Bajo La Piel De Lobo

AGENTE MUY ESPECIAL

CAPÍTULO XIII

Agente MUY especial.

 

 

            El agente especial del FBI Lewis Ferrer iba rumbo al gimnasio, pensando en la conversación que sostuvo esa misma tarde con la madre de Mackenna. Lo peor de un caso en “relevo” es tener que desandar para empezar desde cero. Normalmente cuando no son casos que empiezan dentro de la jurisdicción federal y luego lo son, los investigadores se consiguen con toda clase de “desastres” armados por las policías locales que van desde contaminación de escenas de crímenes, mala preservación de evidencias, incluso a veces se topan con que algunas de las pruebas se extraviaron. Y eso sin mencionar el lapso de tiempo entre el momento del suceso y el momento de la investigación.

            Hay ocasiones en las que los trabajos previos son más bien impecables y la solución del caso se logra, casi por los procedimientos bien llevados de algunos cuerpos policiales que están muy bien preparados, son muy organizados y cuentan con mucha experiencia; pero terminan cediendo el caso porque se les pasó un pequeño detalle que no vieron, o simplemente porque cambió de jurisdicción.

            Con el caso de Mackenna habían sucedido dos cosas: la primera es que intentaron hacer un trabajo para el que no tenían la preparación ni la pericia; lo que causó que perdieran demasiado tiempo. Lo segundo a considerar, es que precisamente por ese bajo nivel de capacidad, la policía de Oklahoma no fue capaz de ver las señales que estaban frente a sus narices.

            Llegó a su destino y entró a los vestidores para cambiarse de ropa. La verdad es que se sentía como un pez fuera del agua. Ya contaba con sesenta y cinco años y una mala condición física. Luego de los cuarenta, no fue muy amante de ejercitar su cuerpo aunque estaba claro que a partir de ese momento era cuando más lo requería. Llevaba una semana acudiendo al lugar después de su última cita médica, en la que el doctor le dijo que o retornaba a la senda de cuidar su organismo, o le auguraba un importante problema de salud, entre los cuales no descartaba un infarto.

            Se subió a la caminadora y comenzó su rutina con la esperanza de alcanzar la media hora seguida, lo cual hasta la noche anterior no había sido capaz de lograr. Él, quien en sus tiempos de mozo hasta maratonista fue, destacando entre sus compañeros de la academia en Quántico, Virginia. El tiempo no pasa en vano y los años no perdonan… en especial para aquellos que se descuidan a sí mismos porque viéndolo bien, a su alrededor habían contemporáneos con él que no tenían mucho que envidiar a la figura de los más jóvenes.

            No quería ni debía decir nada que pudiera filtrarse a la prensa y entonces fastidiara el caso, pero era un ser humano y entendía que la pobre señora estaba viviendo un infierno igual de terrible del que seguramente vivió su hija – no tenía la menor duda de que a esas alturas Mackenna llevaba algún tiempo muerta –, e incluso peor porque al menos la chica ya debía estar descansando en algún lugar del Estado vecino, mientras que la madre seguía viviendo aquella agonía.

            El cronómetro en el tablero marcaba 18 minutos y a pesar de un leve dolor en su rodilla izquierda, se sentía muy bien y sin deseos de bajar el ritmo, al parecer su organismo ya había empezado a responder a las rutinas diarias de ejercicio; pero todavía era muy pronto para cantar victoria, luego de la caminadora le esperaban ocho estaciones más de trabajo. Volvió con el mismo asunto de la señora y repasando sus palabras no creía haber dicho nada imprudente, solo lo necesario para que la dama se convenciera de que ellos habían tomado muy en serio el caso de la chica, y de que si bien no estaban ni cerca de encontrarla, tampoco era que tenían las manos vacías. Pero lo mejor de todo y esto era algo que todavía no podía compartir con la señora, a diferencia de los investigadores de la policía, él si estaba claro de los próximos pasos que se debía dar.

            Luego de su rutina de ejercicios llegó a casa “molido”, y para colmo le esperaba la cena ligera que le había preparado su esposa, mientras comía un bocadillo integral y algunos trozos de frutas, su esposa le acompañó sentada a su lado y charlaron como solía ser costumbre desde que a ella la jubilaron de su oficio de educadora. Tenían un hijo en común al que pocas veces le veían la cara, a pesar de vivir en la misma casa, pero desde que había terminado la secundaria y tenía un empleo con el cual cubría sus propios gastos, se creía independiente y se la pasaba “calle arriba y calle abajo”. Ferrer sospechaba que podía andar en malos pasos, pero siempre que le tocaba el asunto a su mujer, ella se tornaba iracunda y él prefería ignorar el asunto para evitar problemas. En estas situaciones se suele utilizar una expresión: “en las casas de los herreros se usan cuchillos de madera”.

            Dos días más tarde llegó a Charles Lake, en el estado de Luisiana. Se reunió con los detectives de la policía local que llevaban el caso de la desaparición de Nancy Stateman, una chica de diez y seis años de la cual, Ferrer sospechaba había sido una nueva víctima del mismo agresor de Mackenna.

            Como el suceso había ocurrido en un poblado tan pequeño y pacífico como lo era Moss Bluff, los residentes sabían distinguir cuando algo estaba fuera de lugar en aquella pequeña comarca. Para empezar, la policía del pueblo fue alertada de la desaparición de la adolescente y de inmediato tomaron el caso con la seriedad necesaria; ese fue uno de los errores que cometió el perpetrador, porque un agente de policía iba a la escuela nocturna con un familiar de Nancy. Este hecho era importante no porque hubiere una influencia personal o un interés directo de los gendarmes, ellos hubieran puesto el mismo ahínco por cualquier otra ciudadana, pero con franqueza eso ayudó a que el tiempo de reacción fuera  muy corto; en consecuencia esa misma noche detectaron el vehículo abandonado donde fue presuntamente tomada la adolescente.




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