Bajo la noche más larga

41

El viaje a Stowe se sintió como un pestañeo. No sé si fue por la tormenta de nervios que llevaba encima o por la ansiedad de lo que significaba lo que estaba a punto de hacer. Llegar al resort de los Gardner fue como abrir un viejo álbum de fotos y tener que caminar dentro de él.

Me acerqué al mostrador con un nudo en el estómago y una sonrisa que no sabía si era convincente o aterradora.

—Hola… estoy buscando a Jeff Gardner. ¿Sabes dónde puedo encontrarlo? Necesito hablar con él.

El recepcionista, un chico joven, me miró con curiosidad.

—¿Es usted huésped?

—Bueno… lo fui hace tiempo. Solo necesito hablar con él.

—Quizás yo podría ayudarla…

—Ten por seguro que tú no podrías ayudarme.

El chico, que aún no parecía reconocerme —gracias al cielo por eso—, revisó rápidamente algo en la pantalla.

—Lo siento, señorita. El señor Gardner no se encuentra en este momento. Pero suele pasar por aquí dentro de poco.

Asentí, disimulando la mezcla de decepción y alivio que me invadía. Porque sí, había venido hasta aquí para hablar con él… pero no saber exactamente cuándo lo haría me daba un respiro. Un minuto más para ordenar mi cabeza.

—Está bien. ¿Puedo… esperar aquí?

—Por supuesto. Puede sentarse allí —dijo, señalando una pequeña sala de espera junto al ventanal, con sillones de cuero.

Me senté, crucé las piernas, pero a los segundos las descrucé. Cambié el bolso de lado. Tomé una revista sin mirar. El estómago me hacía pequeños nudos que no sabía si eran por ansiedad o por hambre.

No sé cuánto tiempo pasó cuando finalmente lo vi entrar. Pero no venía solo. Estaba acompañado de su esposa, Thomas y Page, quien caminaba con una mano sobre su vientre redondeado.

Me quité los lentes para asegurarme de que me vieran. Y vaya si funcionó. La primera en notar mi presencia fue Sky, a quien se le iluminó toda la carita.

—¡Destiny!

Antes de que pudiera parpadear, ya tenía sus bracitos alrededor de mi cintura.

—¡Estás aquí! Te extrañamos.

Acaricié su cabello y me agaché para mirarla a los ojos.

—Yo también los extrañé, Sky. Muchísimo.

Cuando me puse de pie, Page ya estaba frente a mí con esa calidez que siempre la caracterizaba. Habíamos mantenido el contacto desde que dejé Stowe; incluso, ella misma se había encargado de remitirme a un psicólogo de confianza en California.

—¿Cómo estás? —le pregunté suavemente—. ¿Y cómo va ese bebé?

Page acarició su barriga con una sonrisa radiante.

—Muy bien. Cinco meses y contando. Aunque ya me siento como un globo gigante… pero Thomas insiste en que estoy más guapa que nunca.

—Y él tiene razón.

—Lo sé, solo me gusta actuar con humildad.

Thomas se acercó y sostuvo la mano de Page.

—Me alegra verte, Ever. ¿Cómo… cómo estás?

—Estoy bien —dije, con honestidad y torpeza al mismo tiempo. Era extraño. No incómodo. Solo… raro.

Noté a Jeff mirándome fijamente, justo después de que Rebecca me saludara.

Mi espalda se irguió por reflejo.

—Hola, Ever —dijo él, con ese tono neutral, pero no frío.

—Hola, señor Gardner. Vine porque… necesito hablar con usted. Si tiene unos minutos.

Hubo un silencio incómodo, ese tipo de pausa en la que todos fingen no estar escuchando, pero claramente lo están haciendo. Finalmente, Rebecca intervino con una pequeña sonrisa que parecía cómplice.

—Ven, subamos a la casa. Seguro necesitarás algo fuerte antes de hablar con Jeff.

Asentí, agradecida, y seguimos el camino hasta la casa principal.

Nos sentamos un momento todos juntos. Hablamos de los Yankees, del juego cinco y de lo cerrada que estaba la serie. Hubo risas tensas. Comentarios cruzados. Thomas hizo un par de bromas sobre supersticiones absurdas de peloteros. Jeff se mantuvo en silencio la mayor parte del tiempo, observando más que participando.

Finalmente, dejó su taza de café sobre la mesa y se aclaró la garganta.

—Creo que Ever está aquí por algo más importante —dijo con calma—. ¿Nos dejan un momento?

Los demás se levantaron en silencio. Page me lanzó una mirada de ánimo. Thomas me dio un apretón de hombro al pasar. Sky susurró un “nos vemos” como si fuera un secreto compartido.

Y entonces, quedamos los dos.

Jeff y yo. Y el peso de todo lo que aún tenía que decir.

Jeff Gardner seguía sentado al otro lado de la mesa de café, con la espalda recta, las manos enlazadas sobre las rodillas y esa mirada suya que no era dura, pero sí firme.

Y yo estaba lista para no sentirme incómoda con esa mirada.



#26 en Joven Adulto
#983 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor

Editado: 08.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.