Nam Manopakorn
La mañana siguiente amaneció con un sol indecente. De esos que entran por las cortinas y parecen burlarse de quienes no han dormido del todo.
Yo no había pegado el ojo. Cada vez que cerraba los párpados, volvía a sentir el temblor del beso, la suavidad de los labios de Jenny, el calor de sus manos aferradas a las mías. Y, aunque el sueño se me escapaba, una paz nueva —esa que huele a comienzo— se instalaba en mí.
Cuando bajé al comedor, el olor a café recién hecho y pan dulce llenaba el aire. Mi padre ya estaba sentado leyendo el periódico, como siempre, con esa serenidad que solo él tenía. Tía Sue servía jugo en copas altas, mientras Somsak, con una sonrisa sospechosa, revolvía su cereal de manera exageradamente inocente.
Esto no pinta bien, pensé.
—Buenos días —saludé, intentando sonar normal.
—Buenos días, doctora corazón roto —canturreó Somsak sin siquiera mirarme.
—Somsak… —advertí, alzando una ceja.
Ella sonrió como quien acaba de abrir un cofre de secretos.
—¿Cómo dormiste? ¿O debería preguntar con quién soñaste?
Tía Sue giró la cabeza, interesada.
—¿Con quién soñó nuestra querida Nam?
—Oh, no —murmuré—. No empieces, Somsak.
—¿Ah, no? —dijo ella, con teatral inocencia—. Porque según lo que vi anoche, la doctora Manopakorn no necesita soñar. Ya vive su propio drama romántico.
La cuchara de mi padre se detuvo en el aire. Tía Sue dejó la jarra a medio servir. Yo deseé que el suelo me tragara.
—¿Qué demonios viste anoche? —pregunté, ya resignada.
Somsak sonrió de oreja a oreja.
—Digamos que Kim y yo entramos en el peor momento posible. —Hizo un gesto exagerado con las manos—. Tú y Jenny parecían sacadas de un drama de Netflix. Luz tenue, miradas intensas, y entonces… ¡paf!
—Somsak. —Mi tono fue de advertencia, pero ella siguió.
—Sí, hermana, paf. ¡El beso del siglo!
Tía Sue se llevó una mano al pecho, fingiendo sorpresa.
—¿Un beso? ¡Ay, Nam! Por fin. Pensé que moriría sin verte enamorada.
Mi padre levantó apenas la vista del periódico, con una sonrisa mínima pero inconfundible.
—Mientras no traigan escándalos al desayuno, todo está bien —dijo tranquilo.
Somsak soltó una carcajada.
—¿Escándalo? No, papá. Pero podríamos organizar una boda doble, ¿no te parece, tía?
Tía Sue asintió, entusiasmada.
—Por supuesto. Una boda elegante. Kim y Somsak, y al lado, Nam y Jenny. Podríamos hacerlo en la playa.
—¡Por el amor de…! —murmuré, tapándome la cara—. No he terminado el café y ya me están casando.
—Solo estamos adelantando los trámites —replicó Somsak, riendo.
La mesa estalló en risas, menos yo, que quería desaparecer. Pero, en el fondo, no podía evitar sonreír. Era ridículo, sí, pero también cálido. Hacía años que no teníamos un desayuno así, lleno de risas y vida.
Incluso mi padre, siempre tan reservado, parecía disfrutar de la escena en silencio.
Llegué al hospital con una sonrisa todavía pegada al rostro.
Por primera vez en mucho tiempo, no sentía el peso del pasado sobre los hombros. Saludé a las enfermeras, revisé los informes del día, pedí café doble. La vida, por fin, parecía ordenarse.
O eso creí.
Las primeras horas transcurrieron con calma, aunque algo me inquietaba. No era nada concreto, solo una sensación: las miradas.
Christopher estaba en el área de evaluación, y cada vez que cruzábamos en el pasillo, su sonrisa se curvaba de una forma que me resultaba demasiado conocida.
Una sonrisa que no prometía paz, sino caos.
Algo está tramando, pensé.
A media mañana, el sonido de unos tacones suaves sobre el piso pulido me hizo mirar. Jenny venía hacia mí con una sonrisa que apagaba todo lo demás.
Llevaba un vestido color marfil y un pequeño bolso en el hombro. El personal del hospital se quedaba mirándola; era imposible no hacerlo.
—Buenos días, doctora Manopakorn —dijo, con tono juguetón.
—Buenos días, señorita actriz. ¿Qué la trae por aquí?
—Una visita médica muy especial —respondió, acercándose un poco más—. Quería ver si la paciente emocional del ala este ya estaba recuperada.
Sonreí.
—Todavía con efectos secundarios… pero me siento mejor.
Nos miramos unos segundos más de lo prudente. Jenny tomó mi mano con naturalidad, sin importarle quién nos veía.
Caminar juntas por los pasillos así, tan cerca, tan tranquilas, me parecía un lujo.
Ella hablaba de su próximo proyecto —una serie ambientada en la era Ayutthaya—, y yo la escuchaba fascinada.
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Editado: 19.11.2025