Bajo la protección del Jeque

Capítulo 1—La mujer que nadie defendió

Elara nunca olvidaría el sonido.
No fue un gemido.
No fue una risa.

Fue el golpe sordo de la cama contra la pared, repetido, insistente, como si la casa misma le estuviera advirtiendo que no debía abrir esa puerta.

Aun así, lo hizo.

La escena no necesitó explicación.
La ropa tirada en el suelo.
Las sábanas revueltas.

El cuerpo de Camille, su mejor amiga desde la adolescencia, desnudo sobre el de Julien, el hombre con el que llevaba dos años prometida.

Elara no gritó.
No pudo.

El aire se le quedó atrapado en el pecho, como si alguien le hubiera hundido una mano invisible entre las costillas.

Camille fue la primera en verla. No se cubrió. No se levantó.

Solo arqueó una ceja, molesta.

—¿Puedes cerrar la puerta? —dijo, como si Elara hubiera entrado a un baño ocupado—. Entras sin tocar.

Julien giró el rostro. Su expresión no fue culpa. Fue fastidio.

—Elara… —suspiró—. No es lo que crees.

Ella dio un paso adelante. Sintió las piernas débiles, pero no retrocedió.

—Entonces explícame —dijo en voz baja—. Explícame por qué mi mejor amiga está desnuda en la cama con el hombre con el que iba a casarme.

Camille se sentó, tomando la sábana con parsimonia.

—No seas tan dramática —respondió—. Siempre has sido así.

Julien se incorporó, pasándose una mano por el cabello.

—Mírate —añadió él—. Siempre tan correcta, tan rígida. Todo contigo es… planeado. Frío. ¿Sabes lo agotador que es eso?

Elara sintió que algo se resquebrajaba.

—Yo solo quería hacer las cosas bien —susurró—. Quería llegar al matrimonio como habíamos hablado.

Julien soltó una risa breve, incrédula.

—Ahí está el problema —dijo—. Siempre con tus ideas anticuadas. Nadie se fija en una mujer que no sabe soltarse.

Camille sonrió. Una sonrisa afilada.

—No te hagas la víctima —añadió—. Si no lo hacía yo, lo haría otra. Tú no inspiras deseo, Elara. Inspiras… costumbre.

Esa palabra fue peor que el engaño.

Elara salió sin despedirse. No recordaba haber cerrado la puerta, ni haber bajado las escaleras.

Solo supo que, cuando llegó a la casa de sus padres, las manos le temblaban y la nariz le ardía de tanto contener el llanto.

Se lo contó todo a sus padres. Con frases cortas. Sin adornos.

Esperaba un abrazo. Una defensa. Un “esto no está bien”.

No lo tuvo.

—Estás exagerando —dijo su madre, acomodándose el collar—. No podemos romper relaciones con la familia Renaud ni con los Moreau por un desliz.

—Además —intervino su padre—, hay algo que debes saber. Julien y Camille han decidido casarse. La boda será pronto. Estás invitada.

Elara los miró como si hablaran en otro idioma.

—¿Invitada…? ¿Casarse? ¿Ya tenían planeada la boda y Julien no había terminado la relación conmigo? —repitió—. ¿Después de lo que me hicieron, quieren que vaya?.

—No seas egoísta —respondió su madre—. Piensa en el apellido. En las amistades. No puedes comportarte como una novia despechada ¿Qué dirán de nosotros?

Elara sintió cómo los ojos se le llenaban de lágrimas.

—¿De verdad soy su hija? —preguntó—. ¿No les duele verme así? Ni siquiera piensan en cómo me sentiré al asistir a la boda de mi ex mejor amiga y mi ex novio.

No hubo respuesta.

Salió al jardín antes de quebrarse frente a ellos.

Fue ahí, entre los rosales, donde Lucas la encontró sentada en el suelo, abrazándose las rodillas, con los ojos enrojecidos y la respiración irregular.

—¿Qué pasó? —preguntó él, alarmado.

Elara levantó el rostro.

—Todo —respondió, sin fuerzas.

Lucas no insistió. Se sentó a su lado. Esperó.

Cuando ella pudo hablar, lo hizo.

Le contó todo.

Cuando terminó, el silencio fue largo.

—¿Vas a ir a esa boda? —preguntó él al fin.

Elara soltó una risa amarga.

—Mírame, Lucas. Tengo la nariz roja, los ojos hinchados… ¿de verdad crees que puedo entrar ahí con dignidad?

Él la observó con atención. Luego sonrió, de lado.

—Entonces hagámoslo distinto.

—¿Distinto cómo?

Lucas se inclinó hacia ella, bajando la voz.

—Te conseguiré un amigo. Muy apuesto. Fingirá ser tu novio.

Elara negó de inmediato.

—No. No quiero más mentiras.

—No es una mentira —replicó él—. Es supervivencia. No les des el gusto de verte rota. Ve con la cabeza en alto.




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