Bajo la Sombra del Sheikh

Capítulo 4

La puerta de la suite de Emily se cerró con un clic suave, un sonido que debería significar seguridad, pero que solo marcaba los límites de su prisión. La elegancia glacial de la habitación, con sus tonos beige y gris perla, de repente le pareció opresiva. Cada superficie impecable, cada línea perfecta, era un recordatorio de la frialdad calculadora de su dueño, de la transacción que había sellado su destino.

El roce de los dedos de Khalid en su mejilla aún ardía, una sensación fantasma que mezclaba el eco de un contacto casi íntimo con la mordedura de su desprecio. "No está a la altura de ese esfuerzo." Las palabras resonaban en su cráneo, cada sílaba un latigazo. Se frotó la mejilla con fuerza, intentando borrar tanto la sensación como la humillación.

Agotada por la tensión de la velada y el enfrentamiento, se preparó mecánicamente para dormir. Las sedas finísimas de las sábanas se sintieron como sudarios contra su piel. Apagó la luz, sumiendo la habitación en una oscuridad solo rota por los rascacielos distantes que dibujaban líneas de neón en los cristales.

Pero la paz no llegó.

El sueño fue un acantilado del que se desplomó, cayendo directamente en la memoria.

El olor a limón y whisky. Siempre empezaba con el olor. Estaba en el estudio de su padre, más joven, con el vestido azul claro que a él tanto le disgustaba. "Pareces una criada", le escupió él, con la voz pastosa por el alcohol. Sus dedos, largos y huesudos, se cerraron alrededor de su brazo con una fuerza que le dejó moretones. "¿Crees que eres especial? ¿Lista? Eres un adorno, Emily. Un bonito florero vacío. Tu único valor está en quien esté dispuesto a pagar por ti." La carpeta de cuero marrón estaba sobre el escritorio. "Firmaré lo que sea con tal de no tener que mirarte a la cara cada día y ver mi propio fracaso". Su risa era un graznido áspero. "¿Crees que alguien te querrá por algo más que tu cara? Eres estúpida, como tu madre."

Emily se retorció en la cama, un gemido ahogado atrapado en su garganta. La pesadilla se enredó, cambiando de escena.

Ahora estaba en la larga mesa del comedor de la mansión. Él arrojaba las cuentas impagadas frente a su plato. "Mira. Mira lo que me cuesta tu inutilidad". Su aliento, agrio, le golpeaba la cara. "Sonríe, maldita sea. ¿Crees que tu cara de pena va a solucionar algo?" La mano se alzó, no para golpear, sino para pellizcar con crueldad la carne tierna de su antebrazo, donde nadie vería el morado. "Aprende a ser agradable. Es lo único para lo que sirves."

El sueño dio otro vuelco brutal. Ya no era el pasado. Era el futuro.

Khalid estaba allí, pero con los ojos fríos y vacíos de su padre. Llevaba la túnica tradicional blanca, manchada de barro. En su mano no sostenía un contrato, sino una cadena. "Fuiste adquirida", dijo con la voz de ambos hombres, una fusión aterradora. "Un activo. Obedece." La cadena se enroscó alrededor de su cuello, fría y pesada. Trató de gritar, de suplicar, pero solo salió el eco de la voz de su padre: "Eres un adorno. Un florero vacío". Khalid tiraba de la cadena, arrastrándola hacia un agujero oscuro, mientras su padre reía desde la sombras, abrazando una carpeta llena de dinero.

Emily se despertó de golpe, incorporándose en la cama con un jadeo seco. El corazón le golpeaba las costillas como un pájaro aterrorizado. La habitación estaba en silencio, bañada por la luz azulada del amanecer. No había olor a limón ni a whisky. Solo el perfume neutro y caro del aire acondicionado.

Pero el pánico no la abandonaba. Era visceral, paralizante. Las lágrimas corrieron por su rostro de forma silenciosa e incontrolable, sal caliente que limpiaba el sudor frío del terror. Se abrazó las piernas, enterrando la cara en las rodillas, tratando de hacerse pequeña, de desaparecer.

Los fantasmas de su padre no se habían quedado en la mansión en ruinas. Se habían subido al avión privado con ella. Habían atravesado las puertas de este penthouse de cristal. Se habían metido en su cama.

¿Era eso su futuro? ¿Que los demonios de un hombre se fusionaran con la crueldad calculadora del otro? Khalid podía despreciarla, podía ignorarla, pero en su sueño, se habían convertido en la misma persona. El verdugo y el carcelero, fundidos en uno.

Se levantó, las piernas temblorosas, y se acercó a la ventana. La ciudad comenzaba a despertar. Coches diminutos como hormigas se movían por las avenidas. La vida continuaba. Allá abajo, había gente con problemas, sí, pero también con agencia, con elecciones, por limitadas que fueran. Ella estaba atrapada en una urna de cristal, en el cielo, siendo observada por un hombre que la consideraba poco más que un error de inversión.

El recuerdo de la pesadilla era tan vívido que se llevó la mano al antebrazo, esperando encontrar la marca fantasma del pellizco de su padre. Solo encontró piel suave.

De pronto, un ruido la hizo saltar. El suave zumbido del interfono de la suite. La voz de Leila, imperturbable como siempre, surgió del altavoz.

—La Srta. Al-Fayed está invitada a desayunar con el Sheikh en la terraza en treinta minutos. Se sugiere vestir apropiadamente.

La invitación sonó a orden. Treinta minutos. Treinta minutos para recomponer los pedazos que su pesadilla había hecho añicos. Treinta minutos para lavarse la cara, vestirse y volver a encajar la máscara de la "esposa decorativa".

Se miró en el espejo del baño. Ojos hinchados, piel pálida, rastros de lágrimas. Parecía exactamente lo que era: una niña asustada vendida por su padre.




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