Mi cámara Nikon colgaba de mi cuello mientras el clic del obturador era mi banda sonora personal. Acomodé el lente justo a tiempo para capturar el movimiento de los jugadores corriendo por el diamante. Uno, dos disparos. Luego me detuve para tomar nota de la atmósfera:
Las gradas llenas. El olor a pasto recién cortado. Los gritos del entrenador. Los suspiros de las chicas. Las bromas de los chicos. Y él…
—¡Gardner, Robinson! ¡Aquí, ahora! —gritó el entrenador, y el sonido me sacó de mi concentración.
Instintivamente, subí la cámara otra vez.
El sol se colaba entre los árboles detrás del campo, y ahí estaban ellos, caminando con seguridad hacia el dugout. Robinson, alto, relajado. Kyle Gardner… bueno, Kyle Gardner parecía esculpido por la misma luz que lo iluminaba.
Era ridículo.
No solo era el mejor bateador del equipo —lo cual ya era suficiente para robarse la atención de todos—, sino que además tenía la audacia de ser amable, educado, inteligente y, sí… trágicamente guapo. De esos que sonríen poco, pero cuando lo hacen, el mundo se detiene por dos segundos exactos.
Sí, Ever. Disimula tu crush mientras lo enfocas con el lente.
Volví a suspirar. Por dentro. Por fuera. No sabía. Ya ni distinguía.
Entrar al club de periodismo había sido mi movimiento más maquiavélico hasta la fecha. En teoría, era para practicar fotografía y “explorar nuevos ángulos narrativos” para el periódico escolar. En la práctica… era porque los partidos de béisbol eran la única excusa legítima para verlo sin parecer una acosadora profesional.
Aunque, si íbamos a ser justos, no era solo por él. Me gustaba el béisbol. De verdad.
La culpa era de mi papá. Él podía pasarse horas viendo partidos como si fueran episodios de su serie favorita. Incluso los mismos juegos repetidos lo emocionaban como si no supiera ya el resultado. Gritaba desde el sofá como si su entusiasmo pudiera influir en las decisiones del lanzador a través de los gritos.
Escuchando las narraciones, las reglas, las jugadas. Aprendiendo que un buen cambio de curva podía ser más emocionante que cualquier escena romántica de película.
Así que cuando empecé a escuchar que el equipo de nuestra escuela se volvía cada vez más fuerte, que había un par de nombres sonando más allá de los pasillos y las carteleras, no me resistí.
Y entonces lo vi a él.
Kyle Gardner.
Y ahí entendí que podía amar el béisbol por dos razones ahora.
¿Me avergonzaba admitir que él era la única razón por la que aún estaba en el periódico escolar? Por supuesto, pero qué más daba.
Ese día habíamos viajado a una escuela rival —otro condado, otro estadio, misma sensación de mariposas en el estómago cada vez que él salía al campo—. Y aunque mi misión era cubrir el partido con estadísticas y fotos para el periódico escolar, mi entusiasmo se alineaba perfectamente con el de todas las chicas que llenaban las gradas con carteles caseros y gritos ensayados.
Solo que yo tenía una cámara como excusa.
—Un poco más a la izquierda —murmuré mientras giraba el cuerpo, centrando el lente justo en el perfil de Kyle mientras hablaba con el coach. Tenía el ceño ligeramente fruncido, como si todo en el mundo dependiera de lo que iba a hacer en el siguiente turno al bate. Su mandíbula apretada, el uniforme suelto, la gorra ladeada hacia atrás. Luz dorada envolviéndolo todo.
Maldita sea… Incluso desenfocado se veía perfecto.
¿Era una locura tener un crush tan grande por alguien con quien apenas había hablado un par de veces? Probablemente.
¿Me importaba? No.
Porque aunque para él yo fuera solo “la chica del club de periodismo”, la que tomaba apuntes con marcadores pastel y siempre llevaba una sudadera demasiado grande… en ese momento, él era el protagonista absoluto de mi historia.
Y ni siquiera lo sabía.
Aquella tarde, el partido fue una locura. Los gritos, la tensión, el golpeteo seco del bate cuando Kyle conectó una línea directa al jardín izquierdo… todo eso me tuvo con el corazón a mil y el dedo pegado al obturador.
Claro, hice un esfuerzo heroico por no enfocarlo demasiado. De verdad lo intenté. Pero, vamos, ¿quién puede resistirse a ese cabello despeinado y esa sonrisa? Obvio que yo no.
Como era de esperarse, al final ganamos.
El equipo regresó al vestuario entre vítores y aplausos, mientras yo, como la dedicada miembro del club de periodismo que soy (y no porque quisiera seguir mirando a Kyle, claro que no), me escabullí por el pasillo hacia la zona del equipo.
No era que lo estuviera siguiendo. Era parte del trabajo. Técnicamente.
Pasé sin llamar mucho la atención. No me gusta ser el centro de atención, ni siquiera un poco. Si más de dos personas me hablaban al mismo tiempo, mi sistema colapsaba. Y si una de esas personas era Kyle… bueno, mejor ni pensar en esa probabilidad.
Tomé un par de fotos de los chicos celebrando. Algunos se abrazaban. Otros gritaban algo sobre pizza gratis. Anoté frases sueltas. Algo sobre la remontada del tercer inning, la jugada en segunda base… y luego salí rápido.