Bajo la piel de Bangkok

Capítulo Especial 1: El Misterio del Uniforme

El reloj del pasillo marcaba casi las diez de la noche cuando Nam abrió la puerta del apartamento, sosteniendo la llave con una mano y un café frío con la otra. Su bata blanca, todavía puesta, tenía manchas de yodo. El cabello negro, recogido a la carrera, dejaba escapar mechones húmedos por el sudor del turno. Entró en silencio, con el cansancio visible en los ojos grises que solían parecer de acero, pero que ahora lucían opacos y exhaustos.

—Llegaste tarde otra vez, doctora del caos —dijo Jenny desde el sofá, sin levantar la vista del portátil, aunque sonreía con cariño.

Nam apenas murmuró algo entre dientes.

—Turno eterno, tres operaciones, dos emergencias y un residente que casi se desmaya. Y el aire acondicionado del quirófano decidió morir justo cuando estábamos terminando una operación… nada fuera de lo normal.

Jenny se rió entre dientes.

—Suena a un martes normal en tu vida.

Nam dejó el maletín sobre el mueble de la entrada y soltó un suspiro profundo, ese que hacía vibrar los hombros. Caminó hacia el sofá y se inclinó para darle un beso rápido a Jenny en la cabeza. Medio dormida, murmuró con voz grave:

—Voy a ducharme y después meto el uniforme a la lavadora. No te preocupes.

Jenny asintió y volvió a la llamada, intentando no reír cuando Nam desapareció en dirección al dormitorio arrastrando los pies.

El sonido del agua llenó el apartamento. Jenny, mientras tanto, seguía hablando con su amiga unos minutos más, pero no podía quitarse de la cabeza la imagen del uniforme blanco doblado sobre la cama. Terminó la llamada y se levantó con determinación.

—Solo voy a echarle un vistazo —se dijo a sí misma—. Por si acaso.

Al llegar a la habitación, encontró el uniforme de Nam impecablemente doblado: bata, pantalón, camisa, hasta la gorra quirúrgica asomando entre las prendas. Jenny sonrió, sabiendo que su novia podía ser metódica hasta en su caos.

Se sentó en la cama, tomó la bata y metió la mano en el primer bolsillo.

Y entonces comenzó el unboxing médico más inesperado de la historia.

Primero salieron tres bolígrafos, cada uno de un color distinto. Luego, dos termómetros digitales (uno sin tapa). Después, un frasquito de alcohol de 50 ml, guantes de látex sin usar, un tapabocas arrugado, un par de gasas dobladas con precisión quirúrgica y un bisturí sellado en plástico.

Jenny arqueó una ceja.

—Vale, esto ya empieza a parecer contrabando —bromeó.

Metió la mano otra vez. Apareció un mini estetoscopio que cabría en la mano de un niño.

—¿Por qué tienes uno de estos, Nam? ¿Para atender muñecos? —susurró entre risas.

Siguió revisando y encontró una nota doblada con letra casi ilegible y… una chocolatina.

“Recordar revisar las tomografías del paciente que se encuentra en trauma uno antes de decir si operarlo o no. —Phan.”

Jenny levantó la nota como si sostuviera un secreto de Estado.

—Phan siempre recordándole cosas como si Nam tuviera mala memoria…

Pero lo que vino después fue peor. Metió la mano hasta el fondo del bolsillo lateral y sintió algo blando, redondo. Lo sacó despacio… y su mente colapsó.

Era un cerebro. Pequeño, rosado, con surcos detallados.

Jenny soltó un grito que hizo eco por todo el apartamento.

—¡NAM! ¡Por el amor de Buda, dime que esto no es lo que creo que es!

Desde el baño se escuchó la voz tranquila de Nam:

—¡Es de plástico, Jenny! ¡Lo uso para explicar tumores a los pacientes!

Hubo una pausa.

—Aunque… —añadió la doctora— tu grito me subió la presión más que el turno de trauma.

Jenny seguía de pie, con el cerebro en la mano, respirando agitada.

—Deberías advertirme que guardas órganos falsos en los bolsillos.

Nam apareció en la puerta del baño, ya con el pijama puesto y el cabello húmedo cayéndole sobre los hombros.

—Si te dijera todo lo que llevo en los bolsillos, perderías la emoción de descubrirlo.

—Lo que voy a perder es la salud mental —respondió Jenny, dejando el cerebro sobre la cama con un gesto teatral.

Siguió revisando la bata, y de otro bolsillo sacó un rollo de mangueras de intravenosa… con algo enredado. Jenny lo desenrolló y casi se le cae de la sorpresa: era la credencial de Nam, envuelta en papeles y enrollada como si fuera parte del equipo médico.

—¿Sabías que tu carnet de trabajo estaba atrapado en esto? —preguntó Jenny, levantando la evidencia.

Nam se llevó la mano a la frente.

—Dios… lo busqué toda la mañana. Pensé que lo había dejado en la cafetería.

Jenny rió.

—No, lo dejaste en una cápsula de hospital portátil.

De pronto algo verde sobresalió del bolsillo del pantalón. Jenny lo sacó y descubrió un pequeño billete arrugado de 10 wones. Lo observó con ternura.




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