CAPÍTULO XVI
Lo que pasa en California, se queda en California
Una mujer le observaba con intensidad y cara de pícara, disfrutado ver cómo él se sonrojaba y se hallaba incómodo bajo su escrutinio visual, mientras giraba su cabeza en todas direcciones para evadir su mirada y al mismo tiempo, intentar inútilmente encontrar a aquello que buscaba y que a ella le resultaba aún más gracioso. Se había bajado del avión sin batería en su teléfono celular y no podía llamar a la persona que se suponía le estaría esperando, justo en las adyacencias del Starbucks que se hallaba en pleno aeropuerto de San Francisco.
No había un enchufe disponible y no podía llamar al agente Romero, quien era la persona contactada por el agente especial Ferrer, para que le ayudara en su periplo por los diferentes sitios de California, donde tenía que desplazarse para encontrar la información que buscaba acerca de Thomas Miller, antes de que ese siniestro personaje terminara por salirse con la suya impunemente.
La mujer se le acercó finalmente portando un café en cada mano, observándole con una mirada intensa y logrando con ello que Rick se pusiera más incómodo, para cuando estuvieron frente a frente, e inevitablemente forzados a mirarse mutuamente, ella le dirigió la palabra:
- Hola, tú debes ser el detective Moranis, yo soy la agente Romero. Mucho gusto.
- Oh el gusto es mío – respondió Rick, quien por inercia intentó darle la mano, sin considerar que las tenía ocupadas con los vasos.
- Tranquilo… toma, este es para ti.
- Oh gracias, pero no es necesario.
- ¿No tomas café?
- Si claro, pero qué pena que encima de todo me hayas esperado y además comprado un café.
- Bueno, espero que te guste esta basura… a ustedes los “gringos” les encanta tomar agua oscura caliente, e insisten en llamarlo café. Pero ni modo – dijo en tono de chiste más que de crítica, acompañando aquella expresión peyorativa con una sonrisa, como para dejar claro que el comentario era una broma y no un reclamo racial.
Llegaron al estacionamiento y guardaron el equipaje de Rick en el maletero del vehículo, la agente Romero puso el motor en marcha y en el acto tomaron rumbo a la ciudad.
- Tu nombre es Rick, ¿cierto?
- Sí, exacto.
- ¿Y puedo llamarte Rick?
- Desde luego.
- Ok muñecón – le dijo en tono confianzudo – puedes enchufar tu celular ahí y ponerlo a cargar. Mi nombre es Lee Mary, me puedes llamar como gustes.
- MMM… gracias agente Romero – le respondió Rick, pero ni había concluido cuando ella le interrumpió.
- Lee Mary, puede llamarme Lee Mary, cowboy… por cierto ¿Cómo es que un detective de la policía de Texas termina en San Francisco con una agente del FBI como su chofer?
- No lo sé, supongo que ha sido por suerte – le respondió Rick intentando una actitud combinada entre un toque de misterio y un toque de seductor. Aunque en el fondo no deseaba seducir a nadie, solo no quería ser menospreciado por una agente del FBI. Y continuó – ¿Y qué me dices de ti, cómo es que un agente del FBI termina de chofer de un detective de Texas?
-¿Estás loco? Terminaría haciendo lo que fuera necesario por Ferrer… si todavía respiro, es gracias a él.
Luego de decir aquellas palabras, la agente Romero se concentró en la vía y cambió su actitud juguetona y alegre por otra seria y ausente. Rick sintió que detrás de aquel comentario había un hecho de vida solemne y sagrado, al parecer la conversación trajo a colación en su mente, un episodio del pasado que le había dejado marcada en su interior. No es que a Rick le agradara el hecho en sí, pero agradeció internamente que desapareciera por un rato aquella actitud bonachona y trepidante de su compañera. Francamente le hacía sentir incómodo.
Y es que viéndola bien la agente Romero, o Lee Mary como ella pretendía que le llamara, era una mujer de alrededor de 40 años. Piel canela y cabello azabache, de mirada profunda y boca pequeña pero con labios rojizos provocativos. Llevaba el cabello corto y vestía según el atuendo que uno esperaría ver en un agente femenino del FBI – ¡que burla! – pensó Rick, recordando que nunca creyó que “el agente Romero” al que se refirió Ferrer como su contacto, fuese a ser una dama. Y no una cualquiera sino una dama llamativa y de personalidad desbocada que si se descuidaba, le arrollaría. Algunos creen que eso es por la esencia de la sangre en las personas latinas. Irónicamente en los Estados Unidos, las mujeres creen que sus pares en Latinoamérica son más liberales; en tanto que las mujeres latinas creen precisamente lo contrario, sin percatarse que ambas cosas son falsas. Basta ver una pareja de novios o esposos, andando en esas bicicletas dobles que traen los puestos en tándem, para observar que en el puesto delantero siempre ha de ir el hombre decidiendo el ritmo y el camino. Eso es así tanto al norte como al sur del ecuador, porque al final de cuentas, las mujeres tienen su propio límite mental cuando de emanciparse se trata, la última en romper ese paradigma, fue una dama alemana llamada Ángela Merkel.
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Editado: 27.07.2023