CAPÍTULO -I
El Autor
En los años ochenta, en una pequeña población californiana cercana al mar de la costa Oeste, una niña de solo once años de edad, de padres hispanos, salió temprano por la tarde de su casa con rumbo a una iglesia de la comunidad, donde comenzaría a las 3:00 PM, su primera clase de catecismo.
Al final de aquel día y debido a que la joven no aparecía, sus padres comenzaron a buscarla entre los conocidos sin ningún éxito, terminaron llamando a la policía y denunciando su desaparición: la niña de 11 años, jamás llegó a su clase.
Esa misma noche, los padres recibieron una llamada telefónica a muy altas horas; se trataba de la chica que por razones obvias, llamaremos con el nombre de Rosa, aunque no sea el real. Lo cierto es que Rosa llamó a sus padres y les dijo el lugar donde estaba. Éstos a su vez llamaron a la policía y unos agentes fueron a por ella y la llevaron a la comisaría, donde se reunió finalmente con sus progenitores.
Al ser interrogada, Rosa explicó que al llegar al complejo religioso no encontró el salón de clase; en su lugar, vio a un hombre que le abordó al observarla perdida y se ofreció amablemente a acompañarla, para mostrarle la ubicación del salón. Al pasar al lado de la furgoneta del individuo, este la tomó por detrás y la metió forzada, una vez dentro la amenazó con matarla si gritaba. La ató y amordazó, para luego meterla dentro de una especie de cajón de madera, el cual estaba forrado con alfombra en su parte interna.
La joven dijo que luego de conducir hasta la playa, la sacó del cajón y abusó de ella. Finalmente la volvió a amarrar y meter en el cajón donde estuvo antes. El sujeto condujo de nuevo, esta vez cerca de una hora hasta que detuvo la furgoneta. Allí permaneció por un largo tiempo que no supo determinar, hasta que su captor regresó y puso una vez más en marcha el vehículo, llegaron a un motel donde la metió en una habitación y le forzó nuevamente.
Finalmente, Rosa se opuso a seguir complaciendo a aquel depravado y le plantó cara. El hombre, sorprendido de aquella actitud de la chica, increíblemente optó por cumplir con la demanda de Rosa, de que la liberara y le dejara ir. De modo que la abandonó en un lugar lejano, desde donde caminó hasta encontrar a unos chicos jugando en la calle, quienes finalmente le llevaron a una casa desde donde efectuó la llamada.
Toda aquella escalofriante experiencia, fue contada por la niña sin ningún tipo de exaltación, emoción o conducta, que cualquiera esperaría observar en una niña de once años que acababa de vivir algo así. Además, resulta que su “supuesta” liberación, había ocurrido solo a un par de millas de distancia, de donde vivía un niño que estudiaba en el mismo colegio y que a ella le llamaba la atención.
Los investigadores no necesitaron ningún esfuerzo para darse cuenta, que aquello no era más que una escapada juvenil y que la historia, no era otra cosa que un encubrimiento que intentaba presentar. Decidieron no ordenar un examen forense, simplemente le pidieron a los padres que regresaran con Rosa la mañana siguiente, ya que por la hora, era mejor proseguir durante el día.
Sin embargo, convencidos de la falsedad de toda la historia, decidieron decomisar la ropa de Rosa, no solo porque era parte del procedimiento habitual; más que nada lo hicieron para generar a la chica, una pequeña incomodidad por su comportamiento incorrecto.
Llegado el nuevo día, los padres y la muchacha se presentaron en la sede policial a la hora acordada. Rosa seguía al igual que el día anterior, sin mostrar un ápice de emoción ni en su apariencia, ni en sus palabras. Solo que ahora, con la luz del día, los detectives pudieron ver algo que no fue evidente la noche anterior: enrojecimiento en sus muñecas y su rostro: tal parece que la chica si había sido atada y amordazada.
Para entonces, todo rastro que el agresor hubiera podido dejar en ella había sido destruido: a Rosa no le practicaron un examen forense y ella se había aseado en profundidad… parecía que los investigadores habían “metido la pata”.
Entonces enviaron la ropa colectada al laboratorio, donde los científicos encontraron diversas fibras desconocidas, que más adelante resultaron ser claves para el caso.
La chica relató nuevamente la historia sin cambiar ningún detalle. Increíblemente Rosa había descrito los rasgos de su agresor, de la furgoneta, las palabras grabadas en el exterior que hacían alusión a trabajos de remodelación y madera. Incluso el contenido interior del vehículo fue descrito en detalle.
A los investigadores les bastó con tomar la guía telefónica y buscar en ella, los anuncios de servicios como los que Rosa describió. Ese mismo día encontraron a su sospechoso y la chica lo identificó.
Pero el sujeto tenía una sólida coartada: la tarde anterior, él había salido a cenar con su esposa e hijo. Y para colmo, no poseía ningún antecedente. De modo que sin rastros de ADN del hombre, lo único que permitió a los investigadores relacionar a Rosa con aquel individuo, fueron las fibras de su ropa, las cuales coincidían con la alfombra de aquella furgoneta. La misma alfombra en la que los investigadores pudieron observar una marca de un objeto rectangular que estaba ahí, el cual había sido removido recientemente. Al obtener una orden de registro, encontraron algunas maderas en la casa del sujeto, las cuales al unirse, creaban perfectamente el cajón donde Rosa alegó haber sido encerrada.
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Editado: 27.07.2023