Bajo la penumbra

Capítulo 4: Revelaciones en la Oscuridad

La segunda noche en la Mansión Whitemore prometía ser tan inquietante como la primera. Santiago y Carolina, a pesar de su escepticismo, no podían ignorar las evidencias acumuladas. Se prepararon para una vigilia nocturna en la biblioteca, donde esperaban encontrar más pistas sobre los fenómenos.

Santiago instaló cámaras de visión nocturna y sensores de movimiento alrededor de la habitación, mientras Carolina ajustaba las grabadoras de audio y los medidores de campos electromagnéticos. Ambos trabajaban en silencio, concentrados en la tarea.

—Esto debería capturar cualquier anomalía —dijo Santiago, revisando las configuraciones finales en su computadora portátil—. Estoy seguro de que encontraremos una explicación racional.

Carolina asintió, aunque una parte de ella empezaba a dudar. La voz susurrante, el frío inexplicable, el diario antiguo: todo parecía indicar que la mansión guardaba secretos que desafiaban la lógica.

La noche avanzaba lentamente. Las horas pasaban entre lecturas y análisis, con las sombras proyectadas por las linternas danzando en las paredes. De repente, los sensores de movimiento se activaron, alertando a Santiago y Carolina de una presencia en el pasillo.

—¿Viste eso? —preguntó Carolina, sus ojos fijos en la pantalla que mostraba la grabación en tiempo real.

—Sí, parece una sombra moviéndose hacia la biblioteca —respondió Santiago, ajustando la cámara para seguir el movimiento.

Con cautela, ambos se dirigieron al pasillo. La oscuridad era densa, y el aire se sentía más frío a cada paso. Al llegar al umbral de la biblioteca, se detuvieron, escuchando. Un susurro apenas audible llenó el aire, como una voz que intentaba comunicar algo desde otro mundo.

—Ayúdanos... —se escuchó de nuevo, esta vez más clara y desesperada.

Santiago apuntó su linterna hacia el origen del sonido, revelando una figura borrosa al final del pasillo. Carolina, con el corazón acelerado, se adelantó, tratando de acercarse a la figura que parecía desvanecerse en la penumbra.

—Espera, puede ser peligroso —advirtió Santiago, siguiéndola de cerca.

La figura se movió rápidamente, como una sombra deslizándose por la pared. Carolina la persiguió hasta una puerta que no habían notado antes, una entrada oculta entre las estanterías. Con un esfuerzo conjunto, lograron abrirla, revelando una escalera que descendía a una cripta subterránea.

—Esto no estaba en los planos de la casa —murmuró Santiago, encendiendo otra linterna para iluminar el estrecho descenso.

—Tal vez aquí encontremos respuestas —respondió Carolina, sintiendo una mezcla de miedo y determinación.

Bajaron lentamente, con cada paso resonando en el silencio sepulcral. La cripta era amplia, con paredes de piedra cubiertas de musgo y humedad. En el centro, un sarcófago antiguo dominaba la habitación, cubierto de inscripciones que parecían contar una historia olvidada.

—Esto es increíble —dijo Santiago, examinando las inscripciones—. Necesitamos documentar todo esto.

Carolina tomó fotos y grabaciones, mientras Santiago estudiaba el sarcófago. De repente, una ráfaga de aire frío llenó la cripta, y las linternas parpadearon. La voz susurrante volvió, esta vez con más intensidad.

—Libéranos... —se escuchó, resonando en las paredes de la cripta.

Carolina sintió un escalofrío recorrer su espalda. Se acercó a Santiago, quien estaba observando una inscripción en el sarcófago.

—Mira esto —dijo él, señalando una frase grabada—. "Aquí yacen los guardianes de la sombra, aquellos que protegen el secreto de la penumbra."

Antes de que pudieran discutir lo que eso significaba, un estruendo sacudió la cripta. Las paredes temblaron, y una de las antorchas de la pared se encendió por sí sola, revelando un pasadizo oculto.

—Esto está más allá de cualquier cosa que hayamos enfrentado antes —dijo Carolina, su voz temblando—. Pero debemos seguir adelante.

Con cautela, avanzaron por el pasadizo, que parecía llevar aún más profundamente bajo la mansión. Las paredes estaban cubiertas de símbolos y dibujos que narraban una historia antigua de sacrificio y sombras. Llegaron a una sala circular, donde un altar de piedra dominaba el centro, rodeado de estatuas que parecían observarlos con ojos vacíos.

—Este lugar... es como un santuario —murmuró Santiago, sintiendo la opresiva energía del lugar.

De repente, la figura borrosa apareció de nuevo, más clara que antes. Era un hombre joven, con ojos tristes y desesperados. Extendió una mano hacia ellos, y su voz resonó en la sala.

—Por favor, libéranos... —suplicó, antes de desvanecerse en el aire.

Santiago y Carolina intercambiaron miradas. Sabían que habían encontrado el corazón del misterio de la Mansión Whitemore, un lugar donde la ciencia y lo sobrenatural se entrelazaban de una manera que desafiaba la comprensión.

—No podemos ignorar esto —dijo Carolina con firmeza—. Debemos descubrir la verdad, sin importar a dónde nos lleve.

Santiago asintió, consciente de que su escepticismo estaba siendo desafiado como nunca antes. Bajo la penumbra de la mansión, la línea entre la realidad y lo inexplicable se desvanecía, y su búsqueda de respuestas los llevaría a enfrentarse a horrores que nunca habían imaginado.

La mansión guardaba sus secretos con ferocidad, y Santiago y Carolina sabían que estaban al borde de un descubrimiento que cambiaría su percepción del mundo para siempre.




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