Bajo la piel de Bangkok

7

Jenny Thongpradith

Nunca he creído en el silencio. En mi mundo, el ruido lo dice todo: las cámaras, los focos, los aplausos falsos. Pero el hospital es distinto. Ahí el silencio corta, se siente pesado, lleno de cosas que nadie se atreve a decir. Y en esos silencios… Nam se escondía.

Desde el día que apareció ese tal Christopher, la atmósfera había cambiado. No era solo tensión profesional. Era algo más profundo, más personal. Yo podía sentirlo.

Era extraño ver a Nam evitar a alguien. Ella siempre caminaba con esa seguridad tranquila que hacía que todo el mundo la respetara sin necesidad de levantar la voz. Pero cuando él entraba a una habitación, su mirada se apagaba, su cuerpo se tensaba, y fingía estar demasiado ocupada. Lo vi más de una vez.

Y lo peor es que cada vez que pasaba, sentía una punzada en el pecho que no sabía explicar. Celos, curiosidad, miedo… probablemente todo eso junto.

Una tarde, la encontré sola en la terraza del hospital. Llevaba su bata abierta, el cabello suelto por primera vez en semanas. Tenía la vista fija en el horizonte, en ese tono anaranjado que deja el atardecer cuando ya no promete nada nuevo.

Me acerqué despacio, con una taza de café entre las manos.

—¿Sabes? No te imagino quedándote quieta mirando el cielo —le dije, sonriendo con suavidad—. Pensé que tú solo te detenías cuando el corazón de alguien deja de latir.

Ella soltó una risa casi inaudible.

—Incluso los cirujanos necesitamos respirar, Jenny.

—O esconderse —respondí sin pensar.

La miré. Ella no se movió. Solo se tensó un poco, como si mi frase le hubiera rozado una herida invisible.

—No estoy escondiéndome —dijo, sin apartar la vista del horizonte.

—Entonces, ¿por qué siento que huyes de algo? —pregunté, inclinándome hacia ella.

Nam tardó en responder. Su silencio fue más elocuente que cualquier palabra.

—No todo el mundo tiene la suerte de poder olvidar —dijo finalmente.

Y ahí supe que el pasado no era solo un rumor lejano. Era una sombra viva.

Los días siguientes, traté de observarla sin que lo notara. No era fácil: Nam tenía ese sexto sentido que todo médico desarrolla, el de notar miradas incluso a través de una pared. Pero lo intenté igual.

Una mañana, la tensión estalló. Estaba revisando un guion junto a Kim cuando escuché, desde el pasillo contiguo, las voces de Nam y Christopher.

—Nam, Nam —decía él con un tono teatral, casi divertido—. Siempre fuiste brillante, la consentida de los profesores, la favorita de los superiores… Una lástima que en otras cosas no hayas tenido la misma suerte.

Me asomé, conteniendo la respiración. Nam lo miraba con esa expresión fría y elegante que usaba cuando no quería mostrar que estaba ardiendo por dentro.

—Al menos aprendí a no mezclar mi trabajo con mis errores personales —replicó.

—¿Errores? —Christopher sonrió con un aire venenoso—. Qué cruel eres contigo misma.

Nam lo fulminó con la mirada. Por un momento, creí que iba a golpearlo. Pero en su lugar, dio media vuelta y se fue, dejando su bata ondeando detrás de ella.

Me quedé en el pasillo, escondida tras la puerta, con el corazón latiéndome en los oídos. Lo que acababa de presenciar no era una simple pelea entre colegas. Era una guerra en pausa.

Casi una semana después, las grabaciones en el hospital terminaron. El equipo de producción de Kim recogía los últimos equipos y cajas. La calma volvió poco a poco al edificio, aunque yo seguía sintiendo la inquietud en el pecho.

Esa misma tarde, llamé a Somsak y Kim para reunirnos. Elegí una cafetería pequeña en las afueras de la ciudad, una de esas que casi nadie conoce, donde el aroma del café se mezcla con la lluvia en los ventanales.

Kim llegó primero, con su ironía habitual.

—¿Una cita secreta tan lejos de la civilización? Me siento en un thriller de espías.

Somsak llegó después, con un vestido color lavanda y una expresión de pura curiosidad.

—Dime que esto no es una intervención para hablar de mi adicción al bubble tea.

Me reí.

—No, aunque podríamos hablar de eso otro día. Esto es sobre Nam.

Ambas se miraron, alertas.

—¿Qué pasa con mi hermana? —preguntó Somsak.

Tomé un sorbo de café antes de responder.

—Desde que ese tal Christopher llegó al hospital, Nam no es la misma. Lo evita todo el tiempo, y cuando se ven… es como si el aire se volviera ácido.

Kim arqueó una ceja, interesada.

—Ah, el doctor inglés. El tipo tiene el ego del tamaño de Europa. He visto cómo discuten en plena sala de descanso. Y no, no eran cosas de trabajo. Sonaban más como… reproches personales.

—¿Reproches? —preguntó Somsak, confundida.

—Del tipo “me traicionaste, pero no puedo matarte aquí porque hay testigos” —añadió Kim, apoyando la barbilla en su mano.




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