Bajo la piel de Bangkok

3

Nam Manopakorn

El amanecer en Bangkok tenía un modo especial de imponerse. La luz entraba como un invitado insolente que no pedía permiso, y yo apenas podía protestar. No era solo la claridad lo que me mantenía despierta, sino la maraña de pensamientos que arrastraba desde la gala.

Jenny. Su sonrisa. Su atrevimiento. La forma en que había logrado instalarse en mi cabeza con apenas un par de frases.

Me odiaba por pensar tanto en alguien que apenas conocía. Y, sin embargo, ahí estaba yo, repasando la curva de sus labios en mi memoria, como si hubiera sido un diagnóstico complejo que necesitaba analizar en cada detalle.

Sacudí la cabeza. Concéntrate, Nam. Hoy eres médico, no protagonista de un drama barato.

En el desayuno, Somsak me esperaba con la sonrisa de quien prepara un chisme.

—Buenos días, doctora estrella. ¿Dormiste bien?

—Lo suficiente —respondí, sirviéndome té.

—¿Lo suficiente para qué? ¿Para seguir pensando en Jenny?

Casi dejo caer la taza.

—¿Perdón?

—Ay, Nam. —Se inclinó sobre la mesa como una niña traviesa—. No te hagas la seria. Yo vi esa mirada ayer.

—Eres guionista de tu propia imaginación.

—Pues tu cara no te ayuda a desmentirme. —Soltó una carcajada y siguió mordiendo su tostada como si nada.

No contesté. A veces, la mejor defensa contra Somsak era el silencio.

En el hospital volví a mi terreno: pacientes, residentes, estudios de imagen. Un mundo de lógica y precisión que me mantenía con los pies en la tierra. El contraste con la gala era tan grande que parecía vivir dos vidas paralelas.

Atendí mi primer caso complicado, un hombre mayor con un aneurisma sospechoso. Mientras analizaba las imágenes, sentí una calma que solo el quirófano podía darme. Allí no había sonrisas coquetas ni juegos de palabras. Solo vidas que dependían de mi cabeza fría y mis manos firmes.

Aquí soy yo. Aquí estoy a salvo. O eso creía.

Un revuelo en el pasillo me sacó de mi zona de confort. Técnicos con cámaras, luces y cables llenaban el espacio como si el hospital hubiera sido invadido por una feria ambulante.

Y en medio de ese caos, la voz que menos esperaba escuchar:

—Doctora Manopakorn. Qué gusto verla en horario laboral.

Kim. Con su andar seguro, un auricular en la oreja y una tablet en mano, parecía más cirujana del entretenimiento que productora.

—¿Qué demonios haces aquí? —pregunté, cruzándome de brazos.

Ella me regaló una sonrisa ladeada, esa sonrisa que mezcla burla y complicidad.

—Estoy trabajando. Produciendo una serie, para ser exactos. Y antes de que lo preguntes: sí, parte de la trama se desarrolla en un hospital. Este hospital.

—¿Tantos hospitales en la ciudad y justo eliges el mío?

—Por supuesto. —Alzó una ceja—. Ningún otro tiene a mi cuñada favorita para supervisar que todo luzca realista.

Rodé los ojos.

—No soy tu cuñada favorita. Soy tu única cuñada.

—Por eso mismo, la favorita. —Su sonrisa se amplió, encantada con su propio chiste.

No pude evitar reír, aunque lo disimulé con un suspiro. Así era Kim: imposible no pelearle, imposible no quererla un poco.

—No me digas que vienes a interrumpir mis rondas con tus cámaras —le dije.

—No, claro que no. —Se acercó, bajando el tono de voz—. Solo vine a advertirte que no secuestres… a mi actriz principal.

—¿Tu actriz principal? —repetí, confusa.

Kim chasqueó los dedos, y entonces la vi.

Jenny. Vestida con una bata blanca de utilería, estetoscopio en el cuello, guion en mano. Parecía una versión brillante y perfecta de lo que yo era en la realidad.

—Doctora Thongpradith, en posición —ordenó Kim, con tono burlón.

Jenny levantó la vista, y nuestras miradas se encontraron como la noche anterior. Su sonrisa fue lenta, peligrosa.

—Veo que este hospital tiene médicos muy interesantes —dijo, caminando hacia mí.

El aire se espesó.

—¿Así que ahora interpretas a doctora? —pregunté, intentando sonar neutral.

—Me gusta pensar que aprendo de las mejores. —Sus ojos me atravesaron.

Kim observaba todo con los brazos cruzados, disfrutando del espectáculo.

—No la distraigas mucho, Jenny —dijo con falsa seriedad—. A Nam le gustan las rutinas estrictas, no las improvisaciones.

—Oh, no te preocupes —contestó Jenny, sin apartar la mirada de mí—. Puedo ser muy profesional.

Mi corazón golpeaba con fuerza. Tuve que dar un paso atrás para recuperar el control.

—Tengo pacientes de verdad que atender. —Y yo tengo uno que solo finge estar enfermo. —Jenny sonrió con descaro.

Me giré para irme, pero antes de hacerlo alcancé a escuchar a Kim, divertida:




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