La luz del amanecer se filtra a través de la ventana, llenando la habitación con un cálido resplandor dorado. Abro los ojos, sintiendo la energía de un nuevo día, pero también la emoción palpitante del descubrimiento de la noche anterior. Sin pensarlo dos veces, salto de la cama. No tengo tiempo para el desayuno; mi mente está ocupada con imágenes del lobo, de sus ojos brillantes y su pelaje denso.
Me visto rápidamente, lanzándome a la chaqueta que dejé tirada en una silla. Salgo de la casa, sintiendo la frescura de la mañana en mi piel. El aire está impregnado del olor a tierra húmeda y a hojas recién caídas. Mis pies se apresuran hacia la cabaña de Eirik, mi corazón late con fuerza mientras imagino su reacción al escuchar mi historia.
Al llegar a la cabaña, me detengo un momento para respirar hondo y calmar la emoción que me consume. Toco la puerta con suavidad, pero la impaciencia me empuja a golpearla con más fuerza.
—Eirik, ¡despierta! ¡Es urgente! —grito, apenas pudiendo contener mi entusiasmo.
La puerta se abre lentamente, revelando a Eirik con el cabello despeinado y una expresión de sorpresa en su rostro.
—¿Qué está pasando? —pregunta, aún medio dormido.
Antes de que pueda responder, una voz suave y maternal interrumpe la conversación.
—¿Todo bien, Eirik? —dice la madre de Eirik, asomando la cabeza por la puerta. Su mirada es curiosa, y no puedo evitar sonreírle.
—Sí, mamá, todo bien. Solo... un momento. —Eirik intenta cerrar la puerta un poco, pero no antes de que su madre me mire.
—Buenos días, querida. ¿Cómo estás? —pregunta ella, mostrando una cálida sonrisa.
—Hola, señora. Estoy bien, gracias. -La saludo, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción-. Vine a ver a Eirik porque, bueno, ¡tengo que contarle algo increíble!
La madre de Eirik asiente y sonríe despidiéndose para dejarnos hablar.
—Anoche vi al lobo. ¡Era real! ¡Y no solo eso! Hablé con él.
Eirik me lanza una mirada incrédula con sus brillantes ojos verdes.
—¿Hablaste con un lobo? —pregunta, sin poder contener una sonrisa.
—!Sí! —exclamo, sintiéndome cada vez más entusiasta. —Tenía estos ojos que brillaban como si fueran fuego. ¡Era increíble!
Eirik arquea una ceja, y su expresión mezcla escepticismo y diversión.
—Así que, ¿ahora los lobos son tus amigos? -bromea sonriendo.
—¡Exactamente! -le respondo, tratando de mantener un tono serio-. Es como si tuviera un nuevo vecino peludo. ¡Olvídate de los perros, ahora quiero un lobo en el vecindario!
Suelta una carcajada.
—Entonces, ¿qué planeas hacer con tu nuevo amigo lobo.
—No sé, tal vez organizar una fiesta de bienvenida. Solo tengo que asegurarme de que no se coma a mis invitados. -respondo en tono de broma.
—De acuerdo, en serio. Cuéntame más. ¿Qué pasó exactamente?
Mientras me siento en la pequeña mesa de la cocina, le relato los detalles de mi encuentro: desde la risa que compartí con el lobo hasta el momento en que desapareció en la oscuridad.
—Así que, ¿el lobo no te comió? Eso es un gran avance, -dice, haciendo un gesto con la mano como si estuviera evaluando mis credenciales como narradora de cuentos.
—Exacto. Lo que me preocupa es que ahora me siento como si estuviera en un cuento de hadas. -le respondo, frunciendo el ceño de manera juguetona.
—¿O un cuento de terror? —sugiere Eirik, inclinándose hacia mí con un aire misterioso-. ¿Qué tal si ese lobo es en realidad un príncipe encantado disfrazado?
—Por favor, no me asustes. Si aparece un príncipe, espero que no sea un egocéntrico, -le digo, sintiendo que mi corazón se acelera ante la idea.
—No te preocupes, probablemente sea un príncipe lobo, -bromea Eirik, riendo de su propia ocurrencia.
La conversación sigue fluyendo, cada vez más ligera y divertida, mientras ambos disfrutamos del momento. A medida que narro mis aventuras con el lobo, siento que la conexión entre nosotros se fortalece, y la risa se convierte en un puente que une nuestras realidades.
—¿Entonces planeas volver a buscarlo? -pregunta Eirik, con una mirada de interés genuino.
—Definitivamente. Hay algo en él que me intriga, -confieso, sintiendo que mis palabras son más sinceras de lo que pretendía.
—Tal vez deberías llevarle un regalo. Como un bocadillo. ¿Los lobos comen galletas? -se ríe Eirik.
—¡Tal vez un par de salchichas! Si eso no lo atrae, no sé qué más podría hacer.
—Ojalá no le des un bocadillo que lo lleve a tu puerta, -dice su madre desde la cocina, asomándose con una sonrisa-. ¡Nos quedaríamos sin cena!
Ambos soltamos una carcajada, disfrutando de la calidez del momento. En medio de las risas y las bromas, un nuevo sentido de aventura se alza en el aire, y sé que este encuentro con el lobo será solo el principio de algo extraordinario.