Bajo la Sombra del Sheikh

Capítulo 3

La recepción en la embajada fue una pesadilla de seda y susurros. Emily se movió como un autómata, un fantasma elegantemente vestido con un vestido color ébano que Leila había elegido. Siguió a Khalid medio paso detrás, como se le había instruido, una sonrisa fría y perfecta congelada en sus labios. Él era el centro de gravedad de la sala, un vortex de poder alrededor del cual orbitaban diplomáticos, magnates y hermosas parásitos sociales. Ella era su satélite mudo, decorativa e intercambiable.

Khalid, para su sorpresa, era un actor consumado. En público, su mano en la espalda de Emily era firme, casi posesiva. Sus miradas, aunque breves, podían ser malinterpretadas por un extraño como cargadas de una intimidad privada. Le presentaba a la gente no como "mi esposa comprada", sino como "Emily", con una economía de palabras que resultaba intrigante. Ella odiaba cada segundo de la farsa, pero el recuerdo de su amenaza en el penthouse la mantenía sumisa y sonriente.

Fue durante una de estas interacciones vacías que conoció a Sebastian Valmont. Mientras Khalid discutía con un embajador de rostro severo, un hombre más joven, de pelo oscuro despeinado y una sonrisa fácil que no llegaba a sus ojos cansados, se le acercó con dos copas de champán.

—Parece que podría necesitar esto más que yo —dijo, ofreciéndole una copa. Su acento era británico, educado, pero con un deje de rebeldía—. Estas cosas siempre son un asco, pero el alcohol ayuda.

Emily lo miró con cautela, lanzando una mirada instintiva hacia Khalid. Él la observaba, pero no interfirió, aunque su expresión era impenetrable.

—No debo —dijo Emily, su voz un eco educado de las lecciones de Leila.
—¿Por las reglas del Sheikh? —preguntó Sebastian, siguiendo su mirada—. No se preocupe, Khalid y yo somos… viejos conocidos. Él tolera mis malos modales. Tome. Es de los buenos.

Algo en la irreverencia del hombre la hizo ceder. Sus dedos rozaron los de él al tomar la copa. El contacto fue breve, humano, y le recordó brutalmente lo aislada que estaba.

—Sebastian Valmont —se presentó él—. Negocios de dudosa moralidad y heredero de un imperio que no quiero. Y usted debe ser la misteriosa Sra. Al-Fayed. La ciudad no ha parado de hablar.
—Emily —corrigió ella, casi por instinto, aferrándose a su nombre como un talismán.
—Emily —repitió él, y su sonrisa pareció genuina por un segundo—. Un placer. Cuidado con los tiburones, están oliendo la sangre nueva. —Bebió un sorbo—. Aunque con Khalid como escudo, dudo que se atrevan a morder.

Antes de que pudiera responder, Khalid estaba a su lado. Su presencia era como un repentino descenso de la temperatura.

—Sebastian. Me alegra ver que aún no te han echado del país —dijo Khalid, su voz suave pero cargada de una advertencia no dicha.
—Khalid, siempre un placer —respondió Sebastian, sin inmutarse—. Solo le ofrecía un poco de líquido valor a su encantadora esposa. El mundo puede ser un lugar abrumador.
—Emily no necesita tu particular brandy de valor —replicó Khalid, colocando su mano en el codo de ella con una firmeza que no admitía discusión—. Disculpanos. Tenemos que saludar al ministro.

Sebastian inclinó la cabeza con una sonrisa burlona.

—Por supuesto. Hasta luego, Emily. Espero que nuestro paths vuelvan a cruzarse.

Cuando se alejaron, los dedos de Khalid se apretaron alrededor de su codo, casi hasta doler.

—Valmont es un playboy irresponsable y un dolor de cabeza —murmuró cerca de su oído, su aliento caliente contra su piel—. No es compañía apropiada para ti. Evítalo.

La orden, dada con una posesividad que no tenía sentido para un hombre que la consideraba un objeto, la dejó desconcertada. ¿Era celos? No. Era el control de un propietario sobre su posesión. La idea de que otro pudiera "dañar" su mercancía lo irritaba.

De regreso en el penthouse, la máscara pública de Khalid se desvaneció instantáneamente. Se quitó la chaqueta y la arrojó sobre un sillón sin mirarla.

—Su desempeño fue aceptable —dijo, yendo directamente hacia el bar—. La próxima vez, no acepte alcohol de extraños. Y sonría más. Parecía una estatua.

La indiferencia, tras la tensión de la noche, fue la chispa que encendió la mecha.

—¿Importa? —preguntó Emily, su voz temblorosa pero clara—. Al fin y al cabo, solo soy un accesorio. ¿Le importa realmente si sonrío o no, mientras no arruine su preciosa imagen?

Khalid se detuvo, la botella de whisky escocés en la mano. Se volvió lentamente.

—¿Está buscando otra confrontación, Emily? —preguntó, su tono peligrosamente calmado—. Pensé que había quedado claro cuál es el resultado.
—¡Nada está claro! —exclamó ella, la rabia venciendo al miedo—. ¿Qué quiere de mí? ¿Por qué me llevó aquí? Usted es rico, poderoso, podría tener lo que quisiera. ¿Por qué comprar a la hija arruinada de un borracho? ¿Solo para tener alguien a quien humillar en privado y mostrar en público?

Por un largo momento, solo se escuchó el zumbido de la climatización. Khalid dejó la botella a un lado y se acercó a ella. No con pasos rápidos de ira, sino con la lentitud deliberada de un depredador.

—¿Quiere saber por qué? —preguntó, parándose tan cerca que tuvo que alzar la vista para mirarlo. Su perfume, una amaderada y especiada costosa, la envolvió—. Porque usted era conveniente. Educada. Maleable. De sangre antigua pero sin el poder para oponer resistencia. Un rostro bonito para poner en las revistas y evitar las preguntas sobre por qué un hombre como yo sigue soltero. Eres la solución perfecta a un problema logístico. Nada más.




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