Bajo la piel de Bangkok

2

Nam Manopakorn

El primer día en el hospital pasó más rápido de lo que esperaba. No podía negar que sentí orgullo cuando el director me presentó como la nueva neurocirujana. Todos me recibieron con respeto, con esa mezcla de curiosidad y admiración que siempre despierta un título en un hospital prestigioso.

Me asignaron una residente, una joven nerviosa que apenas levantaba la vista del suelo mientras me mostraba los pasillos, quirófanos y oficinas. Le agradecí con una sonrisa amable, pero en mi interior no dejaba de pensar en lo surrealista que era: en Inglaterra pasé años peleando por abrirme camino, y aquí, en mi propio país, el camino se me abría solo.

A mediodía, golpeé suavemente la puerta del director. Él me recibió con calidez.

—¿Ya se adaptó al ritmo del hospital, doctora Manopakorn?

—Lo intento —respondí con una sonrisa discreta—. Aunque vine a pedirle un favor. Esta noche debo asistir a una gala de la empresa de mi familia. Me temo que estoy prácticamente obligada.

El director rió, como si entendiera demasiado bien lo que significaba nacer en una familia poderosa.

—No se preocupe. Hoy puede salir temprano. Mañana la quiero descansada y lista para brillar en el quirófano.

Lo agradecí con un gesto y salí de la oficina con la sensación de que mi vida había cambiado de escenario demasiado rápido: del silencio quirúrgico a los flashes de una alfombra roja.

Cuando regresé a casa, eran casi las seis. Apenas crucé la puerta de mi habitación, me encontré con Somsak, lista y ansiosa, sosteniendo varios vestidos entre sus brazos.

—¡Por fin! —exclamó, entrando como un huracán—. Hermana, tienes el armario más deprimente del mundo…

—Gracias por el cumplido —respondí, sentándome en la cama.

Ella abrió el armario y comenzó a escarbar. De pronto, se quedó congelada.

—¡Momento! ¿Qué es todo esto? —sacó un traje de gala perfectamente entallado.

Me encogí de hombros, intentando no reírme.

—Uno nunca sabe cuándo un cóctel elegante se cruza en el camino de una doctora.

Somsak me lanzó una mirada incrédula.

—¿Así que no usas vestidos, pero guardas toda una colección de trajes a medida? Eres imposible, Nam.

Al final, eligió un conjunto negro que parecía hecho para esa noche: un blazer entallado sin camisa debajo, pantalón de tiro alto, tacones finos, pendientes plateados y un reloj minimalista. Cuando terminé de arreglarme, me observó como si no pudiera creer lo que veía.

—Pareces la CEO de un imperio. ¿Sabías que das vibras de top GL star?

—¿Eso es un cumplido? —pregunté, aunque la comisura de mis labios temblaba en una sonrisa.

—¡Es el cumplido! —gritó, arrastrándome fuera del cuarto.

La gala se celebró en un salón lujoso, con lámparas de cristal y mesas de mármol. La prensa y los fotógrafos disparaban flashes sin descanso. Me sentí fuera de lugar desde el primer paso. El hospital era un mundo de susurros, monitores y respiraciones contenidas; este salón era un carnaval de risas, perfumes y luces cegadoras.

Tía Sue se acercó a mí, acariciándome el brazo con ternura.

—Respira, hija. Aquí no hay bisturís, pero sí demasiados ojos curiosos.

Le sonreí con gratitud. Tenía razón: necesitaba recordar que no estaba en un quirófano, sino en la vitrina social de mi familia.

Mi padre subió al escenario y, como esperaba, su discurso fue impecable. En un momento me llamó a su lado.

—Quiero presentarles a mi hija mayor, Nalinee Manopakorn, la única médico de la familia. Neurocirujana en uno de los hospitales más importantes de la capital.

Los aplausos resonaron, y yo avancé con pasos seguros. Por dentro temblaba, pero logré disimular con un breve discurso.

—Gracias por esta bienvenida. Mi vida ha estado llena de libros y quirófanos, así que todo esto es nuevo para mí. Pero me alegra estar aquí, de regreso en mi hogar, y lista para servir a mi país desde la medicina.

Breve, simple, suficiente.

Quise relajarme un poco después de eso y comencé a caminar por el salón. No miraba por dónde iba, hasta que choqué con alguien. Una joven, vestida con elegancia sencilla, apenas un vestido de corte limpio que resaltaba más por su porte que por su tela.

—Perdón —me apresuré a decir, inclinándome levemente.

Ella me sonrió. No una sonrisa cualquiera, sino una mezcla coqueta y atrevida, como si me hubiera estado esperando. Antes de que pudiera añadir algo, desapareció entre la multitud. Me quedé allí, inmóvil, con el corazón acelerado.

—¿Qué demonios fue eso? —susurré para mí misma.

No tuve tiempo de procesarlo. Somsak apareció de pronto, jalándome del brazo, acompañada de una joven de cabello oscuro y mirada afilada.

—¡Nam! —dijo emocionada—. Quiero que conozcas a Kim, mi novia. Y Kim, esta es mi hermana mayor.

Kim me estudió con ojos clínicos, como si pudiera diseccionarme con la mirada.

—Así que la famosa doctora —dijo, cruzándose de brazos.

—Así que la famosa novia —respondí, con una sonrisa inocente.

El intercambio nos sacó una carcajada a ambas, aunque tenía el filo de dos espadas chocando. Su sarcasmo se sentía natural, casi desafiante.

En medio de nuestra conversación apareció otra figura: la misma joven con la que me había chocado minutos antes.

—¡Jenny! —exclamó Somsak—. Ven, quiero que conozcas a Nam. Ella es mi hermana mayor. Y Jenny es mi mejor amiga… y, bueno, la hermana menor de Kim.

Jenny me miró como si mi nombre fuera un secreto que acababa de descubrir. Sus labios dibujaron una sonrisa lenta, calculada, capaz de desarmar a cualquiera.

Yo apenas logré mantener la compostura.

Los minutos pasaron entre charla y bromas, pero yo sentía la presión crecer en mi pecho. Al final encontré la excusa perfecta:

—Discúlpenme, necesito ir al baño.

Me escabullí, agradecida por el silencio del pasillo. Me apoyé en el lavabo, cerrando los ojos, intentando calmarme.




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