Bajo la piel de Bangkok

17

Jenny Thongpradith

El aire de la noche se sentía espeso, pesado, como si hasta el viento supiera que algo se había roto.

No recuerdo cómo llegué al estacionamiento del club, ni cómo logré conducir hasta mi departamento. Solo sé que el temblor en mis manos no cesó ni un segundo, que mis ojos ardían y que mi pecho dolía como si me hubieran arrancado algo que no sabía que podía doler tanto.

Cuando crucé la puerta, el silencio del lugar me tocó de frente. Dejé las llaves caer en la mesa y yo dejé caer en el sofá.

No lloré de inmediato. Solo me quedé mirando la nada, con los ojos secos, intentando entender qué había visto, qué significaba:

Evelyn besando a Nam. Nam sin moverse al principio. Nam mirándola con una expresión que no supe leer.

Mi mente repetía la escena como un eco cruel. Una parte de mí quería creer que había una explicación, que Nam no había hecho nada. Pero la otra parte, la que temblaba, la que tenía miedo de haber apostado el corazón por alguien inalcanzable, susurraba que tal vez había sido una tonta.

Cuando al fin el primer sollozo escapó, ya no pude detenerlo. El llanto me vino en oleadas, ahogado, incontrolable. Me abracé a mí misma, intentando acallar el ruido en mi cabeza. No era celos en solitario. Era miedo. Miedo de perder lo que apenas empezábamos a construir.

El teléfono vibró sobre la mesa. Lo miré con el corazón en la garganta: Nam . Tenía al menos veinte llamadas perdidas y una docena de mensajes sin leer.

Jenny, déjame explicarte.

Por favor, no fue lo que crees.

Solo dame un minuto, te lo ruego.

Levante el teléfono con las manos temblorosas. Por un momento estuve a punto de responder. Pero la imagen volvió: Evelyn, con esa sonrisa satisfecha, y Nam, inmóvil. No pude.

Cuando entró la siguiente llamada, presioné el botón rojo y bloqueé el número. Luego bloqueé los mensajes, las notificaciones, todo. El silencio volvió, pero esta vez era un silencio que dolía más.

Me recosté en el sofá y dejé que el tiempo pasara. No sé cuánto estuve así. Quizás minutos, quizás una eternidad. Hasta que escuche el timbre del sonar.

Una, dos, tres veces.

La ignoraré al principio. No era necesario abrir la puerta para confirmar que era Nam.

Pero entonces escuché otra voz.

—Jenny, soy yo. Abre, por favor.

Era Kim .

Me limpié la cara con la manga de la blusa antes de abrir. Al ver su expresión —esa mezcla de preocupación y paciencia que solo ella sabe usar—, sintió que el muro que había intentado mantener en pie se desplomaba.

Kim no dijo nada al principio. Solo me miró, esperó, y luego me rodeó con los brazos. Su abrazo fue cálido, firme, y con ese gesto simple logré respirar por primera vez en horas.

Nos sentamos en el sofá. Ella no preguntó enseñada, me dejó el tiempo necesario para recomponerme.

Cuando por fin habló, mi voz era apenas un hilo.

—Nam fue al baño… y mientras la esperaba, apareció Christopher.

El nombre me salió con dificultad. Kim frunció el ceño, pero no interrumpió.

—Él empezó a decir cosas —continué—, cosas sobre Nam, sobre Evelyn, sobre mí. Decía que Nam solo estaba conmigo porque no podía tener a Evelyn, que yo era una distracción, un consuelo.

Kim inhaló despacio, como si intentara no perder la calma. Yo bajé la mirada.

—Le respondí que estaba equivocado. Que Nam ya había pasado esa historia. Que ella y yo estábamos bien…

Tragué saliva.

—Y entonces él me pidió que mirara hacia la pista.

Cerré los ojos, y la imagen volvió a herirme.

—Ahí estaban. Evelyn la estaba besando. Y Nam… Nam no se apartó enseguida.

Mi voz se quebró. El llanto volvió, silencioso pero profundo.

Kim me abrazó sin decir nada, solo pasó su mano por mi cabello con ese gesto pausado que siempre usa cuando quiere decir: "Aquí estoy".

—Yo sé que debería haber esperado, que debería dejarla explicarme —continué, entre sollozos—, pero no podía. Me dolia tanto…

Kim esperó hasta que mi respiración se calmó un poco antes de hablar.

—No tienes que justificarte, Jenny. Nadie reacciona bien cuando le rompen algo dentro.

Guardamos silencio un momento. El reloj marcaba un tic-tac lento que llenaba la habitación. La noche afuera seguía en calma, ajena a la tormenta que me recorría.

—Pero, Kim —susurré—, ¿y si Christopher tiene razón? ¿Y si Nam nunca me amó de verdad?

Ella negó con la cabeza.

—No, Jenny. Nam no es así. Créeme, la conozco mejor que eso.

La miré, dudando. Kim soltó un suspiro y apoyó los codos sobre las rodillas.

— ¿Recuerdas que Somsak nos contó que Nam le pidió consejo sobre Evelyn? Incluso habló con su padre y con la tía Sue sobre eso.




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