Bajo la Sombra del Sheikh

Capítulo 5

La terraza era una extensión impresionante del lujo del penthouse, con jardines verticales, una mesa de cristal pulido y vistas que quitaban el aliento. Khalid ya estaba sentado, leyendo el Financial Times en una tablet, con una taza de café negro y un plato vacío frente a él. Parecía un rey en su trono, surveying su dominio. No alzó la vista cuando Emily se acercó.

—Buenos días —murmuró ella, tomando asiento en la silla que un sirviente silencioso le apartó.

Khalid terminó de leer un párrafo antes de reconocer su presencia. Sus ojos se alzaron por encima de la tablet, escaneándola con una frialdad clínica. Se detuvieron en sus ojos, ligeramente hinchados, y en la palidez de su rostro a pesar de su esfuerzo por ocultarla.

—Parece que no durmió bien —comentó, dejando la tablet a un lado—. Las lágrimas y las rabietas son malas consejeras para la belleza. Un consejo que debería recordar.

Emily apretó los dedos alrededor de la fina porcelana de su taza. El sirviente le sirvió té. Su aroma, antes reconfortante, ahora le pareció nauseabundo.

—Dormí suficiente —mintió, su voz más firme de lo que esperaba.

Khalid esbozó una sonrisa fría, casi un tic.

—Mentir también es un mal hábito. Leila me informó que el sensor de movimiento de su suite registró actividad constante pasada la medianoche. Y las cámaras de los pasillos la captaron junto a la ventana a las 4:17 a.m. —Bebió un sorbo de café—. Todo por su seguridad, por supuesto.

Emily se quedó helada. La había vigilado. No solo con sirvientes, sino con tecnología. Cada uno de sus movimientos, cada momento de vulnerabilidad, había sido registrado, monitoreado y reportado. Una vergüenza nueva, más profunda, la inundó. No tenía privacidad ni en su propia pesadilla.

—¿Me está vigilando? —preguntó, la voz quebrada por la incredulidad.

—Estoy asegurando mi inversión —corrigió él, con una calma exasperante—. Y por lo que veo, es una inversión particularmente… nerviosa. Y devaluada.

La palabra "devaluada" resonó en el aire, eco directo de los insultos de su padre en el sueño. Emily sintió que el suelo se abría bajo sus pies.

—No soy un stock market —susurró, con rabia.

—Pero lo es —replicó él, inclinándose ligeramente hacia adelante, sus ojos oscuros fijos en ella como punzones—. Su valor fluctuaba en el mercado de las alianzas matrimoniales. Su padre lo sabía. Yo lo sabía. Y usted debería saberlo. Su sangre es antigua, su educación aceptable, su apariencia… adecuada. Pero su actitud llorona y desafiante es una liability. Reduce su valor.

Cada palabra era un cálculo deliberado para herir, para recordarle su lugar. Emily sintió que el calor de la humillación le subía por el cuello hasta las mejillas.

—¿Por qué hace esto? —estalló, olvidando toda promesa de autocontrol—. ¿Por qué necesita humillarme? ¡Ya me tiene! ¡Ya me compró! ¿No es suficiente?

Khalid la observó, impasible, mientras ella jadeaba, al borde de las lágrimas de furia e impotencia.

—Porque aún no entiende su posición —dijo, su voz bajando a un susurro peligroso—. Cree que esto es una injusticia, un drama personal. No lo es. Es una transacción. Y yo exijo que la mercancía entregada se ajuste exactamente a lo pactado. Usted no lo hace. Muestra… defectos de fábrica.

Se levantó de repente. Su altura era abrumadora. Caminó hasta su lado de la mesa y se inclinó, apoyando sus manos en los brazos de su silla, encerrándola. El aroma de su colonia, amaderada y cara, la envolvió, sofocante.

—Su padre me vendió una joven dócil, educada y discreta —susurró, su aliento rozando su oreja—. Hasta ahora, solo he recibido una criatura llorona, malcriada y con arranques de histeria. Estoy… decepcionado.

Emily trató de encogerse, de desaparecer en la silla, pero no había a dónde ir. Su corazón latía con tanta fuerza que sentía que él podía oírlo.

—No soy… —trató de defenderse, pero las palabras murieron en su garganta.

—¿No es qué? —preguntó él, con una curiosidad cruel—. ¿No es malcriada? ¿No es llorona? Mire sus manos. Tiemblan. Mire sus ojos. Están rojos. Huele a miedo y a derrota. Es el mismo olor que desprendía su padre en su estudio. La herencia que realmente le dejó.

Fue el golpe maestro. La comparación final con la ruina de su padre. Emily sintió que algo se rompía dentro de ella. Un último vestigio de dignidad.

Khalid se enderezó, mirándola desde arriba con desprecio.

—Hoy tiene una cita con Leila. Aprenderá etiqueta, protocolo y, lo más importante, aprenderá a controlar sus emociones. Si llora, si levanta la voz, si me desafía de nuevo, las consecuencias serán tangibles.

—¿Qué va a hacer? —logró articular, con un hilo de voz—. ¿Golpearme?

Khalid lanzó una risa corta, seca, carente de todo humor.

—Soy un hombre de negocios, no un matón. El dolor físico es primitivo e ineficaz. No —dijo, y su mirada se volvió glacial—. Cada infracción tendrá un coste. Empezaremos con lo que más valora. Esa educación que tanto anhelaba, por ejemplo. La Universidad de St. Andrews, ¿verdad? Su solicitud aún está pendiente. Una llamada mía y esa puerta se cerrará para siempre. ¿Le gustan los libros? Su suite tiene una selección. La próxima vez, encontrará los estantes vacíos. ¿Le gusta la luz del sol? —Su mirada barrió la terraza—. Hay habitaciones interiores en este penthouse sin ventanas. Frías. Silenciosas. Perfectas para reflexionar sobre la gratitud.




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