Antonella
Mi corazón late desbocado. Siento que en cualquier momento voy a desmayarme. Trato de retroceder y lo veo… está nervioso. Quisiera decirle sus verdades, pero no me atrevo. Rápidamente salgo de ahí y corro hacia la cocina. Me tapo la boca. Las lágrimas comienzan a caer sin control.
Me siento mareada. Incluso quiero vomitar.
—¿Qué pasa? —me pregunta una de las chicas —. ¿Estás bien?
—Solo un poquito mareada. ¿Me ayudas, por favor?
—Claro que sí, te ayudaré. De todos modos ya hemos entregado todo. Me gusta la feliz pareja —responde con una sonrisa incómoda.
—Sí… está bien. Por favor, voy a… voy a ir al baño.
—Okay —responde la chica, y desaparece.
Apenas se va, siento unas manos que me jalan bruscamente.
—¿Qué haces aquí, Antonella?
No lo puedo creer. ¡Es él!
—¿Cómo eres tan cínico? —le suelto una cachetada, pero él me sujeta con fuerza.
—¿Qué demonios haces aquí?—gruñe entre dientes
—No lo puedo creer. Giovanni… ¿eres tú el que se está casando? ¿Cómo pudiste mentirme de esta manera?
—¡Cállate, estúpida! No vayas a hacer un maldito escándalo. Te irá mal —me amenaza
—No puedo creer lo que estás diciendo.
—¡Mira, Antonella, no sé qué demonios haces aquí, pero si me arruinas este momento te irá muy mal! Ahí sí te dejo por completo.
—¿Qué crees que soy? ¿Una estúpida?
—Eres peor que eso.
— Escúchame bien: estoy embarazada. Estoy esperando dos bebés.
—¿Qué? ¿Estás loca? ¡Maldita sea…! Mira, no tengo tiempo para esto. Cuando termine todo y regrese de mi viaje de luna de miel, vamos a hablar. Pero mientras tanto… busca cómo abortar.
—¿¡Cómo me estás diciendo eso!? ¿¡Estás loco!?
Me agarra de la cara. Me lastima.
—Te juro que si haces una locura, te irá muy mal. Tú y yo no podemos estar juntos. Solo te tenía porque… quería quitarme las ganas contigo. Pero te adelantaste en descubrirme. ¿No ves que eres una pobretona? Jamás podría casarme con una como tú. No eres de mi clase.
—Yo pensé que me amabas…
—¡Cállate! Deja de llorar y lárgate de una maldita vez.
—¡No puedo irme! Estoy trabajando…
—Entonces cumple con tu deber. No me interrumpas. Te juro que si haces un escándalo, irás a la cárcel.
— Eres tan despreciable.
—¡Cállate! Y busca cómo abortar.—Saca dinero del bolsillo y me lo lanza.
—Toma.
—¿Qué es esta mierda? ¡No quiero tu dinero!
—Te digo que abortes. Y cuando regrese, no quiero que esos bebés existan. O tal vez… ni siquiera son míos.
—¿Cómo puedes decir eso? ¡Eres un maldito!
—¡No me hables asi! No me hagas romperte los dientes. ¿Quién sabe si son mis hijos? A lo mejor solo quieres engatusarme. Pero no podrás. Soy un hombre de sociedad. Tengo dinero. ¿Quién te va a creer a ti? ¿Una pobretona? ¿Una empleada del restaurante de mi padre?
—Maldito seas… —susurro.
—No me hagas escándalo. O te las verás conmigo.
Me quedo paralizada. Mis piernas flaquean. Siento que voy a desmayarme. Me alejo bruscamente de él.
—Te vas a arrepentir, Giovanni.
— ¡Jamás me voy a arrepentir! Tomé la mejor decisión —grita acercándose a mi.—Fuiste muy buena en la cama… eso es todo. Pero para esposa, nunca. Ni lo soñé. Así que usa ese dinero y saca esos bebés. Yo no pienso hacerme cargo de esas criaturas. Por lo menos… podríamos ser amantes.
—¡Toma tu cochino dinero!
—Bueno, si es cochino, es tuyo. No lo quiero. Hazlo y punto.
Se va.
Bajo la cabeza. Lloro en silencio.
—Antonella, necesitamos ayuda, ven rápido —me llama una de las chicas.
—¡Ya voy! —respondo, mientras limpio mis lágrimas.
Miro el dinero tirado en el suelo… lo recojo con rabia.
—Maldito… esto no se queda así.
Suelto un suspiro. Me limpio los ojos y empiezo a rellenar las copas.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien? Tienes los ojos rojos.
—Sí… estoy bien.
Camino con miedo. Todos están riendo, celebrando, felices. Y ese maldito mentiroso… ¿cómo me confié? ¿Cómo dejé que este hombre me usara, me enamorara y luego intentara convertirme en su amante?
Maldita sea… ¿qué error cometí para merecer esta humillación?
***
Cuando terminó la fiesta de matrimonio, me quedé recogiendo un poco. El salón estaba casi vacío, solo quedaban las copas a medio llenar y flores marchitas. Mi corazón dolía como si me lo estuvieran arrancando en silencio. Qué horrible traición… y pensar que yo creía que tenía al mejor novio del mundo. Qué estúpida fui. Creí en él. Le entregué lo mejor de mí y él me humilló de la peor manera. Pedirme que abortara… ¿cómo fue capaz?
—¿Ya estás lista para que nos vayamos? —me preguntó la señora Guzmán, sacándome bruscamente de mis pensamientos. Me limpié las lágrimas rápidamente con el dorso de la mano.
Ella me observó con detenimiento, frunciendo el ceño.
—¿Qué sucede? ¿Estás bien?
Intenté sonreír, aunque sentía que mi cara estaba hecha pedazos.
—Sí… sí, estoy bien.
—No te veo muy bien que digamos. ¿Por qué lloras?
Desvié la mirada y volví a limpiarme las lágrimas.
—No es nada, señora Guzmán… solo creo que tengo irritados los ojos.
—¿Estás segura?
—Muy segura.
—Bueno, vámonos, que se nos hace tarde. Me imagino que mañana tienes trabajo.
—Sí, señora.
Salimos del lugar. Me subí al coche y me coloqué bien el cinturón. Sentía un poco de frío, el clima estaba soplando fuerte. Miré por la ventana, el mundo allá afuera seguía girando como si no se hubiera caído el mío.
—Ay, me encantó la boda. Fue de lo mejor —comentó la señora Guzmán mientras encendía el auto—. Y ustedes atendieron muy bien. Gracias a todas. Aquí les dejo su pago del día. Y, pues, muchas gracias.
—Gracias a usted —respondí en voz baja, apenas audible.
—Ese chico se llevó a una buena mujer. Ella es una modelo muy reconocida en este país. Y bueno, solo escuché que él es el hijo del señor Pérez… los dueños de los restaurantes del Empalme.