasiado ocupado tragándome las palabras que querían salir disparadas como un lanzamiento descontrolado.

Volviendo a ser el Kyle de antes.

¿Cuál “antes”? ¿El Kyle que vivía para acumular home runs y estadísticas? ¿El que se alimentaba de aplausos y aprobaciones ajenas?

Porque si Greg pensaba que yo quería volver a ser ese tipo… entonces no tenía idea de quién soy ahora. Si creía que yo quería volver a ser ese… no me conocía en lo más mínimo.

—No quiero volver a ser ese Kyle, Greg —dije finalmente, con la voz baja, cruda.

Greg guardó silencio. Unos segundos largos.

—Solo quise decir que estás bien —intentó corregirse, bajando el tono—. Que estás… presente otra vez.

—Estoy presente. Pero no soy el mismo, ni quiero serlo —respondí, mirando la calle frente a mí como si buscara respuestas en los semáforos—. Porque si volver a ser yo significa olvidarla… entonces no quiero. Así de simple.

Silencio otra vez.

Apreté los labios al darme cuenta de lo estúpido que había sido al mencionarla. Era como invocar un fantasma solo para asustarte a ti mismo.

—Descansa, Kyle —dijo, finalmente—. Y si no quieres ir mañana a la conferencia, lo arreglo.

—No —respondí, más firme—. Voy a ir. Todo. Lo que venga. Pero a mi manera.

—Está bien —murmuró Greg—. Nos vemos, campeón.

Colgué y seguí conduciendo, sintiéndome cualquier cosa menos un campeón de la Liga Americana.

Decidí dejar a un lado todos mis problemas y concentrarme en llegar a Tao Downtown, un lugar que no necesitaba presentación. Estaba en un nivel superior y, obvio, eso lo volvía el sitio favorito del equipo. Limusinas, cámaras discretas, puertas blindadas con seguridad más elegante que amenazante. Todo decía lo mismo: aquí celebran los que no pierden.

Y esta noche, los Yankees no habían perdido.

Caminé desde el auto como quien cruza una pasarela. No porque quisiera hacerlo, sino porque no se podía evitar. Apenas puse un pie en la entrada, el murmullo empezó a crecer como una ola en la arena. Luego vino la reacción en cadena: aplausos, vítores, silbidos, teléfonos levantados, cámaras girando.

Las puertas se abrieron como si me conocieran.

Y adentro, todo fue una explosión.

Gente. Luces tenues. Música que no pedía permiso para meterse bajo la piel. Pantallas con repeticiones del partido, con mi imagen congelada en el swing que había cambiado el rumbo de la serie. Botellas servidas en bandejas brillantes. Risas afiladas. Tacones. Vestidos ceñidos. Caras bonitas que conocían mi nombre antes de que yo las mirara.

Era exactamente como lo recordaba.



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En el texto hay: romance, amor

Editado: 14.06.2025

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