Caminar con Kyle era como tararear esa canción que no puedes quitarte de la cabeza: no porque sea pegajosa, sino porque te hace sentir algo que no sabes cómo explicar.
No hablábamos mucho. De hecho, no habíamos dicho casi nada desde que dejamos atrás la plaza. Pero el silencio no era incómodo; era espeso, como si cada paso llevara algo más que el peso de nuestros cuerpos.
Yo jugueteaba con los dedos, un hábito tonto que arrastraba desde siempre y que aparecía cada vez que los nervios me ganaban. Kyle, por su parte, llevaba mi guitarra colgada al hombro.
El sendero de tierra nos guiaba entre los árboles más altos del pueblo. Aunque el sol ya empezaba a rendirse, el cielo seguía ardiendo en tonos dorados y rosa neón. Era como una postal. De esos momentos que te hacen creer que todo va a estar bien, aunque sepas que no es cierto.
Y por un segundo, me dejé engañar. Por el paisaje. Por su presencia. Por la forma en que su brazo rozaba el mío de vez en cuando, como si fuera sin querer… pero no del todo.
Kyle se detuvo primero. Yo iba un poco por delante, pero sentí su ausencia y giré para mirarlo. Tenía una ceja levantada, esa sonrisa apenas torcida y la expresión de alguien que estaba a punto de hacer una pregunta que llevaba rato masticando.
—¿Todo bien? —preguntó con suavidad.
Quise mentir. Sonreír. Decir alguna tontería sobre el clima, los árboles o lo increíblemente sexy que se veía cargando mi guitarra. Pero no me salió nada. Solo negué con la cabeza.
—No —dije en voz baja—. Todo está mal. Pero no es por ti.
Kyle no respondió de inmediato. Se limitó a asentir, luego dejó la guitarra apoyada contra un tronco y se quedó ahí, mirándome con una paciencia que me desarmaba.
—Vale. No quieres hablar de eso. Lo respeto. —Hizo una pausa, ladeando un poco la cabeza con esa sonrisa de medio lado—. Entonces, ¿qué tal si hablamos de nosotros?
Me mordí el labio. ¿Nosotros?
—¿Nosotros...? —repetí, intentando sonar relajada, aunque la voz me salió aguda, como si acabara de inhalar helio.
—Sí, nosotros —dijo, dando un paso más hacia mí—. Porque la última vez que hablamos, dijiste que cuando estuviéramos cara a cara… me darías una respuesta.
Mi mente empezó a girar a mil por hora, repasando todas las veces que habíamos hablado por mensajes, llamadas, bromas sutiles, coqueteos casi inocentes.
—¿Respuesta a qué? —pregunté, en un intento patético de disimulo.
—A si te gusto. A si quieres algo conmigo. A si todas esas canciones que no quieres cantarme y que dices que no son sobre mí… en realidad sí lo son.
No sabía cómo explicarle todo lo que sentía sin sonar como una adolescente dramática. No sabía cómo poner en palabras lo que él me hacía sentir sin parecer demasiado vulnerable o, peor, desesperada. Así que no dije nada.
No quería hablar por miedo a sonar torpe, así que hice lo único que podía sin arruinarlo: me acerqué, me puse de puntillas y lo besé.
Fue breve. Apenas un roce entre sus labios y los míos. Pero lo suficientemente real como para hacerme temblar. Lo bastante intenso como para que olvidara cómo se usaban las piernas.
Me alejé con el corazón desbocado, a punto de salirse por la boca. Kyle me miraba como si no creyera que me hubiera atrevido.
—Bueno… Supongo que esa fue una clara respuesta a mi pregunta.
—¿Lo fue? No soy muy buena en esto.
Kyle rió. Bajo. Cálido.
—Entonces solo tenemos que practicar.
Y esa vez fue él quien me besó. Con más firmeza, con más dulzura. No fue uno de esos besos que te dejan sin aliento como en las pelis, pero tampoco fue casto ni casual. Fue justo. Lo que necesitaba sin saberlo. Fue perfecto.
Me alejé un poco, pero no del todo. Porque, sinceramente, ¿cómo se suponía que una funcionaba después de eso? Cuando el chico que te gusta te rodea con los brazos como si no tuviera intención de soltarte jamás. Como si tu cuerpo estuviera hecho para encajar en el suyo.
Lo empujé con las palmas en el pecho. Sin fuerza. Más como un gesto simbólico que otra cosa. Instinto básico tras el beso, para no parecer completamente derretida.
Mi cara ardía. Sentía que mis mejillas iban del rosa al escarlata, y de ahí a un rojo que daba vergüenza. Estaba convencida de que mi rostro podía usarse como faro en medio del bosque.
Y Kyle, claro, sonreía como si todo eso le encantara más que ganar un campeonato con un jonrón en el último segundo.
—¿Qué? —resoplé, bajando la cabeza para evitar su mirada, que lo veía todo.
—Nada —dijo, con esa voz baja y traviesa que se metía bajo mi piel—. Solo que... quizás con ese beso no tengas suficiente experiencia. Tal vez necesites más práctica. Digo, por si acaso.
Se acercó como si fuera a besarme otra vez, y por puro instinto levanté una mano y le di un manotazo suave en el hombro. Él soltó una carcajada.
—¡No seas abusador! —reproché, medio riendo, medio deseando volver a besarlo.