Bajo la piel de Bangkok

Capítulo Especial 2: Las Tías del Caos

La tarde estaba tibia y luminosa, una de esas en que Bangkok parecía suspender el ruido por unos minutos. En la casa de Kim y Somsak, la mesa del comedor estaba decorada con flores y tazas de té. Todo parecía tranquilo… lo cual, viniendo de esa familia, era una señal de que algo explosivo estaba por ocurrir.

Nam estaba sentada junto a Jenny, hojeando distraídamente una revista médica mientras Jenny observaba el reloj por enésima vez.

—¿Estás segura de que no es otra de esas cenas improvisadas de Kim? —preguntó Nam, arqueando una ceja.

Jenny se encogió de hombros.

—Somsak dijo que era importante. Y cuando Somsak dice “importante”, suele significar “prepárate para el drama”.

En ese momento, las anfitrionas aparecieron. Kim, elegante incluso en ropa de casa, llevaba una copa de jugo de granada en la mano. Somsak, radiante, traía una sonrisa sospechosamente amplia.

—Bueno —dijo Somsak, aplaudiendo suavemente para llamar la atención—. Tenemos algo que contarles.

Nam tomó su taza de té, anticipando el anuncio con serenidad… hasta que Somsak dijo las palabras mágicas.

—Voy a ser mamá.

El té de Nam tomó el camino equivocado. Tosió, se atragantó, se golpeó el pecho, mientras Jenny daba un gritito emocionado y la abrazaba con fuerza.

—¡¿Qué dijiste?! —balbuceó Nam con los ojos muy abiertos.

—Exacto eso —repitió Somsak, sonriendo con orgullo—. Kim y yo lo logramos.

Jenny empezó a llorar de alegría. Kim rodó los ojos y comentó, con su tono habitual de sarcasmo seco:

—Yo solo esperaba un brindis, no que alguien se deshidratara de felicidad.

Nam seguía procesando la información, mirando a su hermana como si acabara de anunciar que iba a pilotar un cohete.

—¿Estás segura? ¿Ya lo confirmaron?

—Tres pruebas, dos doctores y un ultrasonido —respondió Somsak, divertida—. Sí, hermanita, es oficial. Vas a ser tía.

Nam dejó la taza sobre la mesa con cuidado exagerado.

—Dios… tía Nam suena muy peligroso.

Jenny la abrazó de nuevo.

—Peligroso no, adorable.

Kim suspiró.

—No sé qué me da más miedo: el embarazo o imaginar a Nam con un bebé en brazos.

Somsak soltó una carcajada.

—A mí me da más miedo Jenny.

Siete meses después, el hospital estaba en ebullición aquella mañana. Kim, de pie frente a la puerta del quirófano, caminaba de un lado a otro como si el suelo fuera de lava. Jenny intentaba calmarla. Nam, en cambio, permanecía serena, aunque sus dedos tamborileaban contra el portapapeles con un nerviosismo disimulado.

De pronto, una enfermera salió con una sonrisa.

—Todo salió bien. Son dos y están sanos.

El tiempo pareció detenerse cuando las cuatro entraron a la habitación donde se encontraba Somsak. Kim se quedó al ver dos pequeños bultitos rosados que dormían, envueltos en mantas idénticas en brazos de Somsak.

—Dios mío —susurró Kim—. Son… perfectos.

Somsak, agotada pero sonriente, los observaba desde la camilla.

—Si te atreves a decir que fue fácil —le dijo a Nam en tono amenazante—, juro que te lanzo este monitor.

Nam levantó las manos, sonriendo.

—Palabra de cirujana, no diré nada.

Jenny no podía contener la emoción.

—¿Cómo se llaman?

—Mina Manopakorn y Korn Thongpradith —respondió Kim con orgullo mientras cargaba con sumo cuidado al pequeño Korn—. Una igualita a Somsak… y el otro, bueno, digamos que ya trae mi encanto natural.

Nam miró a los mellizos que estaban en brazos de sus madres. Mina dormía tranquila, con una mueca idéntica a la de Somsak. Korn, en cambio, se movía y sonreía como si ya estuviera planeando travesuras.

—Oficialmente —dijo Jenny—, somos las tías más felices del mundo.

—Y las más responsables —añadió Kim con una sonrisa traviesa—. Porque las voy a necesitar mucho.

Meses después, la casa de Kim y Somsak ya no era una casa. Era un campo de batalla con biberones, pañales y juguetes por todos lados. Nam y Jenny habían ido a pasar la tarde, prometiendo ayudar con “todo lo necesario”. La escena, sin embargo, distaba mucho de parecer ordenada.

Jenny estaba en el suelo, luchando contra un pañal rebelde mientras Korn se reía a carcajadas.

—¡Nam! ¡Se mueve demasiado! ¡Ayúdame o esto va a terminar en desastre!

Nam, sentada en el sofá, leía un manual de instrucciones con seriedad quirúrgica.

—Según el manual, hay que mantener la calma y sujetar los tobillos con suavidad.

—¡Nam, esto es un bebé, no un paciente en cirugía! —gritó Jenny, intentando atrapar a Korn.

En ese momento, Mina comenzó a llorar. Nam dejó el manual y la alzó con cuidado. Pero la pequeña, apenas la vio, se calmó de inmediato, acurrucándose contra su pecho.




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