Dimitri no presta atención a los que las decía. Solo se hizo la vista gorda, y saludo a Anya.
— Hola… Veo que estás bien las dos.
Anya se sonrojó pensando en todo lo que la enfermera hablaba. Pero esta se había ido de cuarto a escondida con cara de penada de las palabras que había dicho.
— Tienes familia Anya a quien se pueda llamar.
— No… No tengo familia, anduve deambulando por las calles buscando donde quedarme.
Anya había mentido en ello, además no quería que aquel hombre tan caballeroso la catalogara como una vil mentirosa. Así que era mejor no hablar mucho.
— Gracias por todo lo que está haciendo por mi señor Volkov se lo agradeceré toda la vida.
— Dime algo Anya, tienes donde quedarte después que salgas de aquí.
Ella desvió la mirada, no iba a dejar a su hija en ningún orfanato. Era mejor decirle la verdad aquel hombre samaritano. Pero tendría miedo por lo que él le proyectaba de autoridad, así como su padre.
— No, pero buscaré donde pueda quedarme con la bebé. Trabajaré en algo así puedo mantener a mi bebé.
Dimitri se acercó a la cunita y tomo en brazos a la pequeña. Y sonrió, se sentía extraño al tener un pedacito de carne en sus brazos. Y la acercó a su madre, poniéndole en su regazo.
— Es hermosa, ya sabe que nombre ponerle.
Anya recordó el nombre de su madre.
— Sí, se llamará Irina Ivanović.
— Ese es tu apellido Anya.
— Sí, y bueno, ya tendré que pensar que hacer para darle todo a mi bebé.
En ese momento alguien llama por su teléfono y él al mirarlo se extraña. Su madre Anastasia Volkov llamado a su teléfono si nunca había tenido una relación muy estrecha con ella. Se apartó de la cama y contesto.
— Dime qué lo que dicen es cierto, soy abuela. —dijo su madre emocionada.
— No… Mamá, eso son mentiras.
— Nada de mentiras, voy saliendo con tu hermana para conocer a tu hijo.
— Mamá espera un momento.
Su madre colgó la llamada ahora que podía hacer, así que necesitaba que Anya lo ayudará. Él sabía muy bien que su madre era muy insistente.
En ese momento llegó la doctora, reviso a Anya y la pequeña. Luego le hizo seña a Dimitri para que saliera de la habitación.
— ¿Qué ocurre Margareth?
— Han pasado ya varios días, y nadie ha venido a buscarlas. Y de seguro terminará de nuevo en la calle.
— Como que la chica está sola en todo esto.
— Entonces porque no haces algo Dimitri con ella, por lo menos con la madre, ¡empléala! Dale trabajo.
En ese momento se le ocurrió algo a Dimitri. Cuando la doctora lo dejo a solas. Él volvió a entrar en la habitación. Observó a Anya con su hija y luego se acerca a ella y le dice.
— Anya tengo una propuesta que hacerle, la beneficiará a usted y a la pequeña Irina.
— ¿Qué propuesta…? —pregunto ella.
— Venga a vivir conmigo, le daré a su hija lo que ella necesita. Techo, alimentación y una buena calidad de vida. Además, mi madre piensa que soy padre, que tengo una hija. Y también la prensa sabe todo de mí, y me vieron llegar al hospital contigo.
— Pero porque yo, y mi hija. —Anya estaba confundida con todo aquello.
— Además, su hija me robó el corazón.
— No sé qué decirle.
— Anya solo acepté lo que le estoy proponiendo.
Ella frunció el ceño, recordó todo lo ocurrido y si regresaba con su padre tenía que dejar a su hija.
— Está bien acepto, iré a vivir con usted.
— Gracias Anya, ya verá que no te arrepentirás.
Eso le alegro a Dimitri, quien ahora estaba tranquilo. Anya estaba nerviosa que descubriera algún día la verdad de su vida. Pero aquel hombre era la mejor manera de ocultarse de su padre.
Después de hablar con ella, llamó a su chófer para que lo fuera a buscar al hospital. Georgio estaba muy extraño que su jefe Dimitri, el enigmático jefe de una de las más podridas familias de Moscú, estuviera tan interesado en aquella joven madre.
Se subió a la limusina y el auto comenzó anda, Dimitri estaba tan sumidos en sus pensamientos. Que no se dio cuenta de que se acercaban a su mansión, un edificio que se alzaba como un guardián silencio en medio de la opulencia y los secretos.
El coche se deslizaba suavemente por la entrada, sus ruedas crujían sobre la grava mientras se acercaba a la puerta principal. Dimitri observaba a través de la ventana, su mirada era un reflejo de pensamientos que nadie más podía descifrar, así estaba desde que había salido de hospital. Al detenerse el vehículo, Georgio, su chofer de confianza, salió rápidamente para abrirle la puerta, ofreciéndole una reverencia respetuosa.
— Señor, ha estado muy callado, pensativo, diría yo.
— No pasa nada Georgio.
— Lo conozco desde que nació señor, soy mayor que usted, dígame qué le pasa. Es sobre esa chica la que encontramos en la calle, la que por poco atropelló. La pobre parecía desorientada.