Me encuentro tomando mi taza de cafe cuando mi Tía Clara entra en la cocina y me saca de mis pensamientos. A diferencia de mí, siempre ha sido una persona práctica. Nada la saca de su rutina diaria, ni siquiera las historias de lobos y criaturas que supuestamente rondan el bosque.
—¿Vas a ir al bosque otra vez? —pregunta con una ceja levantada mientras sirve más café en su taza—. Ya sabes lo que pienso de eso.
—Lo sé, pero necesito averiguar algo. Además, siempre he estado bien.
Ella suspira, como si ya hubiera aceptado que no puede cambiar mi curiosidad. La vida aquí es tranquila, demasiado para alguien como yo, que siempre anda buscando respuestas a preguntas que probablemente deberían quedarse sin responder.
Me pongo mi chaqueta de cuero sobre la camiseta gris oscura y unos jeans ajustados que ya están un poco gastados en las rodillas. Mis botas, aún cubiertas de polvo del día anterior, completan mi atuendo. Nada especial, pero lo suficientemente resistente para mis caminatas por el bosque.
Salgo de la casa y me dirijo hacia la misma zona donde encontré a Eirik. No sé exactamente por qué vuelvo ahí, tal vez una parte de mí espera encontrar respuestas, aunque no estoy segura de cuáles son las preguntas. Todo el pueblo sabe que los lobos existen. No son leyendas, pero nadie los ha visto de verdad. Al menos no en su forma animal. ¿Y si...?
Sacudo esos pensamientos de mi cabeza mientras mis botas crujen sobre las hojas secas del camino. El bosque, una vez más, me recibe con ese silencio pesado que parece esconder algo. Sin embargo, avanzo, decidida.
Después de un rato, llego a una pequeña explanada donde las cabañas comienzan a aparecer entre los árboles. No soy la única en el pueblo que vive cerca del bosque; hay varias familias que tienen pequeñas cabañas dispersas por la zona. Algunas parecen abandonadas, otras bien cuidadas, pero ninguna parece fuera de lo común. Excepto una.
Entre los árboles, ligeramente más apartada que las demás, hay una cabaña con ventanas oscuras y un aspecto un tanto, como diría mi abuela viejo. La reconocí de inmediato. Es donde lo vi ayer... a Eirik.
El mismo chico del bosque, con esa expresión serena y a la vez indescifrable. Por alguna razón, el recuerdo del niño que me advirtió cuando era pequeña vuelve a invadir mi mente. ¿Podría ser él? ¿Es posible? Antes de que pueda seguir con mis pensamientos, una voz profunda y tranquila rompe el silencio.
—¿Qué haces aquí otra vez?
Me giro rápidamente y ahí está, Eirik, apoyado contra un árbol cercano. Su postura relajada no coincide con la intensidad de su mirada. Me observa con esa misma expresión impenetrable, y siento una punzada de nerviosismo recorrerme.
—Solo... paseaba —respondo, tratando de sonar indiferente, aunque mi tono probablemente me traiciona.
Eirik da un paso hacia mí, sus botas apenas hacen ruido sobre las hojas. Se detiene a pocos metros de distancia, lo suficientemente cerca.
—¿Suele pasear la gente por zonas peligrosas sin motivo? —pregunta, inclinando ligeramente la cabeza.
Me encojo de hombros, sin saber muy bien qué responder. ¿Qué estaba buscando realmente?
—Quizá solo me gusta el bosque —digo finalmente, aunque suena más como una excusa que una explicación.
Eirik mantiene su mirada fija en mí por unos segundos más, como si estuviera decidiendo si continuar o no con la conversación.
—¿Y como va con tu investigación?
Muerdo mi labio.
—Es investigación secreta. Lo siento, pero no comparto mi gloria.
—¿Tu gloria? Está bien. Lo entiendo, solo quería ayudarte.
—¿Ayudarme? ¿Por qué?
Primera regla de investigación: No confíes en nadie, solo en ti. Y si tiene información importante, solo da lo básico.
—No se. Tal vez porque eres la unica adolescente que decidió quedarse en el pueblo a ir a la playa como los demás. Y estoy aburrido — comenta con una sonrisa.
—¿Y tú porque te quedaste?
—No me gusta la playa.
—Eres de los míos. Prefiero quedarme acá. Estoy segura, un casi 70% de que va aparecer uno. No hay muchos adolescentes alborotados, y haciendo campamentos en el bosque. ¿Por qué estamos hablando? —murmuro para mi misma, pero puede oírme.
—Veo que tienes una pequeña obsesión. Además, no es como si la gente se metiera en estos temas todos los días. Excepto tú. —Hace una pausa y luego añade—. Y, casualmente, tengo algunos libros que podrían interesarte.
Eirik se cruza de brazos y se apoya en un árbol. Levanto una ceja, escéptica. Esto suena demasiado tentador.
—¿Libros? ¿Tú? ¿Sobre lobos? —pregunto, cruzando los brazos—. ¿Y qué vas a decirme después? ¿Que eres un lobo encubierto?
Él ríe con ganas esta vez, y me sorprende lo fácil que parece bromear con él a pesar de lo raro que fue nuestro primer encuentro.
—No, no, aún no me ha crecido la cola ni las orejas —dice con una sonrisa burlona—. Pero en serio, tengo una colección. Mi abuela estaba obsesionada con las leyendas locales. Ya sabes, esas cosas de "hombres lobo" y criaturas extrañas. Si realmente estás investigando, te podrían servir.
Me quedo mirándolo, tratando de decidir si aceptar su oferta o no. De alguna forma, suena ridículo, pero a la vez, no puedo negar que la curiosidad me gana.
—Está bien, ¿y esos libros dónde están? —digo finalmente.
Eirik señala con la cabeza hacia su cabaña.
—Ahí adentro, prometo que mi familia no muerde.
—Estamos muy chistosos y muy confianzudos.
La sonrisa de Eirik es contagiosa, y no puedo evitar reírme también. Aun así, una parte de mí se siente un poco nerviosa al acercarme a su cabaña. Mi curiosidad es más fuerte que cualquier advertencia.
—Vamos, no muerdo.—Él me invita con un gesto de la mano, y con un suspiro resignado, me acerco a la puerta de madera desgastada.
Al cruzar el umbral, me encuentro en un espacio pequeño pero acogedor. Las paredes están cubiertas de estanterías desbordantes de libros de diferentes tamaños y colores. El aroma a papel viejo y madera me envuelve, y por un momento, me siento como si hubiera entrado en otro mundo.