Bajo la noche más larga

EPÍLOGO |4|

Ese verano iba a quedarse en mi memoria para siempre. Sin dudas, era Kyle quien lo hacía inolvidable. Su efecto sobre mí —esa forma de hacerme flotar— me había tomado por sorpresa, y ahora que lo tenía tan cerca, lo único que no podía hacer era olvidarlo.

Claro que no iba a admitirlo en voz alta. Ni siquiera en mi cabeza me daba permiso para juntar esas palabras en una oración completa. Porque sí, Kyle me gustaba. Mucho. Demasiado. Pero, ¿y qué? ¿Qué se suponía que hiciera con eso? ¿Debería elaborar un plan maestro para retenerlo antes de que se fuera a la universidad? ¿Jugar con las cartas del destino cuando él tenía una vida a punto de estallar en otra ciudad y yo apenas sabía si quería estudiar música o seguir fingiendo que no me importaba?

Así que, por instinto de autoprotección —y puro terror emocional—, me limité a disfrutarlo. Cada salida improvisada, cada conversación, cada momento que me hacía sonreír más de lo recomendable. Paseos por Stowe, helados que se derretían antes de terminar la discusión sobre cuál sabor era superior, partidos de béisbol que veíamos juntos… aunque, lo admito, esa última parte era mi favorita.

Me encantaba ver su expresión cuando decía algo certero sobre una jugada o un cambio de estrategia. Se le iluminaban los ojos como si estuviera viendo magia. A veces, incluso dejaba de mirar la pantalla para mirarme a mí, como si no pudiera creerse que una chica como yo hablara ese idioma tan suyo con tanta naturalidad.

Pero entonces llegó la pausa.

Kyle se fue de viaje con su familia y, por más que intenté hacerme la ocupada, la verdad es que todo se sentía… más gris. No nos habíamos visto en una semana, y eso, después de estar pegados todo el verano, se sentía como una maldita eternidad.

Y lo peor no era que se hubiera ido. Lo peor era que se había ido con Paige.

Su mejor amiga, su confidente de años, y que —según él— era “como una hermana”. Por supuesto.

Cada vez que recibía un mensaje suyo diciendo: “Salimos a caminar con Paige” o “Paige quiere llevarme a una galería de arte rara”, se me fruncía el ceño por reflejo. Ni siquiera podía evitarlo. Era como un tic emocional.

Esa noche, mientras ayudaba a mi mamá a recoger la mesa del comedor, mi hermana menor rondaba con mi celular en la mano. No le di demasiada importancia… hasta que escuché ese sonido. Ese sonido inconfundible que le había asignado exclusivamente a Kyle.

Me congelé.

Mi madre levantó una ceja.

—Estás muy pegada a ese teléfono últimamente, ¿no crees?

La ignoré con la elegancia que solo una adolescente enamorada podía ejercer, y me lancé sobre mi hermana como si el celular fuera una bomba con cuenta regresiva. Ella chilló entre risas, pero logré arrebatárselo.

Abrí el mensaje.

Kyle: “¿Estás celosa?”

Claro, esa iba a ser su obvia respuesta a mi último mensaje pasivo-agresivo acerca de su amistad con Paige.

Le respondí con un rotundo “No”, acompañado por un emoji de cara girando los ojos.

Obviamente.

Él respondió con un sticker burlón y luego añadió:

Kyle: “Estás celosa. Se nota. Me encanta”.

Rodé los ojos y apreté los labios para no sonreír… sin éxito. Porque, aunque odiara admitirlo, sí.

Sonreí.

Como una estúpida.

Yo: “No estoy celosa, Kyle”.

Kyle: “Lo que tú digas”.

Suspiré.

El teléfono vibró de nuevo.

Kyle: “Aunque si lo piensas… yo sí tengo motivos para estar celoso. Después de todo, me confesé. Te dije que me gustas. Pero tú... ni una palabra.”

Fruncí el ceño.

Me dejé caer sobre la cama con el celular apoyado en el pecho, mirando al techo como si este fuera un oráculo capaz de resolver mis problemas existenciales.

Pero Kyle tenía razón.

Nunca le había dicho nada, nunca había devuelto la confesión. Nunca le había escrito esas tres palabras mágicas que moría por soltar… aunque no me animaba.

Su mensaje me parecía ridículo porque, vamos, si no sintiera nada por él, no estaría aquí sonriendo como una idiota cada vez que veía su nombre en la pantalla de mi celular. Pero claro, eso era algo que Kyle no tenía por qué saber.

Seguimos tonteando por mensajes. De esos que no dicen mucho en palabras, pero dicen demasiado en lo que se lee entre líneas. Cosas estúpidas como “deberías preocuparte por lo poco que sabes de los aliens” o “te gané en saber cuántos hits lleva Derek Jeter esta temporada”, seguidas por gifs ridículos y respuestas con emojis que, si alguien más las veía, probablemente pensaría que habíamos retrocedido mentalmente a los doce años.

Pero a mí me encantaba.

Cada tontería.

Cada burla.



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En el texto hay: romance, amor

Editado: 14.06.2025

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