Desde nuestro último encuentro, Eirik se ha vuelto un enigma que me persigue incluso en mis sueños. La curiosidad me consume. Algo en él es... distinto. Tal vez demasiado distinto para alguien que parece tan normal a simple vista. Su habilidad para moverse en el bosque es impresionante, casi como si el lugar fuera una extensión de él mismo. Pero ¿quién se mueve así de rápido sin tropezar al menos una vez? La idea de que pudiera ser más que un simple humano empieza a tomar forma en mi mente, desafiando todo lo que creía saber.
Hoy nos encontramos en la entrada del bosque. Eirik lleva una mochila cargada, aunque no tengo ni idea de qué habrá metido ahí. Quizá algún equipo de supervivencia, porque parece que tiene todo planeado para no salir del bosque hasta la próxima luna llena. La imagen de un lobo acechando en la oscuridad surge en mi cabeza, pero rápidamente la desecho, riendo en voz alta.
—¿Estás seguro de que no eres un lobo? —le suelto de golpe, con una sonrisa a medias, intentando hacer que baje la guardia. Lo miro de reojo mientras él frunce el ceño, fingiendo estar molesto, pero sin ocultar esa chispa traviesa en sus ojos.
—¿Y si lo fuera? —me responde, en tono burlón. No puedo evitar reírme, pero dentro de mí algo se retuerce. Lo peor es que no me parece una idea tan descabellada.
El camino se va volviendo cada vez más denso, los altos árboles se ciernen sobre nosotros, creando un manto de sombras. El aire fresco y húmedo huele a tierra mojada y hojas secas, un recordatorio de que el bosque tiene vida propia. Me sorprendo al ver que Eirik sigue como si tuviera un mapa invisible en la cabeza. No se pierde, no duda; simplemente sabe exactamente a dónde va.
En algún momento, lo alcanzo y camino a su lado, intentando no parecer tan intrigada. La sensación de estar juntos en este lugar, lejos de todo, me provoca una mezcla de emoción y ansiedad.
—¿Así que tienes un instinto natural para saber dónde están los lobos o algo así? —bromeo, dándole un leve empujón en el brazo.
—Quizá. O quizá solo tengo buenos zapatos de trekking —me responde sin mirarme, pero lo noto sonreír. Ese misterio que lo rodea empieza a darme un poco de risa. Es como si él supiera algo que yo no y disfrutara de mi intriga.
A medida que avanzamos, el sonido de nuestras pisadas se mezcla con el canto lejano de los pájaros y el susurro del viento entre las hojas. En ese instante, me doy cuenta de que el bosque no es solo un lugar; es un mundo en sí mismo, lleno de secretos y promesas. Hay una magia en el aire, y Eirik parece ser el hilo que conecta todo.
Unos metros adelante, nos detenemos de repente al encontrar unas huellas enormes en el suelo. Son demasiado grandes para ser de cualquier animal común, y, sinceramente, me ponen los pelos de punta. Mi corazón late más rápido, y un escalofrío me recorre la espalda.
—Bueno, Sherlock, ¿alguna teoría? —pregunto en tono irónico, señalando las marcas en la tierra.
Él se inclina, las observa con una expresión seria, y luego se vuelve hacia mí.
—No son de perro, eso te lo aseguro —me dice, y noto que intenta reprimir una sonrisa.
—¡Oh, genial! Porque justo lo que me faltaba era un lobo gigante siguiéndonos por el bosque. —Suelto una carcajada nerviosa, pero él no se une. Me quedo mirándolo, esperando que diga algo más.
Eirik solo me observa, y en ese momento me doy cuenta de lo cerca que estamos. Esos ojos... hay algo en ellos que me hace olvidar por completo las huellas, los lobos y hasta el bosque entero. Me obligo a desviar la mirada, volviendo al suelo. La incertidumbre me invade; ¿realmente quiero saber qué es lo que oculta?
—Si quieres, podemos volver —dice, y parece que hay un doble sentido en sus palabras.
—¿Qué? ¿Y perderme la oportunidad de encontrarme con un "perro mutante"? Ni loca —respondo, cruzándome de brazos. Si Eirik guarda un secreto, pienso averiguarlo. Aunque, a decir verdad, no tengo ni idea de cómo hacerlo sin sonar como una loca obsesionada con hombres lobo.
Él se ríe y sigue avanzando, haciéndome una señal para que lo acompañe. A medida que nos internamos más en el bosque, el silencio se vuelve palpable, solo interrumpido por el crujido de las ramas bajo nuestros pies. Me doy cuenta de que, a pesar de la atmósfera inquietante, su presencia me da confianza. Es un extraño equilibrio entre lo familiar y lo desconocido.
Al final de la tarde, cuando el sol ya comienza a ocultarse detrás de los árboles, hacemos una pausa junto a un viejo roble. Sus raíces retorcidas emergen del suelo como si estuvieran tratando de aferrarse a algo. Me siento en una roca cubierta de musgo, y saco mi cuaderno, aprovechando la ocasión para anotar lo que hemos visto y, claro, alguna que otra teoría que no quiero admitirle. Eirik se me acerca y, al notar que estoy escribiendo, se asoma curioso por encima de mi hombro.
—¿Anotando nuestras aventuras? —pregunta, y siento su aliento cerca. Su cercanía me provoca un torbellino de emociones.
—¿Y si lo estuviera? —respondo, guardando el cuaderno rápidamente, como si estuviera ocultando secretos. La verdad es que, en el fondo, no sé si quiero que sepa lo mucho que me intriga.
—Bueno, sería una historia interesante, eso es seguro —dice, sonriendo. A pesar de la ligereza de sus palabras, noto una profundidad en su mirada, como si también él estuviera contemplando lo que significa este momento.
De vuelta en casa, esa noche, no puedo evitar escribir en mi diario. Todo esto es tan extraño, tan diferente a lo que imaginaba. La posibilidad de que Eirik sea algo más, algo... sobrenatural, está comenzando a no parecer tan loca.
Eirik sabe cosas, lo sé. O mejor dicho, las intuye. Y aunque parece disfrutar de mi desconcierto, estoy cada vez más segura de que está ocultando algo. Puede que todo esto sea una simple aventura, pero hay algo más. Algo que está ahí, esperando que lo descubra. Sus ojos reflejan la luz de la luna como si en ellos residiera un secreto ancestral.